Brisbane, pura vida australiana
Vamos siguiendo la carretera de la costa otros 300 kilómetros hasta encontrarnos con Brisbane. La mayor parte ya es autovía. Todo va cambiando. Ya no son las tierras de la extraña Australia. Seguimos aún por medio de campos de caña que no nos han abandonado desde Port Douglas, más de 1500 kilómetros al norte.
Nos dirigimos a un lugar cercano al aeropuerto de Brisbane, donde debemos dejar la furgoneta. Todo va bien. Llegamos a la hora. La furgoneta, aunque es un poco vieja y se calentaba en las subidas, se ha portado bien. Dejamos esta vida de carretera y nos preparamos para una vida más tranquila.
Nos encontramos con Daniel, australiano que vivió conmigo en Cuéllar durante un curso, como lector de Inglés en el primer año de la enseñanza bilingüe en el Instituto. Aprendió un buen español y ahora le ayudamos a refrescarlo. Después de andar unos años por el mundo ha vuelto a casa. Ha trabajado en Manchester y en Kuala Lumpur, donde asistimos a su boda (¿Quién no va a una boda a Kuala Lumpur?). Ahora vive en Brisbane con Diana, su pequeño Henry y el fiel samoyedo Marble.
Nos sentimos como en casa. Las puertas de la aldea global siguen abiertas. Son como parte de la familia. Sus padres han visitado Cuéllar dos veces y nosotros educadamente devolvemos la visita.
Pasamos unos días disfrutando de la buena acogida en Brisbane, después de los ajetreos de un viaje tan largo y variopinto. Ya estamos adaptados a la vida australiana, sus horas de comida y sus horas de recogida.
Brisbane es la tercera ciudad del país con más de un millón de habitantes, que se extienden sin medida hasta unirse con la turística Gold Coast, el paraíso de los surferos. Está levantada en las orillas de los últimos meandros del río del mismo nombre. Es una ciudad fluvial, poblada de puentes de diferentes tipos y de barcos que ejercen de autobuses por las orillas. En ellos nos desplazamos la mayoría de los trayectos. Nunca olvidaremos los atardeceres junto al río con la línea del horizonte dibujada por los modernos rascacielos. En esa hora dorada parece que el hombre y la naturaleza, la técnica y la tierra, han hecho un pacto para juntos ofrecernos lo más bonito que podemos disfrutar. La silueta de los puentes y de los altos edificios son una invitación constante a tomar una foto más o a volver a hacer otra nueva toma de video.
Es una ciudad bastante más australiana que lo que vimos en Sidney, más cercana de las europeas. Sus casas, su urbanismo, tráfico, parques, tiendas, terrazas, sonidos, luces…todo tiene una identidad australiana.
Visitamos un zoo moderno y respetuoso con sus inquilinos. Aquí viven animales propios de Australia disfrutando de amplios espacios para ser contemplados de la forma más natural posible. Y comprobamos que en este país hay muchos animales diferentes. Por fin vemos ornitorrincos moviéndose por el agua. Volvemos a enredarnos con los koalas, tan tiernos y tan achuchables. Pero también con los canguros que se dejan acercar hasta darles comida, muy diferentes de aquellos salvajes que nos atacaron a las afueras de Hervey Bay. Por fin vemos los nombrados dingos, los perros salvajes, que aquí parecen tiernos pastores. Hay una demostración para contemplar cómo los perros dominan y conducen un rebaño de ovejas. También otra con aves de presa. Continuamos viendo lagartos grandes y muy extraños, junto con serpientes que dan escalofríos. Ya sabemos que Australia es el país de las serpientes, pero sentirlas tan cerca deja el cuerpo intranquilo.
Otros ratos paseamos por las calles de la ciudad, por los parques, tomamos cervezas y hasta hablamos con alguna camarera española. Visitamos algunos museos que forman también parte del paisaje urbano. Brisbane está creciendo en ese sentido porque quiere dejar de ser la ciudad de paso hacia la costa, la ciudad de casinos y negocios, para ofrecer un atractivo más cultural y cosmopolita. Como otros lugares australianos muestra con orgullo la huella y la historia de los aborígenes. Destaca la cultura primigenia en los nombres de lugares y en las leyendas míticas que acompañan a cada rincón del mapa. Sin embargo por aquí ya apenas se ven aborígenes. Esto es el primer mundo. Si en Cairns o en las Tablelands estaban presentes por muchas partes, aquí ya es diferente. Solo quedan sus obras en los museos y las referencias constantes a sus mitos fundacionales.
En el Museo del Ayuntamiento nos cuentan que Brisbane nació también, como Sidney, a la sombra de un penal de presidiarios, traídos desde Sidney por su mal comportamiento. A partir de ahí empezaron a surgir nuevos asentamientos y ya vemos que las cosas han cambiado bastante desde entonces, en apenas 180 años. Esa es toda la historia de Brisbane, como la de este país tan nuevo y tan atractivo, convertido hoy en un lugar que seduce a gentes de todo el globo y que otorga con cuentagotas sus permisos de trabajo o de residencia. Nos hemos encontrado por todas partes españoles que trabajan en tiendas, bares, restaurantes y cosas varias. Llevan aquí dos o tres años y algún día tendrán que plantearse qué hacen por aquí. Si su trabajo no mejora aquí, tampoco mejoran las perspectivas de la vuelta a España. Hay buena parte de una generación atrapada en esa alternativa engañosa. ¿Emigrar después de hacer una carrera en España para estar poniendo copas bien pagadas en un país del ancho mundo? También algunos ocupan puestos mejores pero no dejan de plantearse si no sería mejor volver a casa, aunque la condiciones sean peores. Emigrar es muy duro, como se ha demostrado a lo largo de la historia. Los programas de “Españoles por el mundo” suelen mostrar a los triunfadores de esta historia, con sus casas maravillosas, sus parejas y niños felices, sus trabajos exitosos, incluso su integración en la nueva sociedad. Pero ésa solo es una cara de la moneda. Para la mayor parte de los emigrantes hay otra cara mucho más oscuras, aunque sean emigrantes del primer mundo.
