Hemos pasado la noche en el desierto de Wadi Rum, que une Jordania con el gran Desierto de Arabia. Es también, como Petra, Patrimonio de la Humanidad desde 2011. Nos habían hablado de dormir en tiendas de campaña, pero como la noche de invierno se presentaba fría, nos han alojado en unas pequeñas construcciones de adobe de 3X2m. elementales, pero acogedoras. Nos esperaba la luna llena en el desierto y nosotros lo hemos celebrado con una botella de vino de Ribera, que hemos acarreado día tras día, para algún momento inolvidable. Supuestamente está prohibido el alcohol, pero nos han abierto la botella y nos han dado dos copas de cristal. No sabemos si Lawrence de Arabia alcanzó estos lujos. Este fue su desierto, del que quedó fascinado y donde se estableció durante la I Guerra mundial, apoyando las revueltas de los beduinos, con los que convivía.
Aquí se rodó la película sobre sus andanzas. Además de alguna de Indiana Jones y también Marte, de Ridley Scott. Estos paisajes pueden parecer los que asociamos a Marte o a la Luna, pero son mucho más sugerentes y bonitos, sin duda. Tienen escrita la historia de nuestra tierra.
Es un desierto de piedra arenisca rosada, como todo por estos lugares. Se le reconoce sobre todo por las maravillosas formaciones de rocas y montañas. Todo está siendo erosionado constantemente por el viento y la arena, creándose nuevas formas con las rocas y con las dunas, pero a ritmo geológico. Es un gran valle (eso significa wadi) que se ha ido rellenando con la arena desprendida y arrastrada por el viento. Son montañas parecidas a las que dejamos en Petra pero hundidas entre millones de toneladas de arena.
El paisaje nos deja fascinados desde el primer momento. Hay una luz preciosa. Ha llovido durante la noche y por la mañana las nubes dan mil tonalidades a las rocas. Los colores cambian constantemente, según se mueven las nubes o los rayos de sol. Además el viento levanta la arena, añade tensión y a veces un halo de misterio oculto. Nos imaginamos las caravanas de camellos, cargadas de incienso del Yemen y de seda de la India, buscando el camino en medio de la tormenta de arena. Estamos bastantes solos. Apenas vemos algún otro jeep de vez en cuando. No es tiempo de turistas. Disfrutamos.
En algunas paredes se pueden ver dibujos e inscripciones de los antiguos nabateos. Hay petroglifos de camellos, pastores y cabras. Hace mucho tiempo que los beduinos llevan viviendo por este desierto. Ahora procuran mantener un turismo respetuoso con esta naturaleza tan dura y salvaje. Conducen todoterrenos en lugar de camellos, levantan bungalows y jaimas, preparan comidas tradicionales y sirven el aromático café árabe con cardamomo. Los turistas lo agradecemos y nos movemos con respeto y admiración.
La vida en los desiertos siempre ha fascinado por su simplicidad. Se necesitan muy pocas cosas para vivir. La única imprescindible es la solidaridad. Sin ella, no hay aquí vida posible. Dicen que ellos son muy distintos de las gentes de las ciudades. Por esto mismo sedujo a Lawrence de Arabia, como antes había seducido a tantos otros. En estos desiertos, repletos de sencillez y privaciones, nacieron las tres grandes religiones monoteístas. Todos sus profetas y predicadores son hombres de desierto. Moisés anduvo por el Sinaí, Mahoma por el desierto de Arabia y Jesús se retiraba a orar por los desiertos al lado de Galilea. En cambio Buda recibió la iluminación sentado a la sombra de un gran árbol y nunca habló con dioses temibles y poderosos. Sus predicaciones también fueron muy diferentes. Los unos exigen renuncias, sacrificios y normas severas. El otro simplemente predicó el vivir la vida evitando el sufrimiento. Todos nosotros, nuestra sociedad y cultura, estamos marcados por las religiones del desierto, aunque nos parezca que hoy las hemos dejado a un lado.
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