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De Mongolia a China por el desierto de Gobi

Día 17: A China por el desierto de Gobi, 20 de agosto

Muy de mañana, subimos al tren para hacer nuestro último tramo. Destino: Beijing, o Pekín como todavía decimos los españoles. Con incredulidad vemos un tren muy moderno, cómodo y limpio. Los primeros kilómetros, con la luz de la mañana, son una gozada para los fotógrafos. El tren circula lento por inmensas zonas verdes, a veces arboladas, trazando amplias curvas cual serpiente perezosa.

Viajamos hacia el sur, hacia el desierto. La estepa verde cada vez se hace más rala y seca. A lo largo del día vemos llegar el desierto. Con la puesta de sol fotografiamos manadas de camellos en medio de la nada. Volvemos a encontrarnos en el tren con los españoles que vimos los primeros días. Con el mus y las cervezas llevamos la alegría al restaurante. Todos tienen que subir el tono de sus voces cuando hay grupos de españoles. Comemos allí y pasamos un rato largo en el mejor restaurante de todo el recorrido.

Llegamos a la frontera y ya conocemos el protocolo. Cinco horas de nuestra vida perdidas en este terreno de nadie. Aquí tenemos el aliciente del cambio del ancho de vía. Es un lento proceso en el que cambian el sistema de ruedas de cada vagón, elevándonos como si fuera un container y cambiando el tren de rodaje completo, por debajo de nuestros pies. Esto nos tiene entretenidos por dos horas pero simplemente disfraza nuestro aburrimiento.

Nos sentimos tratados como ganado. Después de cuatro horas encerrados en un vagón sin ventanas abiertas, sin uso del servicio y sin ventilación alguna, nos dejan salir a los andenes de Erliar (frontera China), por una hora. Cuando el tren se pone en marcha ya estamos preparando nuestras camas.

Nos adentramos en China en nuestros sueños y en nuestra realidad.

Día 18: ¡Por fin llegamos a Beijing! 21 de agosto

La primera ciudad china donde el tren se para, tiene 3 millones de habitantes. Más que toda Mongolia junta (2,7 millones en una extensión de tres veces España). Cambiamos de país, de paisaje y de escritura. Ya habíamos aprendido a interpretar los caracteres rusos (y por tanto los mongoles) pero ahora la escritura china, ya es un problema insoluble para nosotros.

Por la mañana tenemos la primera vista lejana de la Gran Muralla, dibujándose sobre unas montañas, la contemplamos emocionados. Recorremos cientos de kilómetros cruzando paisajes, aldeas y ciudades muy distintas. Por la ventana de nuestro tren vemos pasar un país que se adivina inmenso en extensión, en gentes y en posibilidades. Recorremos valles de belleza impresionante, zonas de cultivo con miles de hectáreas de maíz, zonas industriales muy degradadas, vemos varias centrales térmicas, cementeras…También grandes infraestructuras, presas, puentes y viaductos que nos hablan del desarrollo de un gran país. Grande porque trabaja con objetivos comunes y medios comunes.

Nos hace pensar en el sueño de la vieja Europa, que se quiere unir en la UE, pero cada vez nuestros dirigentes se vuelven más provincianos, con una mirada de aldea, pensando sólo en su propia bandera o la propia lengua. Nos puede parecer mejor o peor, pero China es un idea común de país, trabajando por salir adelante. La llegada a Beijing nos emociona más que nunca. Hemos hecho casi 9.000 kilómetros de tren para llegar hasta aquí. Lo disfrutamos brevemente en medio del nerviosismo de la llegada a una estación de muchedumbres.

Tras nuestro paso por Siberia y Mongolia, habíamos olvidado que en el Mundo viven millones de personas. Nos sentimos agobiados. La salida de la estación es estresante, en medio de hordas de gente, que se mueven por instinto. Nosotros parecemos niños despistados y perdidos. Nos merecemos un buen hotel. Ducha. Tranquilidad. Paseo y cena en una de los barrio viejos de Pekín. Llega la hora de los caprichos. Unos prueban escorpiones fritos, otros compran vestidos o aparatos increíbles que solo existen aquí. En la cena alegría general. Por fin estamos aquí. Si hoy es 21 de agosto, esto es PEKIN.

Hoy comento:

Volvimos a disfrutar desde el tren el gran vacío de Mongolia. ¡Qué inmensidad!. El tre avanza por la estepa dando curvas sin ningún sentido aparente. Da la impresión que la empresa constructora de la vía cobraba por kilómetros. Si no, no hay explicación posible para este recorrido tan sinuoso. Vemos algunos ghers, algo de ganado, camellos y hasta un campo de baloncesto en medio de la nada infinita. Es imposible imaginarse cómo será la vida en este vacío. Pero siempre hubo…y hay vida.

Con la luz de la mañana comenzamos a ver en el horizonte las primeras líneas de la Gran Muralla. No podíamos imaginar que llegaría hasta aquí. Ya habíamos leído que hay muchos trozos inconexos construidos a lo largo de los siglos, pero es increíble que llegue hasta el mismo Desierto del Gobi. Tiene su sentido, porque una de las principales razones de su construcción fue contener las invasiones mongolas, que se sucedían cada cierto tiempo.

No tengo palabras para explicar el escalofrío que nos recorrió el cuerpo cuando pisamos el suelo de Pekín al bajar del tren. La gente nos miraba con caras raras porque nuestras miradas dejaban traslucir que veníamos de muy, muy lejos y que habíamos finalizado el viaje de nuestra vida.

Autor: Jesús Eloy García Polo

Muévelo

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