Otro día visitamos un Parque Nacional cercano. Monte Tamburine, donde nos encontramos con los padres de Daniel entre cascadas y fresquitas montañas. Comemos en la terraza de un restaurante desde donde se contempla a lo lejos toda la Gold Coast, una inmensa línea de rascacielos junto al mar que triplican la idea que tenemos de Benidorm. Al menos son 30 kilómetros llenos de torres en primera línea. Allí están los edificios más altos de Australia.
Peter y Jenny recuerdan con mucho cariño España. Viajaron por pequeñas y grandes ciudades. Incluso se animaron, junto con otros amigos, a hacer varias etapas del Camino de Santiago. Recuerdan con detalle muchas cosas que nosotros hemos olvidado. Un pequeño bar-mirador en Fuentidueña, un lechazo asado en Torrecilla, un café en una iglesia que es restaurante…Todas estas conversaciones nos ayudan a valorar muchas cosas que para nosotros son normales y que apenas apreciamos. Ellos valoran de España todo lo que aquí no pueden encontrar, no solo historia o monumentos. A nosotros aquí nos sucede algo parecido con las carreteras y paisajes del interior o con los pueblitos del Outback.
En Brisbane hacemos vida australiana. Cuando se viaja a un país con ganas de conocer algo de su vida, naturaleza, historia…lo mejor que puede pasar es que alguien te acoja en su casa y poder conocer de primera mano la vida de ese país. Así estamos en Brisbane. No hacemos nada extraordinario. Simplemente nos dejamos llevar …y nos llevan por las calles, un museo, una playa, un mirador, un parque, sobre todo parques, porque ésta es una ciudad en medio de infinitos parques. Quizás es un lejano recuerdo de aquella naturaleza salvaje que hasta hace dos siglos inundaba esta zona con inmensos bosques tropicales semihúmedos, plagados de especies de animales y plantas que hoy son un lejano recuerdo o piezas de museo.
En nuestros días Brisbane es una tierra de oportunidades, llena de empresas que buscan gente para cualquier tipo de trabajo porque la economía está creciendo más que las posibilidades de la población. En todas parte leemos carteles que se excusan por no podernos atender bien por la escasez de personal. Los leemos en el transporte, en restaurantes, en edificios del gobierno… ¿Qué pensaríamos en España de esta situación?. Cada país es diferente y está marcado por su historia. Y la historia de este país tan nuevo está escrita por personas que han venido a trabajar para buscarse la vida y para hacer dinero. A veces, contemplado con mentalidad europeo, da la impresión de que es un gran casino donde todo el mundo está dominado por un único propósito; ganar dinero. Siempre se habla de dinero, de lo que se gana, de lo que cuestan las casas, de mejorar el trabajo, de cambiar de casa…Todo el mundo parece orgulloso de trabajar mucho, de ganar dinero y de tener una vida que se merecen. No importa que no haya tiempo para otras cosas, simplemente para estar con la familia, para disfrutar con los amigos… para perder el tiempo con unas cervezas en compañía, para ratos culturales o pasiones personales. Para todo lo demás, el mundo del metaverso ya está aquí y lo complementa todo.
Iniciamos el regreso desde el aeropuerto de Brisbane. Vuelvo a revivir mis sentimientos sobre la vida en los aeropuertos, los llamados “no lugares” por excelencia. Los lugares que mejor anuncian la vida hacia la que nos encaminamos. <un lugar donde cada uno tiene su propiopropósito. Cada uno va a lo suyo sin mostrar ningún tipo de empatía con el vecino. Cada uno debe resolverse su problema. En estos lugares nos animan a ser desconfiadas, a vigilar a observar…por nuestra propia seguridad. Debemos denunciar cada objeto o cada movimiento que nos resulte sospechoso. Avanzamos hacia el individualismo total y absoluto. El otro puede ser siempre el enemigo. Es un lugar plagado de gentes solitarias pero muy comunicadas. Solas, pero conectadas en todo momento con todas las redes posibles. Desde aquí todos venden sus maravillosos viajes, sus experiencias únicas, sus momentos inolvidables. Pero todos estamos solos como ratas, vulnerables como niños, atrapados como cobayas. Estamos en manos de ese poder invisible que se extiende día a día sin que nunca veamos su cara.
No me imaginaba hasta qué punto volverían todas esas sensaciones. En Sidney, después de larga espera, nos comunicaron que nuestro vuelo estaba cancelado por “razones técnicas”. No es lo mismo que te cancelen un vuelo en Londres que al otro lado del planeta. No me voy a quejar. La organización ha estado perfecta, la información bastante puntual y los recursos han sido los esperados. Dos días más en Sidney en un hotel junto al aeropuerto. Vemos el lado bueno. No tenemos que volver para trabajar, no perdemos estos días de nuestras vacaciones. Vamos a tomar unas cervezas …que el viaje continúa.
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