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Esta España nuestra: Mirando al norte…el País Vasco

Plaza de Hondarribia.

País Vasco, país raro. Y digo raro en el mejor sentido de la palabra, distinto, diferente, poco común, inhabitual. Todo ello hablando en relación con otros lugares de España.

Nunca me ha atraído especialmente el País Vasco. Lo conozco muy poco y siempre me he negado a visitarlo, con la excusa de que “Yo soy ciudadano del mundo y me gasto mi dinero donde me da la gana, donde me siento bien y me acogen; no donde, en el primer lavabo que visito nada más llegar, me llaman de todo menos bonito, simplemente por haber nacido en Segovia.”

El tiempo ha pasado y las cosas van cambiando. Mis principios también, como los del amigo Marx. Pero sigo viendo luces y sombras, realidades que admiro y actitudes que pertenecen a tiempos atávicos.

Cuando llegamos desde la Meseta siempre nos sorprenden y nos abrazan sus montañas y su manto verde. Nos llaman la atención sus pueblos tan vivos y habitados, bien conservados y arreglados, tradicionales y modernos. El campo está cuidado y limpio, en comparación con nuestros lugares, un poco desastrados. Hoy el País Vasco es una de las zonas mejor valoradas de España, en algunos datos la primera. La ONU lo califica como uno de los primeros países del mundo en el Índice de Desarrollo Humano, que mide la relación entre Salud, Riqueza y Educación. Destaca en Renta per Cápita, en sus gastos en Salud, Educación y Servicios Sociales, en cuidado del medio ambiente, en todos estos aspectos que nos hablan de una sociedad de las más dinámicas, equilibradas y desarrolladas de Europa. Los expertos explican que el llamado Concierto Vasco les proporciona un incremento de hasta un 7% en el PIB. Pero no solo es cuestión de riqueza. Estos datos contrastan, por ejemplo, con los de Madrid, que, teniendo incluso mayor Renta, es una sociedad mucho más segregada, menos inclusiva, con grandes carencias y desequilibrios en Educación y Sanidad, con desatención a problemas ambientales y con altos índices de población excluida. Una sociedad, en definitiva con grandes distancias entre los más ricos y las clases más desfavorecidas.

Esta posición de riqueza y desarrollo se respira en el aire y en el ambiente cuando se recorren los pueblos, la costa y las playas. Todo está cuidado, todo está en su sitio. Naturaleza y arte conviven. El País Vasco va al menos una década por delante del resto de España. Parece que nos marcan el camino en muchos aspectos, aunque desde aquí no lo queramos reconocer. En Educación, por ejemplo, preferimos mirar a Finlandia o a Corea del Sur en lugar de mirar al sistema vasco de Formación Profesional que desde hace tiempo integra perfectamente a educadores y empresarios para conseguir los técnicos y las capacidades que la sociedad necesita. Así mantienen un nivel de empleo y de adecuación tecnológica desconocidos en el resto de España.

Dando vueltas a estas ideas sobre un país bien organizado me encuentro con otras realidades más disruptivas. La gran grieta social provocada por cuatro décadas de terrorismo continúa abierta. Continúa el silencio y la mirada callada. Pintadas, pancartas y carteles nos recuerdan que hay un pasado turbio e inquietante. Buena parte de la sociedad vasca calló y miró para otro lado ante el chantaje terrorista. Los libros y películas que van viendo la luz plantean la realidad de este tiempo de duelo para asentar y asumir todos esos años negros donde ni los políticos, ni la Iglesia, ni buena parte de la sociedad mantuvieron una dignidad moral.

Todavía hoy parece que está prohibido pronunciar la palabra España tanto en la calle como en los medios vascos de comunicación. Los catalanes van copiando todos esos pasos hasta que lleguen al mismo callejón sin salida. En los carteles informativos sobre el Geoparque de la costa de Guipúzcoa se habla de “Iberia”, un sugerente eufemismo para evitar nombrar al Leviatán. Otras veces se emplea “país” o “Estado”, pero nunca la palabra España. Se llega hasta el ridículo hablando, por ejemplo, de “las ovejas del Estado español” o cosas parecidas. En fin. Es un problema más de esta sociedad que se niega a reconocer la realidad en la que se sitúa. Un mundo globalizado, interconectado e interdependiente. Las raíces, lengua, cultura y costumbres propias son uno de los mayores valores en este mundo que tiende a la uniformidad. Pero no se puede ni construir la identidad como pueblo, ni reconstruir la historia a base del victimismo y buscando un enemigo al que achacar todos los males pasados, presentes y futuros que les afligen. También los catalanes siguen aquí al dictado de las viejas propuestas vascas.

Fachada en Zarautz.

Es un pueblo viejo pero no tan viejo como el Flysh, este maravilloso afloramiento pétreo que nos encontramos siguiendo la costa de Guipúzcoa, formado con estratos de unos 50 millones de años. Entre Motrico, Deva y Zumaia la costa dibuja impresionantes acantilados con estos estratos verticales, que un día fueron fondos marinos. El choque de plataformas continentales los ha elevado y hoy aparecen como un museo de la historia de la Tierra. Su belleza es totalmente moderna.

Hasta las piedras se mueven con el tiempo, se adaptan y continúan su devenir histórico. Son Naturaleza y son arte. Más aún se mueven las sociedades, se adaptan, manteniendo sus bases, pero afloran nuevos colores y nuevas cualidades. Pasar de una cultura tradicional, rural, de caserío, a una cultura de tecnología 5G tiene costes sociales y culturales. En ningún sitio lo estamos viendo más claramente que en el País Vasco.

Autor: Jesús Eloy García Polo

Muévelo

1 Recado

  1. Es el artículo de opinión, con la opinión más obtusa que he leído nunca. Reconocemos perfectamente la realidad en la que estamos. Pensando así, el que no lo haces eres tú.

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