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Colores de Otoño (2): Las Batuecas

Los colores del otoño en Las Batuecas.

Los colores del otoño en Las Batuecas.

Si El Faedo es un típico bosque húmedo de clima atlántico, en Las Batuecas encontramos un perfecto ejemplo de bosque mediterráneo. Es un valle cerrado, muy encajado, agreste y salvaje. Aquí el otoño no viste tan lujosos colores. Toda la naturaleza es el espectáculo. Apenas hay árboles de hoja caduca. Sólo algunos matorrales y los helechos nos traen los colores del otoño, pero la exuberancia del entorno impresiona a cualquiera por la variedad y la riqueza de las especies vegetales. Encinas y alcornoques, madroños y enebros, jaras y brezos gigantes…Con el tiempo se han ido añadiendo especies foráneas, por su clima especial, como en un jardín botánico: algún eucalipto gigante, tejos y magnolios, junto con otras especies exóticas en el huerto de los frailes.

Nos hallamos al sur de Salamanca, en el límite con Las Hurdes. El espacio más amplio del valle lo ocupa un Convento de Carmelitas Descalzos, que está totalmente recuperado, habitado y con lugar para quien desee pasar una temporada apartado del mundo pecador. No hay Internet, pero para hablar con uno mismo o con el dios de cada uno no hace falta wifi.

Valle de Las Batuecas.

Valle de Las Batuecas.

El valle estuvo poblado ya en la prehistoria. Del período anterior al neolítico nos han quedado un buen número de abrigos rocosos con pinturas de las llamadas esquemáticas, del tipo y época de las del Levante español. Las más conocidas son las de “Las cabras pintás”. En el recorrido a lo largo del valle se pueden visitar varios ejemplos, protegidos por verjas y en regular estado de conservación.

Fue Lope de Vega quien puso a Las Batuecas en el mapa. Como protegido del Duque de Alba pasó una temporada en Alba de Tormes y viajó por los dominios del duque al sur de Salamanca. Conoció Las Hurdes y estos valles retirados, envueltos en leyendas, donde no había llegado la civilización. Aquí se inspiró para la obra “Las Batuecas del Duque de Alba”, contribuyendo a ese halo de lugar mítico y prístino. Luego Mariano José de Larra estiró el mito con su Carta desde Las Batuecas :“Yo, pobrecito de mí, yo Bachiller, yo batueco y natural por consiguiente de este inculto país…”. Se asociaba Las Batuecas con lo primitivo y no civilizado. De ahí se pasó al sentido que hoy tiene el “estar en Las Batuecas”.

Toda la zona está reconocida como Parque Natural y sigue siendo un lugar muy apartado, con un encanto particular por la sensación de naturaleza virgen, primigenia e inmaculada que nos envuelve. Cuando se asciende por el camino hasta el nacimiento del río Batuecas, hasta El Chorro, o por cualquier pequeña vereda se tiene la impresión de que nadie ha pasado por aquí desde el día que terminó la Creación.

La senda principal está bien marcada, aunque en algunos tramos se hace dura, sobre todo en la ascensión a los distintos canchales con pinturas. Después de dos horas de camino hay un desvío hacia una cascada, El Chorro, que no es grande, pero sí muy agradecida cuando se llega en época de lluvias. El paisaje allí es espectacular. Es difícil ver animales por lo intrincado y abrupto de la naturaleza. A veces se dejan ver las cabras monteses y algún águila por los cielos. Pero siempre hay que caminar mirando al suelo; las piedras no pasan desapercibidas.

Las Batuecas, al sur de Salamanca.

Las Batuecas, al sur de Salamanca.

En la parte más baja se ha acondicionado una senda junto al río Batuecas. Discurre entre brezos gigantes, madroños, durillos y sobre todo entre sonidos de agua y cantos de pájaros… que enseguida nos recuerdan que andamos por un paraje particular. Una parte de esta senda está adaptada para silla de ruedas. Para todos supone un recorrido difícil de olvidar. El comentario general siempre es el mismo: “tenemos que volver, con más tiempo”.

Y es verdad. Es un lugar para ir sin tiempo, sin prisas, sin reloj, sin móvil…sin…compañía. Así he ido yo esta última vez y la verdad que asusta un poco andar solo por aquellos lugares tan perdidos. Pero así el mítico valle muestra mejor sus secretos.

Autor: Jesús Eloy García Polo

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