Hipnotizados por el Centro Rojo
El viaje permite descubrir horizontes, explorar nuevas ideas, romper viejos prejuicios y abrir el corazón. (Melville)
Cuando se sobrevuela el interior de Australia se entiende enseguida porqué se le llama el continente rojo. Volamos hacia el Centro Rojo, la zona de Ayers Rock o el Ulurú, montaña sagrada para los aborígenes.
Desde el cielo se observan muchos cauces y ramales diversificados de lo que un día debieron de ser grandes ríos en una tierra verde. Quedan aún pequeños lagos, los famosos billabongs, más visibles en la estación húmeda. La mayoría aparecen como grandes hondonadas con tierra blanca salina recordándonos que un día esto fue un continente verde.
Creo que contemplando desde el aire estos inmensos desiertos es fácil adivinar el futuro que le espera a buena parte de nuestro planeta. Todos voceamos, nos manifestamos en contra del calentamiento climático o de las industrias extractoras…No faltan buenas palabras ni grandes propuestas ecológicas, pero nadie hace nada serio para enderezar nuestro destino.
Como buenos ciudadanos, nuestros políticos saben las medidas que se deberían tomar, pero reconocen que, si tomaran esas medidas, luego ya no sabrían que hacer para ganar las siguientes elecciones, que es su principal objetivo. El ejemplo de Manuela Carmena fue muy significativo y clarificador : ante unas sencillas medidas para evitar la contaminación y el tráfico excesivo en Madrid, los ciudadanos no estaban dispuestos a soportarlas y la despidieron de su empleo. La culpa no es de los políticos, que son nuestro fiel reflejo, la culpa es simplemente nuestra. Preferimos retrasar las soluciones, enredarnos en discusiones, incluso negar las evidencias, antes que apoyar los grandes cambios que necesita nuestra sociedad para que pueda continuar existiendo como tal dentro de cien años. Pero…eso es tan lejano…Ya se inventará algo. La historia ha descrito bien cómo han ido colapsando las diferentes civilizaciones. Tras la mayor parte de esas grandes crisis hay unos desastres naturales. Hoy ya somos una única civilización y conocemos bastante bien en qué consiste el desastre que se avecina. La madre Tierra nos está enviando avisos muy elocuentes.
En Alice Springs empezamos la parte más aventurera de nuestro viaje.
Desde el Aeropuerto nos encaminamos raudos a recoger la furgoneta. Nerviosos y despistados. Es una Mercedes enorme y apenas me entero de nada de las explicaciones de la amable señora de la agencia. Queremos ponernos en ruta enseguida para hacer con luz natural parte de los 450 km que nos separan de Ulurú. Tras sentarnos en la furgoneta el primer objetivo es un supermercado para conseguir provisiones. Estamos en Australia, en el interior, el Outback, y en los próximos 9 días solo encontraremos algunas pequeñas tiendas… o nada.
Empezamos a rodar por la infinita carretera del interior que une el sur con el norte de este continente. Une Adelaida con Darwin. Tres mil kilómetros. Enseguida me adapto a la conducción por la izquierda y poco a poco a las grandes dimensiones de la furgoneta. Ayuda el hecho de que sea automática y no haya que tocar nada para moverse por estos lugares tan increíbles. Nuestro próximo destino es el primer cruce que nos desviará hacia el Centro Rojo, el corazón de Australia donde late la gran piedra de Ulurú, que da vida a todas estas tierras tan lejos del resto del mundo.
Nos quedamos a pasar la noche en un pequeño lugar de camping al lado de la carretera, llamado Campsite Roadhouse. Aquí encontramos gasolinera, tiendita, bar, barbacoa, camping básico… todo regentado por unos abuelos que cuentan que fueron los pioneros del turismo en este Centro Rojo, una región en el desértico centro de Australia que aparentemente apenas ofrecía atractivos para posibles turistas. Unos visionarios.
Con el primer sol volvemos a la carretera. Contemplamos con asombro los enormes “road trains”, trenes de carretera. Son monstruosos camiones de hasta cuatro remolques que circulan como los reyes de la carretera. Nos temblaba todo el cuerpo cuando uno de ellos nos estaba adelantando. Mueven todo tipo de mercancías por estas zonas y es la forma más efectiva de desplazar ganado, combustible, minerales, materiales varios…
Llegamos a un lugar llamado Erldunda. Es una parada en el cruce de carretera que debemos tomar. Pillamos buen wifi y actualizamos los mapas de Google, porque hasta ahora íbamos casi a ciegas.
En nuestro despiste alguien nos oye hablar en español. Es un camarero murciano que lleva aquí ¡cuatro años!. Es increíble. Aquí no hay nada. No existe el pueblo de al lado para ir de fiesta o pasar el fin de semana. Antes estuvo en el mismo Ayers Rock, que está todavía más cerrado. Suponemos que ganará bastante dinero y le merecerá la pena…por un tiempo.
