web analytics

Paseos románicos por la montaña palentina y 3

  • San Salvador de Cantamuda

El gozo del viajero no está en lo que ve sino en cómo lo vive.

Empiezo hoy mi ruta encaminándome a uno de los grandes escaparates del románico palentino, la iglesia de San Salvador de Cantamuda. Ayer pasé por la tarde y ya no estaba abierta. La misma frustración sufrí en otra visita anterior. Hoy he vuelto porque no hay dos sin tres. Me acompañaba la sensación de que esta iglesia está sobrevalorada. Aparece constantemente por todas partes, en las redes, en los folletos, en los comentarios eruditos… Pero su exterior no ofrece más que un buen emplazamiento y unas fotos preciosas para el turista de paso. Está claro que destaca su hermosa espadaña, repleta de campanas pero luego… ni ábsides destacables, ni portada maravillosa, ni piedras labradas para dar una alegría a la cámara. Sin embargo al abrir la puerta me doy cuenta que ocurre igual que con algunas personas, que lo mejor hay que descubrirlo en el interior.  Es el espacio románico perfecto, planta de cruz latina, tres ábsides semicirculares con preciosa decoración en las ventanas, piedras limpias y austeras que conducen la mirada hacia las siete columnas que sostienen el ara del altar, muy originales, aunque probablemente reutilizadas.

Se levantó en 1180 como  Colegiata fundada por la Condesa de Castilla María Elvira, sobrina de Fernando I. En torno al monasterio fue surgiendo el pueblo, al igual que en tantos lugares en esta época de repoblación. El paso del tiempo se ha ido llevando todas las dependencias conventuales. Hoy solo queda la iglesia.

En la tranquilidad de este paseo voy pensando que…  no son solo piedras lo que vemos cuando nos acercamos a una iglesia románica. Todas estas piedras están contando muchas historias. En ellas cada uno descubre lo que va buscando. A veces solo un monumento antiguo, a veces solo una foto, un paisaje o lugar histórico, un espacio religioso…Una iglesia románica encierra todo eso y mucho más. Estas piedras tienen un encanto particular y se nos ofrecen como un túnel para viajar a través del tiempo, a través de las mentalidades, las costumbres o los rituales.

En Perazancas de Ojeda hay dos ejemplos singulares de este románico rural y de montaña. La Iglesia parroquial de La Asunción es conocida sobre todo por la segunda arquivolta de su portada románica. Allí el maestro escultor no se sometió a los temas al uso, Santa Cena, profetas o evangelistas, sino que trazó todo un repertorio de doce músicos, algunos con cabezas de animales, con sus trompas, laúdes, violas arpas… Están algo deteriorados pero se adivina la buena mano que les dio vida. 

Más allá, en plena carretera se encuentra la Ermita de S. Pelayo, que es una de las más antiguas de la provincia, datada por sus arquillos lombardos que la hacen heredera dell primer románico catalano-aragonés. Antes fue un templo mozárabe y luego se amplió como cenobio. En el interior, si estuviera abierta, se podrían contemplar pinturas murales del siglo XII. Es la segunda vez que me detengo ante su puerta cerrada. Parece que solo se puede visitar en la temporada de verano. Volveré, entonces.

Siguiendo por estos campos plagados de amapolas llego hasta Vallespinoso de Aguilar donde me espera el considerado uno de los mayores aciertos del románico rural, porque “conjuga el arte, el paisaje y la poesía”. La Ermita de Santa Cecilia está encaramada en un cerro rocoso y se adapta al terreno en su acceso y su trazado. Su portada, relieves, canecillos y capiteles  capturan toda la vida del hombre medieval: hay un calendario agrícola, músicos, escenas eróticas, santos o motivos evangélicos ejemplificantes, junto a los miedos medievales, representados por el dragón de S. Jorge, grifos, centauros, arpías…La iglesia está siempre abierta y hay que decir que no hay ni una pintada, ni suciedad, ni muestras de falta de respeto. Hay que reconocer que poco a poco nos vamos civilizando. Ejemplo a imitar.

Por estos pequeños pueblos no hay ningún restaurante pero en un humilde bar me ofrecen con toda su amabilidad la posibilidad de aliviar mi hambre con unos huevos acompañado de unas tajadas de la olla. El plato más merecido en el lugar más adecuado. Un verdadero almuerzo de segador, ahora que los trigos van encañando. 

En Moarves de Ojeda me encuentro con otro de los hitos de esta ruta: la portada sur de la Iglesia de San Juan Bautista. A las cinco, después de comer y reposar con un café, el buen vecino que custodia la llave me abre la iglesia y disfruto como un niño tanto de la arquitectura románica como del frescor que ofrece. La portada está coronada por un friso escultórico con los apóstoles flanqueando a un Cristo poderoso, rodeado por el tetramorfos. Su mirada justiciera se clava en cada uno de los que pasamos por aquí, insinuando “me he quedado con tu cara”. Se ha estudiado su gran parecido y deuda con el Cristo de la Iglesia de Santiago en Carrión de los Condes. Los maestros reconocidos eran contratados continuamente por quienes podían pagarlos. Las piedras de la portada  tienen un particular tono rojizo que los estudios han demostrado que se lo proporcionaron sumergiendo los sillares en agua de cal con óxido de hierro. Consiguieron realzar así la expresividad de sus tallas.

Y termino mi recorrido palentino en un conjunto arquitectónico que es de propiedad  privada y se está convirtiendo en un ejemplo de cuidado y de respeto, al tiempo que de puesta en valor (que diríamos en el mundo capitalista). Ofrece conciertos, celebraciones, bodas…en un rincón escondido de la Edad Media. Esta iglesia de Sta. Eufemia de Cozollos hoy es una finca  de agroturismo denominada “Granja Santa Eufemia”. Fue, como tantas otras, una construcción conventual, en este caso para hijas de familias nobles, porque entonces también había que mantener la distancia social. Se conocía como Real Monasterio de Frailas Comendadoras de Santiago. Sorprendentemente no pasó a manos privadas por la Desamortización de Mendizábal, sino que fueron las propias Frailas  quienes  entregaron el Monasterio a cambio de unas fincas en Toledo, donde se instalaron a comienzos del siglo XVI. Es una iglesia de planta de cruz latina, con una sola nave y un crucero resaltado, sostenido por un enorme cúpula que concede al espacio, hoy vacío, una grandiosidad de alcance celestial. Se puede visitar un pequeño museo donde se han ido recogiendo piezas y restos de las dependencias desaparecidas y de otros lugares de la zona. También se puede reservar una cena con músicos en directo que descienden de las arquivoltas para amenizar las viandas de los viajeros.

Vuelvo a casa después de recorrer estos espacios religiosos que me hablan de otro tiempo y de gentes muy diferentes. Aquellas religiones servían para poner orden en el caos, en el azar y en los sucesos sin explicación. Daban sentido al universo todo. Las religiones ayudaban a dar un paso hacia arriba, hacia lo insondable. Nos hemos quedado sin esos apoyos. Hemos cambiado el cielo por la nube. Andamos perdidos buscando esos momentos de éxtasis en los rincones que nos ofrece la música, el arte, la naturaleza, el sexo, el deporte o… simplemente el vacío creativo.

Autor: Jesús Eloy García Polo

Muévelo

2 Comentarios

  1. Excelente reportaje, en tu linea.
    Hemos disfrutado.
    Maribel y yo «mesmo».

    Responder

Comenta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.