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Por la raya de Portugal (6): De Alcañices hasta el Duero

Vamos haciendo esta Ruta de La Raya a tramos. Después de un paréntesis retomamos la ruta cruzando el Aliste zamorano, una comarca aislada y olvidada de todos. En el camino nos encontramos con otra joya del arte visigótico, S. Pedro de la Nave, cerca del Embalse de Ricobayo. La iglesia iba a quedar sumergida bajo las aguas pero ya en 1930-32 el profesor Gómez Moreno consiguió que se trasladara, piedra a piedra, a este emplazamiento. Una vez dentro del pequeño templo se respira una atmósfera especial. Arte sencillo, aunque muy elaborado. Espacios pequeños y diversos. Decoración exquisita, en la que destaca el conocido capitel de Daniel en el foso de los leones. En el siglo VII seguía habiendo artistas, no todo era barbarie.

Poco después llegamos a Alcañices, que ejerce de capital de Aliste. Es el único pueblo grande en muchos kilómetros a la redonda. Esta comarca ha permanecido siempre alejada de los centros del poder económico y político. Se ha mantenido en todos los márgenes de la historia, basándose en una economía de subsistencia y creando una cultura popular rica en tradiciones y ritos que han sobrevivido al paso de los siglos. Tanto aquí como al otro lado de la frontera se mantienen restos de mitologías prehistóricas que nos han llegado a través de los rituales con máscaras que se han conservado, tan expresivas, ricas y variadas. En torno a los carnavales y alguna otra festividad alumbran estas reminiscencias de la vieja Iberia.

Alcañices ha conocido tiempos mejores. Hoy simplemente sobrevive, como toda la comarca. Mantiene una Torre del Reloj, junto con otros cubos que son los únicos restos de toda la muralla medieval que defendía la población.

No puede faltar una foto junto al monumento que recuerda el Tratado de Alcañices. Es el más significativo de los que delimitaron la frontera entre los dos reinos. Lo firmó por parte castellana la reina regente María de Molina, que buscaba el apoyo portugués para su hijo Fernando IV, en medio de una de tantas guerras civiles castellanas. Ya he comentado que aquí se dejó señalada la considerada como la frontera más antigua de Europa. Toda esta frontera norte no ha vuelto a moverse.

En Alcañices se palpa la decadencia a pesar de los esfuerzos por promocionar la “ternera de Aliste” y otros productos locales. Aquí contemplamos en carne viva todos los problemas de la llamada España vacía o España interior. Despoblación, abandono de las Administraciones en sanidad, educación y comunicaciones, falta de inversiones… No es un problema reciente. Es así desde hace más de un siglo en toda la España mesetaria.

En una carnicería compramos dos buenas chuletas de ternera de Aliste, para prepararlas por nuestra cuenta. Nos sirve el hijo del dueño que, entre comentarios sobre los problemas de la emigración en el pueblo, nos dice que él es militar en Segovia y aquí está para echar una mano. Hoy ni siquiera encontramos un restaurante en el pueblo y tenemos que seguir la ruta hasta Trapazos, casi la frontera, para poder restaurarnos.

Entre brezos y zonas de pasto cruzamos la frontera sobre el río Manzanas en dirección Bragança. Como ya la conocemos doblamos hacia el sur, siguiendo estas tierras de penillanura, con pueblos menos atractivos que los de montaña, pero que nos muestran sorpresas por cada rincón.

Outeiro es un pequeño pueblo que sorprende por la inmensidad de la Iglesia que descubrimos en un recodo de la carretera. Es una de las ocho Basílicas que existen en Portugal y la única que está en un pueblo. Se llama El Sto. Cristo de Outeiro porque en 1698 el Cristo sudó realmente sangre y agua. Ante tal milagro se construyó el gran templo con la ayuda de miles de cofrades de uno y otro lado de la frontera. Es de estilo barroco, pero muy diferente a nuestro barroco, porque querían seguir manteniendo el aire manuelino de la época de esplendor portuguesa. A pesar de ser la hora de la siesta apareció por allí el encargado del templo y me enseñó la iglesia con todo tipo de explicaciones. Me impresionó la sacristía, que me mostró como “Sacristía Sixtina”. Está totalmente recubierta por más de cien lienzos de Damián Bustamante, pintor vallisoletano del siglo XVIII. Debió de ser un hombre simpático. Se autorretrató dos veces. Un retrato muy formal y el otro “cuando estaba contento por el vino, que le gustaba mucho”, según me comentó el guía. Tiene el rótulo “el vino alegra el corazón del hombre”.

Vamos dejando pequeños pueblos sin mayor interés hasta llegar a Algoso que nos empuja a detenernos y subir hasta su desafiante castillo. Es un castillo vigía, no residencial, como otros cuantos que controlaban este lado de la frontera. Todos estaban conectados visualmente para avisar de las amenazas. Hay un grupo de adolescentes refugiados a su sombra en esta calurosa tarde y con una simpatía fuera de lo normal se ofrecen a explicarnos el castillo. Está bastante cuidado. No se puede acceder por la escalera de caracol hasta la torre por motivos de seguridad, debido al Covid-19. Es una atalaya perfecta de toda la zona. Desde aquí se avista la Ponte Romana, uno de los puentes que se han conservado en la zona, como testigos de lo que un día fue un verdadero cruce de caminos y calzadas. Nos pusimos en camino hacia la ponte, pero… nos conformamos con unas fotos desde el último recodo del camino, sin afrontar el último descenso por el calor abrasador.

Continuamos el recorrido sin animarnos a visitar alguna de las cascadas que se nos ofrecen en fotos seductoras. Finales de agosto no es la mejor época. En las cercanías hay más puentes medievales, como “medieval” es también la historia de Carçao, un pueblo donde se refugiaron un gran número de judíos tras la expulsión de 1492. Sin embargo, poco después, el rey Manuel I decretó también la expulsión para los judíos de Portugal. Unos optaron por marcharse y otros por bautizarse, aunque mantuvieran ocultos sus ritos y creencias. Así permanecieron tranquilos hasta que llegaron los brazos de la Inquisición en el siglo XVII calificando a Carçao como “la capital del marranismo”. Fueron quemadas en la hoguera 18 personas de las 130 apresadas. Siempre había sido conocido que la mitad de la población eran “criptojudíos”, dedicados al comercio y oficios varios, mientras los cristianos viejos eran agricultores.

Como reconocimiento de este pasado, que hoy es presente, tienen en su escudo una menorá, candelabro judío. También se ha construido un museo judío al que contribuyó otro simpático vallisoletano, el cantante y folclorista Paco Díez, con un concierto. Una historia parecida encontramos hace tiempo en la aldea de Belmonte, una de las “aldeas históricas”, que hoy ha levantado una Sinagoga para sus habitantes judíos que han permanecido allí semiocultos desde la expulsión. Y, a pesar de los pesares, los sefardíes siempre hablan bien de Sefarad.

Nos acercamos al cañón del río Duero que marca la frontera durante más de 120 kilómetros…

Autor: Jesús Eloy García Polo

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1 Recado

  1. Me gustó mucho este video, pero significa mucho más lo que en él se ve si uno se ha tomado un rato para leer el ensayo del cual hace parte del video. Felicitaciones. Dan muchos deseos de viajar a esas regiones y de LEER sus viejas páginas de historia, tan rica y llena de matices.

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