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Patagonia, tierra por descubrir

Prólogo

Equipaje, billetes, reservas, documentos, resguardos de pagos, cámaras y tecnologías varias…todo viaje acarrea un montón  tensiones que se van acumulando y no aflojan hasta el momento en que se siente al avión despegar. No nos podemos quejar. El viaje a Santiago de Chile, que ahora se hace en trece horas de vuelo, exigía hace un siglo varios meses, varios barcos, muchos peligros y mucha suerte hasta llegar al destino. Ahora se ha convertido en un tránsito nervioso por aeropuertos donde ya el viajero se lo tiene que hacer todo. Empezamos por diseñar nuestro propio viaje y sacar los billetes por nuestra cuenta, al margen de las agencias profesionales. En el aeropuerto tenemos que facturar nuestra maleta peleando con una maquinita, imprimirnos nuestra tarjeta de embarque, luego debemos escanear nosotros mismos el pasaporte, peleando con otro artilugio. Cada vez configuramos un mundo más impersonal. porque desaparecen las personas. Desaparecen empleos que antes resultaban imprescindibles. Los aeropuertos terminan imitando a la soledad de los bancos con las mesas vacías y una cara aburrida que te explica que es muy fácil hacer todas tus gestiones de manera digital. Cada vez sobra más gente. ¿Adónde irán los que sobran? ¿Qué destino les tienen guardado? ¿Qué harán con ellos? 

En los viajes se aprovecha  para reflexionar sobre éstas y otras cuestiones porque levantamos la mirada más allá del día a día… y porque tenemos tiempo para ello en las aburridas horas de esperas varias.

  1. Entre vientos, pingüinos y leones

Viajo con el amigo Mori, que disfruta de un año sabático. Conseguí convencerlo de que la Patagonia es un viaje muy diferente, que merece mucho la pena. Y aquí estamos en la última fila de un Boeing 787 inmenso.

El viaje se pasa volando, como era de esperar. El compañero de al lado se entretiene viendo “La sociedad de la nieve” No parece que sea la peli más aconsejable mientras sobrevolamos los Andes, completamente cubiertos por unas capas de nubes algodonosas.

La idea original del viaje era recorrer la Carretera Austral, una ruta de 1242 kms, que se extiende a lo largo del extremo más meridional de Chile, pero que no puede llegar hasta el final por la inmensidad de las montañas. Queríamos ampliar nuestro viaje  y por este motivo hemos volado hasta Punta Arenas, el sur más extremo donde solo se llega en barco o por aire. Hemos añadido además a la ruta unos cuantos kilómetros por Argentina para conocer el fotogénico glaciar del Perito Moreno. Después volveremos a Chile para tomar la Carretera Austral hasta el final. Siempre hacia el norte.

Punta Arenas es una ciudad nueva, grande y muy extraña. Está dedicada al turismo Patagónico y es el punto de partida de excursiones, tours, barcos, cruceros y expediciones a la Antártida. Aquí nos cruzamos los extranjeros  con un número creciente de chilenos que en sus vacaciones les gusta explorar estas tierras tan extremas y maravillosas.

Cuando nos acomodamos en el hostal son las doce de la noche. Mañana a las 6.30 debemos estar en el lugar donde nos recogerán para navegar, en nuestra primera aventura patagónica, hacia la isla Magdalena en busca de los pingüinos de Magallanes y hasta la isla Marta para contemplar leones marinos. ¡Qué dura es la vida del turista! …Más duras son otras vidas.

Estas aguas que hoy lucen tan tranquilas no nos hacen imaginar las increíbles tormentas que debieron de soportar los marineros que exploraban y navegaban por este Estrecho de Magallanes. Hemos salido de madrugada porque nos dicen que a estas horas no hay viento ni olas. A media mañana el tiempo suele complicarse.

Llegamos al lado de los pingüinos en un día gris y frío, pero que nosotros lo sentimos como apacible, enfundados en nuestro caparazón de ropas térmicas. Las aves están repartidas por toda la isla al lado de sus nidos excavados en el suelo. Son pingüinos de tamaño mediano que escuchan silenciosos el coro de gritos de las numerosas gaviotas repartidas por todos lados. En realidad hay más gaviotas y cormoranes que pingüinos porque, nos dicen, se han marchado al mar a pescar. Ante nosotros aparece una isla desolada y baldía, con una rala vegetación herbácea que nos recuerda el lugar tan extremo donde hemos llegado. Enfrente vemos la Tierra del Fuego y más allá…la Antártida. !Qué frío! Ahora se está promocionando un tipo de turismo elitista hacia la Antártida, muy caro y controlado, cada vez más discutido por su posible impacto ambiental. 

