Si no fuera porque estamos al otro lado del mundo diría que Sidney es la típica ciudad europea con sus contradicciones, sus atractivos y sus repulsiones. Es una gran ciudad y enseguida nos muestra todo su agobio, sus ruidos, sus prisas, sus encantos seductores y sus momentos odiosos. Se vive en el gran anonimato de una gran urbe del siglo XXI. Cada uno busca su sitio sin mirar a nadie. Sin embargo en algunos aspectos sigue siendo una ciudad del siglo XX. Apenas dispone de zonas peatonales. Es la típica ciudad diseñada para los coches. Es ruidosa y los coches lo dominan todo. Los espacios públicos, aceras, paseos, huecos vacíos… están bastante descuidados, salvo algunos parques maravillosos.
Como buenos turistas, nuestros primeros pasos nos encaminan hacia la bahía para contemplar los dos monumentos que son el espejo de Sidney: la Ópera y el gran puente sobre la bahía. Nunca defraudan. Es la segunda vez que visito la ciudad y me acerco con los mismos ojos embelesados del que los descubre por primera vez. ¡Qué gran acierto la construcción del Ópera House a pesar de los problemas y los presupuestos desmesurados! Ahora es la imagen de la ciudad, como ha ocurrido con el Museo Guggenheim de Bilbao o la Sagrada Familia de Barcelona. Pocas ciudades disponen de un escaparate con tanta personalidad. La Torre Eiffel no fue más que una “boutade” de la Exposición Universal de de 1889. Otras ciudades tienen que refugiarse en auténticas gilipolleces para turistas como el Maneeken Pis de Bruselas, el London Eye o incluso la Sirenita de Copenhague.
La primera tarea que nos imponemos es conseguir una tarjeta australiana para nuestro móvil. Pensábamos que sería algo sencillo pero nos metimos en un camino de locuras inesperadas que acabó con nuestra paciencia y con las alegrías del primer día.
Un desaprensivo en un kiosko nos engañó con una supuesta tarjeta que al final solo era una recarga digital para prepago. Algo que no entendíamos mucho. Nos dirigimos a la tienda de telefonía australiana de Telstra con el objetivo de solucionar nuestro problema. Sin saberlo nos metimos en callejón de despropósitos conducidos por la inútil mano de un amable currante del lugar. Nos pidió pasaportes, tarjetas, direcciones, números de móviles…(ya preparábamos la Partida de Bautismo). Una locura sin pies ni cabeza que terminó con el bloqueo de nuestro móvil y pidiéndonos que llamáramos a nuestra empresa en España para solucionarlo… No corrió la sangre de puro milagro. Después de dos horas en esta situación kafkiana que nos dejó con cara de gilipollas reconocimos que lo más sensato era olvidar ese tema que no tenía solución y marcharnos a comprar un móvil nuevo que nos permitiera manejarnos por Australia.
Mientras intentábamos comer algo para recuperarnos de la frustración reconocimos la extrema dependencia que tenemos con nuestros móviles. Se han convertido en la custodia de todo nuestro yo. Ahí están nuestros documentos, certificados, billetes, direcciones, visados, entradas, …además de los datos, los amigos, la familia… Todo lo hemos confiado a este aparatito tan endeble y volátil. Parece que desde ahí podemos controlarlo todo, pero, en realidad somos nosotros los controlados. Nos reímos de los adolescentes que lo consideran su verdadera alma pero a nosotros nos han obligado a convertirlo en el depósito de toda nuestra vida. Y no hay opción.
Luego Sidney nos ofrece alguna recompensa. Nos dejamos llevar en un paseo sin prisas por el “viejo” barrio de The Rocks, donde se mantienen las antiguas casas coloniales en lucha contra la voracidad de las modernas torres de diseño de acero y cristal. Aquí encontramos el hotel más antiguo de la ciudad y también el pub más viejo que proclama su origen en el lejano 1826. Toda una antigüalla en estas tierras tan recientes. Llegamos a buena hora. Son las 6 de la tarde y ya es de noche. Nos animamos a sentarnos a cenar en un lugar tan acogedor. Pedimos, ¡cómo no!, unas hamburguesas de auténtica vaca australiana del Outback. Muy sabrosas y nada abusivas en complementos. Viene a traerlas una simpática muchacha negra que nos pregunta de dónde venimos. “De España”… “Ya, pero ¿de dónde?” Nos dice que ella es de Madrid, que solo lleva aquí 20 días y que ha venido para aprender inglés durante un año y medio. Está muy contenta y mutuamente nos caemos bien. Un buen recuerdo del pub más viejo de Sidney.