Seguimos camino hacia Ayer’s Rock. Varias paradas, fotos. Curioseamos y admiramos este paisaje tan extraño y tan monótono. Estamos en el llamado Outback, el interior de Australia, la parte de atrás, lo desconocido, lo ignorado. Es el “bush”, vegetación de matorrales, de tamaños variados y desconocidos árboles que van salteando los cientos de kilómetros. Encontramos muchos restos de fuegos. Suponemos que por aquí son los llamados “fuegos controlados”, que los llevan a cabo los guardas para evitar los grandes fuegos, tan destructivos e imposibles de apagar. Es una práctica aprendida de los aborígenes australianos y mejorada con las nuevas técnicas.
Avistamos Monte Connors, popularmente conocido como “la mesa”. Podría ser uno de tantos cerros de la provincia de Valladolid, pero en rojo vivo y a lo grande. Un poco después, en un recodo del camino, paramos en un mirador desde donde avistamos “la Roca”, por primera vez. Por fin, ahí tenemos la primera página de nuestro sueño. No decepciona. Realmente impresiona esta inmensidad de piedra plantada en una llanura infinita.
Su geología nos remonta al periodo Cámbrico, hace más de 500 millones de años, cuando un mar poco profundo ocupaba esta zona dejando sedimentos que luego fueron plegándose elevándose y erosionándose en las partes más blandas para dejar este gran monolito de arenisca roja, con estratos en vertical, que se eleva hasta los 348 m. sobre la superficie pero que se esconde más de 2500 metros en el la profundidad del suelo.
En Yulara, la única “población de” de toda la inmensa zona solo hay un Camping. En el lugar hay varios resorts, hoteles, algún supermercado, un centro médico, otro de Policía y poco más.
Larga cola para la inscripción. Desesperante e incomprensible. Todo regido y controlado por aborígenes desde que en 1987 el gobierno australiano les devolvió la propiedad de estas tierras.
Nos instalamos y enseguida hacemos un primer recorrido de inspección para ver la roca desde este entorno. No pensábamos que haría tanto frío. La tarde es desapacible. La noche es fría y la mañana es heladora, con escarcha sobre la hierba, hasta los dos grados bajo cero. No venimos preparados para esto.
Despertamos al amanecer. Es el día de de la Roca. Es un Parque Nacional donde se paga una entrada de 37 dólares, válida para tres días. Empezamos a andar y poco a poco nos vamos dejando llevar por el recorrido circular de 9 kilómetros que rodea la roca. Muchos turistas. Muchas bicis, niños, familias. Parece todo un muestrario de la sociedad australiana. Muy pocos extranjeros.
Encontramos muchos espacios señalizados que no se pueden fotografiar por respeto a los aborígenes. Las marcas, las líneas, las cuevas de la roca son escrituras de la naturaleza para los aborígenes que las han hecho parte de su cultura. Hay cuevas que solo eran para hombres, tras solo para mujeres. Hay varias cuevas con pinturas que podemos visitar y tomar fotos. Pasear junto a esta roca es realmente una experiencia religiosa. Es naturaleza, es la madre tierra en estado puro. Nos contemplan 500 millones de años. En cada momento del día tiene su propio color. Cambia con la luz, con la humedad, con el aire… Es imposible dejar de mirarla a cada momento. Irradia una imponente belleza. Destila un halo hipnótico que hace comprensible su naturaleza sagrada desde el inicio de los tiempos.
Desde el año 2018 está prohibido subir a la roca y cerraron el camino que habían diseñado para ascender. Los aborígenes lo sentían como una auténtica profanación de sus lugares sagrados. ¿Podemos imaginarnos que unos hombres de otras culturas escalaran por diversión los retablos de nuestras grandes catedrales? Sobre estas paredes rocosas están marcadas las huellas de los ancestros, están escritos los antiguos mitos del Dreamtime, el tiempo del sueño, está escrita la historia del pueblo Anangu y de otros que cruzaban el continente en su contínuo ir y venir. En nuestra sociedad tecnológica las imágenes han sustituido a los mitos. Ya todo es prosa.
El viaje es como la vida….y nos trae momentos de todo tipo. Van llegando imprevistos y algunas penalidades en el viaje. Nos arrugan un poco, sin llegar a la desesperación, pero vamos tirando. Perdemos el móvil que era nuestra conexión con este mundo (nos lo roban), también perdemos todas las imágenes de la Roca, cuando nos roban también la cámara de video. Volvemos a estar un poco perdidos en esta inmensidad. Se rompen los planes por causas sobrevenidas. Pero nos sobreponemos y nos preparamos para afrontar lo que pueda venir. Como en la vida misma. El rojo atardecer en la Roca nos parece ahora una ironía del destino. Nos hemos quedado sin los vídeos de la Roca, sin móvil australiano, sin…
Seguimos pasando frío en el camping. Mañanas gélidas y tardes con un viento helador. Nuestros cuerpos no están acostumbrados porque venimos del tórrido verano hispano. Mañana será otro día.
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