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Desde el mar de pinares: ¿Que pensarán los 4.000 segovianos que viven en Cataluña?

Un cuellarano en la manifestación del 8 de octubre.

A lo largo de estos días de tormenta nacionalista todos hemos estado escuchando opiniones, leyendo noticias y artículos para tratar de hacernos una idea de lo que está pasando y llegar a formarnos nuestra propia “verdad”. Lo más clarificador que me he encontrado han sido las opiniones de los historiadores. Si solo nos detenemos en el presente no entenderemos nada y todo el conflicto nos parecerá una pelea de barrio de grandes proporciones. No hay nada nuevo bajo el sol y la historia nos ayuda a entender situaciones que proceden del pasado y que reaparecen como un Guadiana, con distintas aguas pero dentro del mismo cauce.

El Nacionalismo nació en el siglo XIX, al albur de las ideas románticas que ensalzaban las historias de un pasado idealizado de héroes valientes, de pueblos llamados a un destino glorioso y de un paraíso perdido que había que reconquistar. Se recuperaron leyendas, historias, folclores, fiestas, músicas, rituales y costumbres que supuestamente pertenecían a ese pasado mítico.

Esto sucedía en medio de una revolución industrial que removió muchas sillas de las tradicionales clases controladoras del poder. Esa burguesía pronto vio en el Nacionalismo un armazón ideológico para mantener y justificar sus antiguos privilegios, en forma de Fueros, Leyes antiguas, usos legales…Lo que hoy están defendiendo los diferentes nacionalismos, en el País Vasco en Navarra y en Cataluña, es la pervivencia de leyes medievales que les permitan mantener el control social y el poder económico en pleno Siglo XXI. Ya he hecho un comentario anteriormente sobre la masiva presencia en estos parlamentos de apellidos autóctonos en una proporción que no se corresponde, ni mucho menos con la realidad sociológica de sus territorios. Hay una selección de la clase política muy sospechosa y sesgada.

He repasado el proceso de intento de “Segovia uniprovincial”, de los años 1980-1 y mantenía el mismo esquema: 1/ un grupo de caciques y empresarios (nuestra burguesía) que pretendían seguir manteniendo el control de la provincia ante el nuevo poder autonómico. 2/ una base ideológica, aportada por el “Carreterismo” de Comunidad Castellana, que hablaba de una Segovia germen de una Castilla comunera y de hombres libres, en medio de una España feudal. 3/ una clase política que buscaba asegurarse el futuro dentro una estructura hecha a su medida. Y 4/ unos símbolos creados, el pendón comunero rojo carmesí, por oposición a la bandera castellano leonesa.

En las comunidades aludidas, una buena parte de las antiguas clases burguesas siguen detentando el poder y ahora el Nacionalismo es la maquinaria de guerra para mantener esos privilegios que proceden en realidad de un mundo feudal, cuyas estructuras (apellidos incluidos) no han hecho más que adaptarse a una sociedad industrial y ahora postindustrial. La burguesía tradicional se ve superada por fuerzas que no puede controlar: por el poder que llega desde el centro, por el poder financiero internacional, por las grandes empresas catalanas que dependen del exterior y por una población, que en su mayoría ya no es de origen catalán. Con la bandera del Nacionalismo han sumado a sus filas a todo el mundo rural, a las clases medias del funcionariado y a toda una clase política que ven en el independentismo tanto unos firmes puestos de trabajo como unos inagotables caladeros de votos. El resto de los apoyos han ido llegando con el control durante décadas del sistema educativo y de los medios de comunicación, que les ha entregado el “Estado centralista” y con el que han impuesto su relato. Han hecho una relectura interesada de la historia hasta llegar al “España nos roba” y al “derecho a decidir”, las dos grandes mentiras sobre las que ningún buen independentista admite la más mínima discusión. Son axiomas tan indiscutibles como la nueva Cataluña, feliz, rica y envidiada, que llegará tras la independencia.

Banderas españolas en Barcelona en vísperas del 1 de octubre.

La historiadora Elvira Roca Barea nos advierte de que “no hay nacionalsmos moderados”. Todos buscan lo mismo, en un proceso más rápido o más lento, con muertos o con discursos episcopales. Todos quieren llegar a ese final de la patria prometida. De igual forma nos advierte que cuanto más se cede ante los nacionalismos más se alimenta al monstruo, que nunca estará satisfecho. Así hemos vuelto a ver, como en cualquier otra cita de presidentes autonómicos, que faltan siempre los de Cataluña, País Vasco y Navarra. Curiosamente son las autonomías más privilegiadas, con mayor riqueza, mayores competencias…pero se sienten las más agraviadas y explotadas por el Estado centralista. ¡Qué paradoja tan increible! Es cierto, el monstruo siempre exige más y más. Continúan explotando el argumento del victimismo ante un Estado depredador. Parece que ninguno de ellos se ha paseado por las tierras de Teruel o de Soria para conocer de cerca lo que son las consecuencias de un estado centralista y depredador. Los más beneficiados por los grandes desequilibrios poblacionales y económicos, promovidos desde el Estado, tanto en el siglo XIX como en el XX, se sienten precisamente los más agraviados. ¿Qué tendrán que pensar en Teruel, o qué pensaremos en Segovia, que tenemos a 4000 paisanos trabajando en Barcelona? Está claro que solo los ricos quieren independizarse. ¿Por qué será?

Hay que ir pensando en una Constitución de ciudadanos libres e iguales, con los mismos derechos y obligaciones, dentro de unas autonomías de iguales, sin privilegios, sin Conciertos, ni Fueros Medievales en pleno siglo XXI.

Autor: Jesús Eloy García Polo

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