Andando por todo el Rosellón constantemente nos recuerdan que estamos en Cataluña, Cataluña norte para ser exactos. Nos lo dicen en las comidas, en los productos, en las rutas, en el nombre de las calles, en las historias de los lugares… Nos cuesta entenderlo, pero siguen considerándose catalanes. No tiene nada que ver con la política, simplemente son las costumbres, el clima, la lengua, la sardana, el vino, el aceite de oliva, el pernil, el pa amb tomaquet…y la historia. Esta tierra fue parte del Reino de Aragón y luego de España hasta el Tratado de los Pirineos en el siglo XVII, casi nada. La historia es así.
Aquí están las poderosas Abadías que ayudaron a repoblar y cristianizar tanto el norte como el sur de los pirineos. Con ellas se consolidó el sistema feudal, al tiempo que se extendía la cultura del vino y de lo que hoy se llama dieta mediterránea. Verduritas de la huerta, truchas del arroyo, algún gorrino y “un vaso de bon vi” que diría Berceo. Pocos monasterios conservan hoy sus comunidades de frailes, pero se mantienen en pie, bien cuidados con el orgullo que les da el paso del tiempo y como testigos únicos de la época medieval en estas tierras agrestes.
Primero hemos llegado hasta el Priorato de Serrabona. Se mantiene el nombre catalán. El coche tarda en llegar más de media hora por un camino solitario y maravilloso, entre muestras de bosque mediterráneo, encinas, boj, olivos, quejigos, romeros… Estamos en un ramal del Camino de Santiago francés. Por aquí se extendió el románico y de aquí pasó al otro lado de los Pirineos. Tanto esta iglesia como la Abadía de San Miguel de Cuixà son ejemplos del prerrománico mejor conservado. San Miguel tiene el mayor templo prerrománico de Francia. Está perfectamente conservado y restaurado, casi tal como lo dejó el conocido Abad Oliba.
Si nuestro Patrimonio sufrió el desastre de la Desamortización, aquí fueron los efectos de la Revolución Francesa los que se encargaron de desacralizar los templos y acrecentar su deterioro. Me acuerdo de Cuéllar, de la Armedilla, de San Bernardo en Sacramenia, de muchos monasterios cistercienses del valle del Duero, de iglesias de Segovia…La historia aquí fue muy parecida. El gran claustro de la Abadía de S. Miguel de Cuixà fue desapareciendo, tras la desacralización. Luego se ha recuperado una parte que ha vuelto a ser montada. Otra buena parte del claustro fue vendida a los americanos y hoy se expone en el Museo The Cloisters, en la calle 204 de Nueva York, junto a la Iglesia de San Juan de la Villa de Fuentidueña y otras joyas del Románico Pirenaico. Parece que el dinero puede comprar hasta la historia.
Junto a los monasterios se venden recuerdos, artesanías, vinos, mermeladas, dulces, panes y, por supuesto, cervezas artesanas de abadía, aunque hay que pensar que por estas tierras los monjes serían más partidarios del vino y tendrían cada día su “medida” de vino, según la regla de San Benito. La cebada para la cerveza no es propia de estos parajes montañosos. Estamos en tierras del Mediterráneo. Tierras de uva macabea, muscat, merlot…placeres de la vida.
Al caer la tarde pasamos por un paraje conocido como Los Órganos, donde el tiempo, la piedra arenisca y la erosión han construido un paisaje de Capadocia en el Midi Francés. No todo son piedras, castillos y abadías.
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