Navegamos después hasta situarnos frente a los acantilados de la isla Marta donde enseguida empezamos a escuchar los alaridos de una gran colonia de leones marinos. Los machos son muy peleones y agresivos, defendiendo a gritos, empujones y mordiscos el derecho a aparearse con las hembras de su harén. Es un griterío constante que nunca hubiéramos imaginado. Sobre ellos, en la pared del acantilado, hay gran numero de nidos de cormoranes y en lo más alto algunos más de pingüinos. El espectáculo nos tiene cautivados durante bastantes minutos, con el motor detenido y las miradas extasiadas.

En medio de un mar tenebroso nos sentimos seguros en nuestra pequeña embarcación, envueltos en chalecos y anoraks. En las cercanías vemos bastantes barcos pescando porque es una zona muy rica en pescado. Ya lo sabían los primeros navegantes. Era una buena zona para abastecerse de peces y de la carne de pingüinos. En la expedición de Magallanes el cronista Pigaffeta ya los llamaba ¨pájaros bobos¨ porque se dejaban capturar sin ninguna dificultad. ¡Hasta entonces no habían conocido ningún depredador…y se encontraron con el peor de todos!

A la mañana siguiente recogemos la furgoneta contratada. Es una Suzuki antigua, pequeña y un poco cutre. Pero es lo que hay. La contratamos hace cuatro meses y aún así nos dicen que tuvimos suerte de encontrarla. Sin revisarla mucho, llenamos la despensa en un súper y salimos para Puerto Natales. 

Es una carretera patagónica de libro, con sus tópicos: rectas, estepa, hierbas bajas y viento, mucho viento. Se acercan a saludarnos bastantes guanacos y algún ñandú, la avestruz de Sudamérica.

Hemos supuesto que con la mitad del depósito llegaríamos hasta Puerto Natales. Cuando faltan aún casi cien kilómetros la aguja baja al tope. Primer susto y primera aventura por tener que  hacer los !00 km con el deposito a cero y el alma en vilo, en esta carretera casi solitaria y, por supuesto, sin gasolineras. Dábamos por asumido que nos quedaríamos detenidos en cualquier momento y que alguien llegaría a echarnos una mano. Conducíamos a 80, sin acelerones y sin sobresaltos. ¡Llegamos! Luego leímos en las instrucciones que el marcador es tan raro que no especifica la reserva. Simplemente baja al mínimo y…lo que dure. Fue un buen aviso. Y nunca volvimos a tener  problemas con la gasolina.

Nos alojamos en el Camping de Puerto Natales. Es muy  básico. Llueve y hace mucho viento, como siempre. Una ducha desangelada con estos fríos y vientos supone un riesgo mortal. La sala común, que hace de cocina, salón y comedor  está presidida por una gran bandera del Atlético de Madrid. Los locos de Simeone llegan hasta el fin del mundo. Es fácil aquí entablar conversación. Nos une el idioma y una particular forma de entender la vida. Alejandro es  de Zamora y pasa aquí un tiempo como currante voluntario por unas horas, a cambio de alojamiento y comida. Encontramos algunos guías que nos orientan para el recorrido por el Paine que queremos hacer.

Siguiendo su consejo nos apuntamos al día siguiente a una  navegación por el rio Serrano, entre los glaciares Balmaceda y Serrano. Un recorrido realmente impresionante. Es naturaleza en estado puro y seductor. En cada recodo del río-fiordo nos sorprenden glaciares, cascadas, bosques de árboles desconocidos, en medio de unas aguas color turquesa que solo habíamos visto en fotos trucadas con Photoshop. 

Viendo estas maravillas, reflexiono sobre el deterioro y la explotación que le infligimos al planeta, que nos ofrece estas bellezas. Estoy seguro que es uno de los lugares más prístinos y maravillosos que existen, en sintonía con los domesticados fiordos noruegos o con los más publicitados de Nueva Zelanda. Guardaremos el secreto.

Inmerso en este azul glaciar pienso que habría que traer aquí a los políticos, a los banqueros y a los financieros para que llegaran a sentir en su piel la belleza y la riqueza de la naturaleza, de la que todos dependemos. Probablemente la pondrían un precio y la  sacarían a la venta, como hacen con todo. Sé que esto es una reflexión ecológica barata…pero es lo que se me pasa por la cabeza ante uno de los pocos rincones que aún permanecen “casi” intactos.

Completamos la navegación con una parada en lo que fue una finca ganadera, ”Estancia Perales”, para reconfortarnos con un buen cordero patagónico, al mismo lado del lago glaciar. Probamos el vino de la variedad “Carmenère”, una uva francesa que ya solo se produce en Chile. Gracias al Carmenére y al lazo del idioma es fácil hablar con todo el mundo. Nos sentamos con chilenos y argentinos y no nos falta conversación. ¿Quién dijo que hacía frío en la Patagonia?

Autor: Jesús Eloy García Polo

Muévelo

4 Comentarios

  1. Magnifico recorrido.
    Prueba de la existencia de un mundo en nuestro mundo.
    Felicidades.

    Responder
  2. Excelente reportaje de un viajero culto y experimentado….! Queremos mas !

    !!!Que envidia !!!

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  3. Muy interesante el relato. Gracias.

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