La vez anterior que visité la ciudad estuve haciendo una visita guiada por el interior de la Ópera House. Cuando la visita terminó me quedé en el hall, supongo que con una cara de estar bastante abobado por el edificio. Se me acercó una señora y me preguntó si quería entrar con ella a la Ópera que empezaba en media hora. Por supuesto, dije que sí sin pensarlo y luego me quedé meditando en si sería cierto y en qué suerte la mía.
La señora me explicó que estaba esperando a una amiga pero que no podía venir. Una vez sentados en unas butacas de lugares preferentes me dijo que la obra era una ópera Australiana sobre el cuento de Hansel y Gretel. Era el día del preestreno y se hacía un pase privado para amigos, familiares, trabajadores y otros invitados. Cuando empezó me quedé sin respiración ante aquel espectáculo. Yo nunca había ido a la ópera. El sonido era increíble y parecía que los cantantes estaban a nuestro lado. Enseguida me comentó mi buena hada madrina que el protagonista era su marido y que era un montaje totalmente australiano. En el intermedio hubo un cóctel con champán y otras viandas. Todo un acontecimiento para un turista de El Carracillo.
Por estos antecedentes siempre pensé que si volvía a Sydney debería volver a la ópera. En este tiempo he asistido a alguna ópera más en Madrid y Valladolid. Mis conocimientos son mínimos pero mi admiración es enorme. Desde hace más de dos años teníamos ya las entradas reservadas. Por supuesto han cambiado la programación en estos tiempos de pandemia. Nuestra ópera en esta ocasión es Madama Butterfly. Asistimos el día del estreno. Nuestra localidad es de tipo medio bajo. Pero el sonido es excelente en cualquier parte y la sala disfruta de un diseño que a los no acostumbrados nos tiene largos ratos mirando arriba, a un lado y a otro y por cada rincón.
En esta ocasión nos sobrevino un serio problema. Era nuestro segundo día en Sidney y estábamos sufriendo duramente el desfase horario. Para el biorritmo de nuestro cuerpo, la hora de la ópera equivalía a las diez de la mañana de un día en que llevaríamos toda la noche sin dormir… Del primer acto me enteré bien poco. Tras el descanso me lavé la cara y fui a tomar el aire. Los dos actos siguientes me parecieron sublimes hasta llegar a ese trágico final que pone los pelos de punta e hizo estallar un aplauso de muchos minutos. Para nosotros fue un éxito total. No sabemos qué dirían los papeles australianos al día siguiente. Previos al aplauso final ya habían sonado generosos aplausos tras la famosa aria que inicia el segundo acto II, “Un bel di vendremo”.
Normalmente no soy seguidor de la ópera pero…debería. Reconozco que es un espectáculo total. Es música, teatro, escenografía, tecnología, creación artística…Un espectáculo aparentemente reservado a unos pocos pero que en realidad es mucho más barato que un partido del Real Madrid. Y allí se juntan cien mil personas, sin quejarse de los precios. Así son los valores de nuestros tiempos. Desde ahora, Sidney siempre será para mí la ciudad de Madama Butterfly. La música deja una huella profunda, nos inunda completamente y, por eso, sus huellas son tan indelebles. Todos recordamos actuaciones o conciertos emblemáticos unas cuantas décadas después. Por no hablar de los momentos personales vividos con música…
Completamos nuestros días en Sidney con un pequeño crucero por la bahía. Toda la costa se halla completamente humanizada. Los habitantes de esta gran ciudad, como la mayoría de los australianos prefieren vivir en casas bajas con parcelas individuales. Este tipo de hábitat supone que los barrios de una ciudad de casi cinco millones de habitantes se extienden por un área de muchos kilómetros. Las casas están entre zonas arboladas y es fácil imaginarse el extremo peligro de los incendios en estas zonas tal como vemos cada año en televisión.
La ciudad está rodeada por aguas tranquilas con un clima suave que debió de cautivar a los primeros colonos llegados de las nubosas Islas Británicas. Establecieron primero sus colonias penales y fueron creciendo con las gentes diversas que se arriesgaban a venir a estas tierras o que eran obligadas a venir, condenadas por los más nimios delitos. Es muy interesante la historia de la sociedad australiana que partió de unos grupos de convictos y ha llegado a ser una sociedad abierta, con bastante equilibrio social, igualitaria y es una de las que disfruta de mayores protecciones sociales. Por supuesto, es un país muy rico y eso lo facilita todo. Pero Argentina, por ejemplo, también es un país muy rico y va de un gran desastre a otro mayor, a lo largo de su historia. ¿Cuáles son las razones? Quizás buena culpa tengamos los españoles e italianos que les dejamos los peores vicios de nuestras sociedades.
Comentarios recientes