Hemos pasado la noche en un paraje totalmente rural y lejos de todo. Encontramos un Camping perdido en plena naturaleza humanizada, que aprovechaba las laderas aterrazadas para los olivos. Al amparo de esos olivos hemos pasado una noche de luna llena, en un recinto que luce como atractivo su poca contaminación lumínica para contemplar los cielos nocturnos. Lo regenta una pareja de holandeses que supongo que se quedarían enamorados del lugar y de las posibilidades que ofrece una vida tranquila, más allá del mundanal ruido.
Hay un pueblito que sobre el mapa nos da un toque de atención. Es Juromenha y nos acercamos a ver qué nos ofrece. Cuando llegamos nos encontramos con una pareja de Madrid que se lo habían recomendado y se han quedado totalmente sorprendidos por el lugar. Es una sorpresa más del camino. Hay toda una fortaleza amurallada, vigilante sobre el río Guadiana. Es bastante amplia y con una iglesia en su interior. Está todo abandonado de tal manera que da la impresión que fue ayer cuando perdieron la última batalla. Fue fortificada por los árabes con el nombre de Julameniya y se erigió como una de las defensas más fuertes del Guadiana durante toda la Edad Media.
Aquí tuvo lugar el matrimonio del rey Alfonso XI con doña María de Portugal. Luego, a mediados del S.XVII fue escenario de enfrentamientos durante la Guerra de Restauración portuguesa contra la España de Felipe IV, para conseguir su definitiva separación. Como otras fortalezas sufrió la explosión del polvorín que, unido a los efectos del Terremoto de Lisboa y a otros acontecimientos de las Guerras Napoleónicas, dejaron el aspecto ruinoso que hoy nos recibe.
Otro pequeño pueblo, Terena, nos reafirma que todo esto fue una zona bastante caliente, por no decir sangrienta, desde la Edad Media hasta comienzos del S. XIX con la Guerra de la Independencia. Terena vuelve a ser otra aldea de calles blancas levantada sobre un cerro coronado por un portentoso castillo medieval. Hoy mantiene su fortaleza en buen estado pero con la zona interior totalmente vacía. El pueblo es pequeño y está inmaculadamente limpio, como si fueran a llegar los participantes de algún concurso televisivo. Más abajo se levanta una floreciente población, que suponemos que tendrá algo que ver con los infinitas hileras de viñas que dibujan las lomas en torno al Guadiana. En una y otra ribera están haciendo muy buen vino. En un lado es vino del Alentejo, en el otro, de la Ribera del Guadiana. Y ya están empezando a darse a conocer más allá de estos pagos.
A un kilometro del pueblo nos encontramos una ermita, enorme y fortificada. Es la de Nuestra Sra. De la Buena Nueva, mandada construir por la mujer de Alfonso XI, de la que hablaba antes, para celebrar que el rey de Portugal había decidido apoyar a Castilla en la famosa batalla del Río Salado en 1340, en Cádiz, donde derrotaron a los árabes y aseguraron esta frontera sur de manera casi definitiva.
Siguiendo esta línea tan fortificada llegamos a Monsaraz, otra de las preciosas aldeas históricas de Portugal. Dicen algunas lenguas y algunos concursos que es la más bonita de todas. No tiene mucho sentido discutir sobre algo donde no hay criterios ni normas definidas. Pero es simplemente maravillosa y tiene… todos los ingredientes necesarios para alegrar el día. Encontramos el encanto de las aldeas blancas del Alentejo, con sus calles empedradas cuidadosamente y sus fachadas que parecen recién estrenadas.
Nos perdemos por las estrellas calles contemplando las originales chimeneas, redondas o alargadas, y todas diferentes. Desde la puerta, bajo la muralla de la entrada la calle principal, nos encaminamos hacia el castillo, superviviente a mil batallas, abandonado y rehecho varias veces. En el siglo XIX los vecinos fueron tomando sus piedras caídas para hacer en su patio interior una plaza de toros. Hoy forma parte del conjunto fortificado como si llevara ahí toda la vida. Desde lo alto se contemplan increíbles vistas sobre el Guadiana, a veces embalsado, a veces dibujando sinuosos meandros, pero siempre dejando bien a la vista la riqueza de esta vega.
Nos tropezamos con un pequeño garito que ofrece raciones de embutidos de “porco preto”, el hermano portugués del cerdo ibérico, aunque ibéricos son todos. Con un buen vino del Guadiana y con la constante compañía de los fados de Mariza hacemos una comida que nos ayuda a disfrutar más aún de estos rincones perdidos de Portugal. La felicidad debe de ser algo parecido a esto.
Cuando pasamos por Mourao, otra aldea blanca con su enorme castillo para defender el Guadiana, nos animamos, con un poco de pereza, a dar otro pequeño paseo, por no hacerle un desprecio. Cada uno de estos lugares merece mucho la pena. Han sobrevivido a los siglos y a todas las guerras de nuestros bárbaros antepasados. Hoy se esfuerzan por encontrar un lugar en la ruta de los turistas despistados.
Cruzamos la frontera una vez más, ahora llegando a la provincia de Huelva. Siempre me llaman la atención las mismas cosas. En el lado portugués hay un sencillo cartel que dice lo evidente: “Portugal”. Pero en el lado español, primero aparece un cartel mucho más grande y colorido con el nombre obligado, luego aparece otro más grande aún de la comunidad correspondiente, para dejar paso a otro anodino, grande y feo sobre la Red de Carreteras de…repitiendo la misma comunidad…A veces todavía añaden algún otro con los tópicos turísticos. Así somos. Nos presentamos como los auténticos chulos del barrio. ¡Que sepan bien adonde llegan!
Continuamos entre dehesas. La encina es el árbol que en realidad marca la identidad de Iberia. No sé si habrá alguna provincia, a uno y otro lado, donde no haya encinas. Sin embargo es un árbol olvidado y menospreciado. Humilde porque no es vistoso, pero ha mantenido la vida de las gentes de los dos países desde los tiempos de Viriato… Leña, bellotas, cerdos, barcos, carbón, artesanía, construcción…
27 octubre, 2020
el FADO (de Mariza?) —- qué bien