¡Que llega la Semana Santa! ¿Es tiempo solo de poner cara seria, de pensar en pecados y penitencias…? Es un buen tiempo para descorrer un poco la cortina y ver qué puede haber detrás de la religión. Cada vez somos más superficiales en todo y por eso procuramos evitar estas cuestiones. Entre los whatsapps, el Facebook y el YouTube… nos tienen entretenidos, para que no pensemos en lo que de verdad nos interesa, desde el mercado de trabajo, hasta el lado oscuro de las religiones.
A pesar de todo, a veces se nos cuela un aire fresco que nos susurra esas preguntas sin respuesta. ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? Y la más decisiva ¿Qué coño hacemos aquí? Un simpático escritor dice que “los cristianos están aquí para ayudar a los otros, pero que los otros… no sabemos para qué están.”
Se supone que para responder a esa cuestión han ido surgiendo los cientos de religiones a lo largo de la historia, con mayor o menor éxito. Desde que unos neandertales enterraran y honraran por vez primera a sus muertos, pasando por los complicados egipcios y los simples amazónicos, hasta la llegada de Iglesia de la Cienciología, hemos visto muchas formas de interpretar la religión.
En estos miles de años la religión ha cumplido unas tareas principales: 1/. Explicar las cosas que no se pueden explicar de otro modo. 2/ Servir de consuelo ante las penas de este mundo y el temor a la muerte 3/ Conseguir la unión y la cooperación de la gente, los clanes, grupos, sociedades… para afrontar duras tareas. 4/ Justificar un conjunto de normas morales para el buen funcionamiento de la sociedad.
Parece que la religión ha cumplido bien sus funciones. Ha evolucionado, se ha adaptado a lo largo de los siglos y aún le seguimos otorgando un papel relevante en las distintas sociedades del siglo XXI. Pero está claro que han sido sus funciones sociales las que mejor ha cumplido. Desde que la religión pasó del humo de los chamanes a ser un bloque de creencias organizado con sus rituales y sus sacerdotes, el poder político descubrió el gran valor que aportaba la religión para controlar a los pueblos, para unirlos y lanzarlos a los proyectos más variopintos, como construir pirámides, levantar grandes templos, conquistar pueblos o promover cruzadas y guerras religiosas que aún continúan ensangrentando el planeta.
Los grandes imperios siempre han tenido al lado el apoyo de una religión fuerte y muy institucionalizada. Pero ¿qué fue primero el emperador o el sacerdote? Siempre han estado muy unidos. Desde el Egipto de los faraones, los reyes medievales, el Imperio Jemer en Ankor…, hasta el mismo régimen de Franco, el poder político y el religioso han estado unidos y fortaleciéndose mutuamente. En la España de hoy todavía tenemos muy claros los efectos de este poder compartido. Aún no sabemos qué es una sociedad civil. Miramos con recelo a los países islámicos, pero aquí la religión impone sus formas y credos en las leyes de educación, influye en la sanidad, en la normativa sobre abortos, cuidados paliativos y trasplantes, en la investigación sobre células madre…, en las costumbres y leyes de toda la sociedad. Hasta en el humor: nos podemos reír a costa de Mahoma, pero no de una capilla católica, porque terminaremos en los tribunales.
En el siglo XXI, tan revuelto, la continua presencia de la religión en la vida social plantea bastantes interrogantes. ¿Tiene que ser la religión un asunto estrictamente privado? ¿Tienen derecho a ocupar los espacios públicos con cualquier celebración? ¿Por qué influye tanto el lobby eclesiástico en nuestros legisladores? ¿Qué ocurrirá cuando otras religiones en alza, como el Islam, reclamen también el espacio público? Discutimos si las musulmanas pueden ir con el hiyab al Instituto, pero admitimos sin problemas que nuestras monjas lleven su hiyab particular. ¿Por qué aparecen estas contradicciones cuando dos credos se rozan? Continuará…
Desde el mar de Pinares: Jesús Eloy García Polo
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