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Transiberiano (14): En los dominios de Ghengis Khan

Día 14. Noches de Mongolia y de ilusión, 17 de agosto

Visitamos el Monasterio de Erdene Zhuu. Un gran monasterio construido en el siglo XVI. Está rodeado por un muro con ciento ocho estupas (torres). Dentro hay varios templos budistas, porque el Budismo es la religión de los mongoles. Es una rama diferente, pero hermana de la Tibetana. Los templos son coloristas, con esos Budas simpáticos, cuya vida nos cuentan los frescos de las paredes de los templos, tal y como se hacía en nuestras iglesias románicas.

Los rezos y plegarias de los monjes suenan a la misma salmodia aburrida de nuestras iglesias de hoy. Sin embargo a los mojes se les ve alegres, aunque remisos a las fotografías.

Al lado del Monasterio estaba la ciudad de Karakorum, capital del imperio mongol de Ghenggis Khan y sus descendientes. El gran Khan quiso construir una ciudad como centro del Imperio de un pueblo nómada. Trajo arquitectos de Europa y de Asia. En el siglo XIII, era la capital de un Imperio que llegaba desde Hungría hasta el Pacifico y desde Bagdad hasta el Ártico, incluyendo toda China.

Ghenggis Khan fue el gran padre de una Mongolia guerrera y noble a la vez, extendiendo los valores de la gente de la estepa por toda Asia. Sus palabras: “Lo que me hará feliz es que este mundo vuelva a ser una familia, tranquila y pacífica”. Con esta idea y con la fuerza de su espada dominó el Asia de las grandes caravanas, por estepas y desiertos. Hoy vuelve a ser el padre de la patria tras el olvido soviético.

Continuamos hasta un nuevo campo de Ghers, junto a un lago, donde nos instalamos y comemos. Tarde relajada junto al lago Ugii, en medio de la inmensidad de la estepa, bajo el perfil de algunas lomas. No se ve nada ni a nadie. Sólo grandes águilas posadas por todas partes cazando saltamontes y ratones. La vista abarca 360 grados de naturaleza. No hay cables, construcciones, antenas ni ruidos. Es naturaleza en estado puro, ¿es el vacío? ¿o la plenitud?

Con la cerveza de antes de la cena invitamos a jamón y a lomo curado a todo el mundo. Se acerca hasta el cocinero. Es la carne seca, típica de otras estepas. Después de cenar, a la puesta del sol, paseo romántico o en barca de remos por el lago. Luego contemplamos el cielo mongol, hasta que llega la luna de agosto.

Nos agrupamos en torno a la guitarra .Pronto se nos unen italianos, franceses y mongoles. Todos terminan bailando jotas y pasodobles a la luz de la luna. Tenemos que tocar varias veces “Guantanamera” que emociona a nuestro guía Yavca y luego “Noches de Mongolia y de ilusión” que tiene cautivada a Bruma, nuestra nueva amiga mongola. Algunos lloran de alegría por el regalo de una noche tan maravillosa, en este país tan lejano. Las estrellas y la música nos unen a todos. La música siempre es siempre un lazo entre la gente más diversa.

Ahí está, como ejemplo, la orquesta judeo-palestina de Daniel Barenbohim, o los conciertos en plena Guerra de Yugoslavia con músicos serbios, croatas y bosnios.

Debe ser que cuando los dioses quieren sembrar discordias y guerras nos envían predicadores, desde Jesús o Mahoma hasta Lenin. Pero cuando quieren sembrar paz y armonía entre los pueblos, nos envían a músicos, desde los juglares medievales hasta Mozart, Beethoven, Barenbohim o Dylan.

La noche es inolvidable. La guardaremos para siempre como la perla de nuestro viaje. Tenemos tocado el corazón por Mongolia. La hemos encontrado salvaje y por eso abierta de corazón. Viendo estos parajes y estas gentes parece que hoy es el primer día después de la creación.

Hoy comento:

Leyendo estas líneas escritas hace años aún se me pone la carne de gallina, recordando aquella plenitud de naturaleza vacía y aquella sensación de tocar el infinito.

Nos quedamos un día junto al lago. Allí no había nada, nada de nada para un occidental. Pero disfrutamos de todo lo intangible que nunca apreciamos en esta aldea tecnológica de prisas y ruidos. El cielo azul, el lago y la estepa solitaria. Las águilas, delante de nuestras narices, no paraban de cazar cualquier bichito que se movía. La brisa soplaba sin poeta que la cantara. Unas vacas ramoneaban la escasa hierba de agosto. Y un Javier intentaba sacarles un pase torero para animar un día donde no existía el tiempo.

Quizás así comprendimos porqué el pueblo mongol ha vuelto a encontrar la espiritualidad y ha vuelto a recuperar y a llenar los templos budistas. Es fácil entender aquí la filosofía del Budismo, esa religión sin dioses, con unos principios básicos para andar por casa, por esta casa que puede ser una aldea de ghers o la aldea global, poblada por gentes tan perdidas.

Autor: Jesús Eloy García Polo

Muévelo

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