En Port Douglas, la población que es acceso y salida del Daintree, iniciamos el camino hacia el sur para recorrer toda la costa hasta Brisbane, donde dejaremos la furgoneta. Ya estamos pensando en esos más de dos mil kilómetros por andar, en los parajes y las maravillas que nos esperan. Nos dejaremos sorprender, porque es ése el secreto para de los viajes.
Aquí en Port Douglas nos reencontrarnos con los amigos Rick y Therese, que están con su puesto de ópalos en un famoso mercado de esta ciudad tan turística. La sorpresa y los abrazos son grandes. Volvemos a comprar más ópalos para que nadie se quede sin estas joyas cuando volvamos a casa.
A la hora de restaurarse vamos a comer a un pub tradicional, el “Grand Hotel”, que mantiene su encanto adaptado a los nuevos tiempos. Hoy es fiesta y está a tope. Pedimos dos platos de barramundi, el famoso y sabroso pescado australiano, frito y al grill, para comparar y disfrutar. Lo comemos rodeados de ruidos y pantallas gigantes con un partido de rugby que debe ser trascendental. Esto sí que es inmersión en el lugar donde se viaja.
Vamos a dejar atrás el norte más salvaje de Australia. Nos hubiera gustado hacer más rutas o volver a recorrer caminos por los que anduve hace ya unos cuantos años. Cuando era más joven me atreví a apuntarme a un tour bastante aventurero hasta el Cabo York, el punto más al norte de la isla, frente a Papúa Nueva Guinea. Era un tour barato, viajábamos en un gran todoterreno, dormíamos en un saco en el suelo (los famosos swags de los pioneros) y el chofer-guía nos preparaba las comidas más básicas. A veces parábamos a pernoctar en algún solitario camping, si lo había. Otras veces dormíamos en el suelo en medio de la selva, muertos de miedo, pensando toda la noche en las serpientes amenazantes o en los grandes murciélagos que teníamos sobre nuestras cabezas. Visitábamos algunas comunidades aborígenes, escondidas en la selva, para comprar cervezas y poco más. Recorrimos más de mil kilómetros por pistas de tierra, por la llamada Telegraph Road, que se hizo para llevar la línea de telégrafo hasta el mar y poder comunicar Australia con Londres. Creo que ahora no repetiría el viaje en esas condiciones, pero me lo pensaría…
Nos lanzamos a la carretera y vamos conduciendo hasta que empieza a atardecer. Siempre vamos dejando a nuestro lado inmensos campos de caña de azúcar. Dicen que están en retroceso pero aún ocupan miles de hectáreas, con su perfil verde y monótono. A veces tenemos que cruzar las estrechas vías de los trenes de la caña. A nosotros nos parecen propias de un tren de niños y más aún cuando vemos un trenecito paralelo a la carretera cargado con sus pequeños vagones, repletos de cañas de azúcar. Éste ha sido el medio de vida de toda esta costa desde hace más de un siglo.
En Babinda decidimos hacer noche. Encontramos un camping perfecto, con todo tipo de servicios y… todo gratuito, porque es municipal. Como otros campings, está lleno de grandes 4X4 y grandes remolques. Sus conductores son, casi siempre, jubilados que se lanzan a las carreteras a conocer un poco el país para el que llevan trabajando, sin levantar la cabeza, más de cuarenta años. Por fin encuentran tiempo para conocer y disfrutar de un país tan increíble.
Tiene fama Babinda de ser el lugar más lluvioso de la zona, más de 4000 litros al año. Y no podía defraudarnos. Estuvo lloviendo buena parte de la noche. Así las mañanas amanecen limpias y claras.
A veces nos desviamos de la carretera para adentrarnos en lugares que nos ofrezcan algo interesante. Con esta intención llegamos a los “Babinda Boulders”, un lugar de preciosos y contundentes pedruscos graníticos junto a un río salvaje y una ruta hacia las viejas minas de oro. Hoy es una concurrida zona de baño y de picnic en medio del espeso bosque tropical. El pueblo sigue manteniendo el encanto de esos viejos pueblos del oeste, pero con Toyotas y supermercados.
Llegamos a Townsville, la segunda ciudad de Queensland, tras Brisbane, la capital. Aquí volvemos a encontrar nuestra casa porque aquí vive Ángeles, cuellarana hispano-australiana, con su marido Jose. Hace ya seis años que vinieron buscando trabajo cuando en España estaba arreciando la crisis y los “jóvenes preparados” vieron cerradas todas las puertas del futuro.
Somos muy bien acogidos en Townsville, porque son parte de mi familia australiana. Hoy están perfectamente adaptados, con trabajo, casa, hija…algo impensable en España en nuestros chicos de treinta años . Qué tristeza se siente al ver toda esta generación sobreviviendo año tras año, entre trabajos precarios, inseguridad y vulnerabilidad constante, arrastrando la frustración de lo que les contaron que la vida les daría y lo que les ha traído en realidad. Por ironías del destino, la siguiente generación, la X, todavía tiene peor futuro y parece que cada vez se echan más en manos de los populistas de la extrema derecha, como única alternativa a las frustraciones constantes. Son carne de Metaverso….
Townsville es la típica ciudad australiana que extiende sus casas unifamiliares con parcela durante muchos kilómetros. Vemos un pequeño centro urbano comercial y más allá parece que siempre estamos en las afueras. Tiene los mismos habitantes que Valladolid, por ejemplo, pero no se parecen en nada. Grandes parques verdes por todas partes, calles en cuadrícula, calles vacías de gente porque hay que ir en coche a todas partes. No hay ruidos. Todo limpio y muy bien cuidado.
En los paseos junto al mar aparece la sociedad australiana, tan diferente a la nuestra. Vemos muchas parejas jóvenes con dos y tres niños, incluso con perros. En nuestro país los treintañeros solo se pueden permitir criar un perro. La mentalidad es muy diferente también. Dicen que no quieren ni compromisos, ni problemas. O quizás, como decía el otro, “Es la economía, idiota”
Estamos en un país rico, muy rico y además bastante bien organizado. Esto no quiere decir que en Australia no haya pobres y gentes que no tienen adónde ir. Sus recursos y riqueza en minerales le permiten mantener un nivel de vida y sobre toda una calidad de vida envidiada por medio mundo. Desde el mirador más alto de Townsville Ángeles nos ha hablado sobre las inmensas minas de carbón del interior que hacen de Australia el mayor exportador mundial de este mineral, sobre todo hacia India y otros países asiáticos. Los grandes cargueros de carbón navegan peligrosamente por medio del Arrecife de Coral. Este país que tanto presume de saludable, sostenible, orgánico, eco, healthy,… es uno de los que más contribuyen al deterioro del cambio climático. Pero ellos solo exportan carbón y gas…la culpa es de los otros. Los australianos surfean como pueden sus inmensas contradicciones.
También en Townsville comemos en el tradicional National Hotel, reconvertido hoy en lugar de juegos y apuestas, sembrado de pantallas por todas partes. Su menú del martes es una carne australiana a la plancha que quita el hipo, por 17 dólares (12 euros). ¡Qué carne tan sabrosa tiene este país y sin embargo cada vez abundan más los veganos! También las verduras son muy buenas, aunque no las ofrezcan tanto. Siguen pensando que nadie llegó aquí para cultivar y comer lechuga.
Comentarios recientes