Después de haber pisado las tierras del conflicto palestino-israelí, uno se vuelve particularmente sensible a cualquier información sobre el tema. Por eso me llama la atención que la Conferencia Internacional de Paz sobre el problema palestino-israelí que ha tenido lugar en París apenas haya tenido repercusión mediática, envueltos como estamos en noticias climáticas, refugiados, llegada de Trump, los padres de Nadia, masterchef junior… Estamos saturados de sufridores.
Tras haber andado unos días por aquellas tierras bíblicas se comprende enseguida el problema de una forma bien clara. A base de informaciones de telediarios nadie distingue claramente qué es el Estado de Israel, quiénes son los palestinos y dónde viven, qué son los asentamientos o qué quieren los palestinos con tanta intifada, revuelos y atentados…
Como siempre, una mirada a la historia nos ayuda a ver más clara la enrevesada situación actual. Una parábola. Podemos imaginar que en 1947 las Naciones Unidas dijeron que Andalucía había sido una tierra habitada durante siglos por los musulmanes y que desde entonces esa parte de España se les entregaba de nuevo en reconocimiento de sus derechos históricos. A los andaluces se les dejó unas zonas donde vivir y organizarse, pero siempre bajo control musulmán. Muchos fueron obligados a marcharse. España se rebeló e hizo una guerra que perdió, dejando el poder de esas tierras al nuevo Estado. Luego se desentendió del problema, acogió refugiados andaluces, pero fueron los propios andaluces quienes tuvieron y tienen que luchar solos contra la poderosísima maquinaria del nuevo Estado que tiene grandes apoyos en el exterior. El nuevo Estado va ocupando poco a poco las tierras que las Naciones Unidas les dejaron a los andaluces e incluso otras dentro de territorio español. La ONU hace declaraciones en contra, pero el nuevo Estado continúa con su política de hechos consumados…
Es un ejemplo de cómo surgió el actual Estado de Israel y de su supuesta legitimidad.
Ahora ya es muy difícil enmendar el gran error de la ONU en 1947 al entregar al Sionismo buena parte de un país habitado durante siglos por su población natural, como cualquier país. “ Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, era el falso y demagógico lema de los ocupantes. El impacto moral del Holocausto sobre la conciencia internacional tuvo mucho que ver con la decisión. Ahora, después de 70 años, después de cuatro guerras reconocidas y de constantes enfrentamientos menores, es casi imposible encontrar una solución justa. Se ha convertido en un conflicto sin solución, del que oiremos hablar durante décadas, con enfrentamientos directos, muertes inútiles y sufrimientos constantes, mayores para unos que para otros.
Hoy día ya es inviable la solución de los dos estados que se reclama internacionalmente. ