Llegamos a Ulan Ude, capital de esta república, muy de mañana. Vamos a buscar las habitaciones reservadas con una agencia que trabaja con alojamientos en casas particulares, algo muy interesante en esta zona.
Cuando llegamos la casa de Olga (Olga Homestay), la mujer no sabe nada de nuestras habitaciones. Olga es una mujer mayor, viuda, que habla francés y que es encantadora. Nos sienta a todos en su casa (en un bloque gris soviético) y empieza a llamar por teléfono para tratar de acomodarnos a todos. Después de una hora sin dejar el teléfono, al tiempo que nos ofrece agua y té, ya nos ha colocado a todos. Dos se quedarán en el sofá del salón de su casa. Dos en un pequeño hotel, humilde pero limpio. El resto en dos casas particulares diferentes, con familia los unos, y con una señora mayor muy humilde, los otros. Al final de la mañana nos volvemos a encontrar y compartimos con sorpresas las impresiones de cada uno.
El alojamiento de hoy supone una inmersión total en la Rusia profunda. Pero, tras cruzar el Baikal, Rusia ha cambiado. Esta región de los Buriatios es muy diferente. Son una etnia mongola que siempre ha ocupado el este del Baikal. Ahora están reviviendo su nacionalismo y sus costumbres mongolas. Por la calle nos sonríen y nos preguntan de donde venimos. No están acostumbrados a ver gente de Segovia por aquí…
Esta ciudad no es una parada común en la ruta del Transiberiano. Sin embargo es una ciudad muy agradable. La plaza Sovetov esta dominada por un cabezón de Lenin que, por supuesto es el más grande del mundo. Allí vamos a rendirle nuestro simpático homenaje.
Junto a la plaza hay un gran Teatro de Opera, que habla del amor de los rusos por la música. Lo que más nos llama la atención es una gran fuente con chorros de agua, que cada hora ofrece un espectáculo maravilloso al ritmo de diferentes piezas de música clásica. El sonido es envolvente y buenísimo. Al principio nos parecía un poco hortera, pero cuando vimos el espectáculo con la iluminación nocturna nos dejo boquiabiertos. Escuchar a Mozart, Vivaldi o Tchaikovsky con los juegos de agua es realmente fascinante.
Recorremos la ciudad y nos damos cuenta a cada paso, que es una tierra diferente de Rusia. Comemos en un restaurante mongol para acostumbrarnos a los sabores que nos esperan. Tomamos unas sopas, tan contundentes que son auténticos platos completos. El sitio se llama “Nuevos Nómadas”. Nos sentimos así, nómadas y felices.
Hoy comento:
Dejamos el tren muy de mañana. Enseguida nos dimos cuenta de que habíamos dejado atrás el carácter serio y brusco de los rusos. La primera muestra de amabilidad y brazos abiertos la encontramos nada más llegar a la casa donde habíamos reservado las habitaciones.
Como nos había ocurrido anteriormente, la gestión de la agencia con la que desde España contratamos las habitaciones había sido nula. Eran los ocho de la mañana y estábamos en casa de una señora viuda, mayor, en un humilde piso, de un humilde bloque, de un humilde barrio gris de Ulan Ude. La bondad existe y Olga se puso a llamar a todas sus amigas hasta que nos colocó a todos. Hoy lo recordamos con inmenso cariño. Nos permitió conocer hogares sencillos, familias muy llanas y, sobre todo, gentes encantadoras que nos acogieron en sus casas con toda la confianza por encima de cualquier protocolo.
Moscú quedaba muy lejos. Estábamos ya casi en la frontera con Mongolia. Buriatia es una de las 57 repúblicas que, junto con otros territorios, comprende la Federación Rusa. Las caras y las sonrisas son completamente asiáticas. Buriatia no llega al millón de habitantes, en una extensión como la mitad de la Península Ibérica. La población dominante son los buriatos, pero, como ocurre en toda Siberia, hay una gran variedad de pueblos y etnias. Hay muchos rusos, ucranianos y tártaros, como consecuencia de la política de Stalin de grandes deportaciones para evitar problemas derivados del nacionalismo. Hay ortodoxos, budistas y seguidores del Chamanismo, la religión más ancestral.
Los rusos llegaron aquí en el siglo XVI buscando oro y pieles. Hoy siguen explotando la riqueza mineral de estas frías estepas, que en invierno llegan a 40 grados bajo cero. Estábamos en verano, en un día lluvioso y tuvimos que abrigarnos para no pasar frío. Pero vimos alegría por las calles, sesiones públicas de aerobic ante el cabezón de Lenin y sobre todo música. Una pieza clásica diferente a cada hora, surgida desde la increíble fuente que dominaba una gran plaza, ante la Ópera. Buena manera de despedirnos de Siberia rusa.
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