“Somos una especie en viaje” (Jorge Drexler)
Cruzamos la frontera hacia la Sierra de San Mamede que esconde pueblos e historias muy propias de La Raya. Marvao es otra de las aldeas más bonitas de Portugal. Es un pueblo blanco en un lugar imposible, en lo más alto de las rocas más altas de todos los alrededores. Dice Saramago que “ a partir de Marvao puede verse toda la tierra”. Tuvo su origen allá en el siglo IX con el guerrero Ibn Maruán que se rebeló contra el Emirato de Córdoba y se refugió en estas tierras, construyendo este castillo, que ha ido transformándose a lo largo de más de mil años para participar en todas las guerras peninsulares.
Poco a poco la carretera nos conduce hasta allí. Como siempre, el castillo domina todo el conjunto de calles limpias y blancas. Es muy turístico. Hay coches dando vueltas por todas partes, en cada recodo y rincón. Echo de menos a algún Concejal que obligue a dejar los coches a la entrada de las murallas. El panorama desde aquí arriba es impresionante. Sigo admirando el empeño de las gentes antiguas en construir estos castillos en lugares tan inaccesibles. Deberían subir en mulo cada gota de agua, vino o aceite, cada tomate, cada pan…Tanto esfuerzo…¿para defender al señor del territorio? A los campesinos y guerreros ocasionales les daría igual servir a un señor que a otro, a un reino o a otro. Así es la historia de la frontera. Durante siglos ha sido un territorio fuertemente militarizado, que consumió ingentes cantidades de recursos económicos para defender las posesiones de un rey o de otro. A los de abajo, nunca mejor dicho, les daba igual. Pero tenían que arriesgar sus vidas y dedicar buena parte de su trabajo a estas construcciones ciclópeas.
Apenas unos kilómetros más allá nos encontramos Castelo de Vide. Es una población más grande y más llana. El recinto de la fortaleza envuelve calles que luchan por mantener el aire medieval que les dio vida y sentido. En su entorno están las calles de la Judería, sin grandes ni llamativas edificaciones pero formando todo un barrio que realmente transmite la idea de barrio medieval judío, apartado y aceptado al mismo tiempo.
Buscamos asiento en algún lugar de la plaza. Hay un mesón que parece fresco. El menú que nos ofrecen nos convence en su primera línea: arroz con liebre para dos. Es una ventaja viajar con Alex porque come de todo. No muchos se hubieran atrevido con un arroz con liebre o…con las mollejas de gallina que comimos en Monsanto…Seguimos disfrutando del buen vino del Alentejo. Cada vez están más orgullosos, lo promocionan más y …¡le hacen justicia!
Con las sandalias llenas de polvo portugués llegamos hasta Alburquerque. Tenía ganas de conocerlo. Es el origen del poderío del Duque, nuestro Señor de Cuéllar, que se vio forzado por la nobleza a renunciar como Gran Maestre de la Orden de Santiago. Enrique IV le compensó entonces en 1464 con el Ducado de Alburquerque, con Cuéllar y otras villas. El Castillo, que antes fue de don Álvaro de Luna, es impresionante y casi inaccesible en los calores del verano. Pero el recorrido por el casco histórico, conocido como “Villa Adentro”, o por el perímetro de sus murallas es relajante y sugerente a la caída de la tarde. Aunque hay muchas casas sin habitar, el conjunto de las calles está muy cuidado y consigue crear una atmósfera especial, siempre desembocando en puertas de murallas que siguen en pie, la Puerta de la Villa o la Puerta de Valencia. Tras el paseo, es muy reconfortante un buen plato con un generoso surtido de ibéricos, ¡que no solo de arte y de historia vive el hombre!. Mejor dicho, también estas lindezas ibéricas son arte e historia viva. Y ya empieza a aparecer en la mesa el vino Ribera del Guadiana. Nada que envidiar a otras riberas. Ahora todos valoran y mejoran sus propios caldos.
En el primer bar donde hemos parado hemos preguntado por un Camping que aparece en los mapas como municipal y que no lo encontramos. Una amable camarera nos dice que está cerrado pero enseguida nos pone en contacto con un policía municipal que está al lado. Quiere enviar al alguacil para que nos lo abra para nosotros y podamos pernoctar con la furgoneta. Nos parece demasiado y nos conformamos con la alternativa que nos ofrece en un paraje aquí cerca entre encinas, que el Ayuntamiento aprovecha como recinto ferial. La noche bajo las encinas se presenta bien tranquila para estos cansados viajeros.
Y, tras una noche de estrellas, mugidos y ladridos de perros…retomamos de nuevo la ruta hacia el otro lado de La Raya. Yo creo que cruzamos más veces la frontera que los contrabandistas en sus buenos tiempos. El contrabando fue siempre una forma de vida a todo lo largo de los más de 1000 kilómetros de frontera. Se mantuvo sobre todo muy activo en la posguerra y el duro franquismo. Para los huidos y los represaliados fue la única forma de mantenerse vivos. No se ha escrito todavía la historia de todas estas gentes que sobrevivieron con el contrabando. Siempre en el filo de la navaja, con denuncias, sobornos, muertes ocultas… eran las tragedias de cada día. El café, un producto de lujo en la España autárquica, siempre fue una constante en ese comercio. El elevado precio del café hizo que se buscaran sucedáneos como la achicoria, que hizo florecer su industria en las fábricas de Cuéllar, por ejemplo. Pero se traficaba con cualquier cosa que pudiera venderse más cara en este lado. Hasta garbanzos en la más dura posguerra.
Pasamos, sin detenernos, por La Codosera, típico pueblo del contrabando. Hay un castillo, que dicen que dio cobijo a Juana la Beltraneja. También una “Casa del Miedo” que hasta Iker Jiménez ha investigado por sus efectos paranormales. Era un refugio utilizado por los contrabandistas y no es raro que alumbre las más extrañas historias de gritos y apariciones. Y también hay un Bar que se llama “El Quinto Coño”, para que nos demos cuenta por dónde andamos…
26 octubre, 2020
Refiero al curioso lector de estas palabras, con permiso de Jesús, e inspirado yo por este precioso Video suyo, a leer el capítulo 4 del Libro Tercero del PERSILES de M. de Cervantes…donde el manco sano nos relata una historia que en la novela hace resaltar las injusticias que abundaban por esas comarcas en los 1500s y albores del siglo 17, hasta en cualquier «delicioso pradecillo…rodeado de zarzas y cambroneras». Es la historia de «un mancebo vestido de camino, con una espada hincada por las espaldas, cuya punta le salía al pecho» — víctima de una traición por parte de un pariente suyo, mientras ambos iban de viaje juntos, precisamente no lejos de La Raya hispano-portuguesa que nos deja conocer aqui Jesús.