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La Gran Muralla china

Día 20, Visita a la Gran Muralla, 23 de agosto

Nos espera una furgoneta contratada para ir a ver la Gran Muralla. De camino visitamos el Templo de los Lamas. Es el templo budista chino más importante fuera del Tibet. Fue construido en el S. XVII. Son cinco grandes edificios, cada uno mayor que el anterior, hasta terminar en un gran Buda dorado, de más de 20 metros. Vemos a lamas orando y, sobre todo, muchos fieles postrados y ofreciendo cientos de varillas de incienso.

Hay una gran cantidad de gente joven que es un reflejo del reflorecimiento de la religión en este país. Todo lo prohibido siempre atrae. Ahora está tolerado el culto religioso. Los jóvenes lo viven como una especie de oposición política a la línea oficial de ateismo gubernamental.

Después de 90 kilómetros de carretera llegamos a uno de los tramos visitables de la Gran Muralla. Es una zona montañosa y espectacular, a la que accedemos por un teleférico. Todo son fotos y miradas de admiración. Recorremos una zona de unos dos kilómetros, con un desnivel increíble, a veces con escaleras de vértigo. Tras dos horas a pleno sol acabamos agotados. Unos bajan en el teleférico y otros por un entretenido tobogán con vistas de ensueño.

La Gran Muralla china tiene más de 6000 kilómetros. Se comenzó a construir en el S. VII a.C., para defenderse de las tribus nómadas (hunos y mongoles) del norte de Pekín. Continuaron construyendo tramos durante casi dos mil años, hasta el S. XVI. Ahora se reconoce como un esfuerzo inútil, pero maravilloso. Los asaltantes buscaban pasos fáciles, sobornaban guardias o rodeaban por zonas no construidas. Luego los ataques se trasladaron al mar y las murallas ya quedaron en el olvido.

Contemplando esta obra grandiosa se entiende lo que es un trabajo de chinos. Es una construcción de 10 metros de alta por 6 de ancha, en piedra y ladrillos, con torretas cada pocos metros. Desde aquí se contemplan muchos kilómetros subiendo y bajando por las crestas de las montañas, hasta que son absorbidas por los bosques en muchas zonas. La mayor parte de las murallas está en ruinas, como es lógico, por la imposibilidad de una restauración completa. Se han adecuado unos cuantos tramos cerca de Pekín para que todos veamos la realidad y el simbolismo de esta maravilla del mundo. Al comienzo hay un texto explicando que lo que un día sirvió para separar a los pueblos hoy proclaman que debe ser un símbolo de hermandad entre todas las naciones. En ello estamos.

Al regreso nos detenemos en el moderno Pekín de la Villa Olímpica. Son rascacielos, torres de diseño, edificios emblemáticos y sobre todo el original Estadio Olímpico del Nido. Por todas partes vuelan cometas y se escucha música en directo. Las familias pasean admirando la nueva China que está sorprendiendo y conquistando al mundo. Decidimos hacer una cena especial.

Vamos a la “Calle de los Fantasmas”, de dos kilómetros de larga y con más de doscientos restaurantes (todos chinos, claro), que inundan las aceras de farolillos, colores y animación. Entramos en uno y, fiándonos de las fotos de la carta, pedimos los platos. Estamos en una gran mesa redonda con una cocinilla en el centro. Traen una gran cazuela con sopa sospechosa. Nos servimos unos cacillos de un caldo inundado de guindillas y ajos. Ya es tarde cuando el camarero nos dice que el caldo es para cocinar los filetillos, las setas y los langostinos que hemos pedido y, que por supuesto, los traen crudos. Lo volcamos todo allí. Ohhh… Es imposible aguantar el picante. Comemos lo que podemos. Pagamos y nos vamos, con los morros escocidos.

Acto seguido, con más hambre que al principio decidimos entrar en otro restaurante. Elegimos el más grande y lleno de gente para asegurar. A la entrada vemos en las peceras carpas, peces gato, tortugas, almejas gigantes y mejillones de un palmo, que están esperando ser elegidos. Esta vez todo lo que pedimos pica infinitamente más que lo anterior. Unos cangrejos que abrasan, unos pescados que no podemos ni tocar. Solo podemos probar unas almejas “normalitas”. Vencidos y muertos de risa decidimos buscar dos taxis y marcharnos con hambre a dormir. Memorable esta noche que hemos cenado dos veces y nos hemos ido a casa con hambre.

Hoy comento:

La Gran Muralla nos dejó sin palabras…y empapados en sudor. Era un día tórrido de niebla y calima en un mediodía de agosto. No llegamos a recorrer los 6000 kilómetros, que cuentan las crónicas que se mantienen en pie de alguna manera, pero anduvimos lo suficiente para hacernos una idea de la grandiosidad de la construcción.

Es admirable…pero es el mayor monumento a la sinrazón y a la estupidez humana, el monumento a la idea de guerra, que nos acompaña desde que, en el Neolítico, unos pastores tenían más ovejas que el vecino y se crearon la obligación de defenderse ante sus vecinos construyendo una empalizada de troncos. Así empezó todo. Luego cada aldea y cada ciudad construyó su muralla. Hititas y asirios, griegos y romanos, celtas y vetones, francos y lombardos… Y diez mil años después seguimos construyendo muros en Méjico, Melilla, Palestina, Turquía, Hungría… ¿Quién puede hablar de progreso?

Autor: Jesús Eloy García Polo

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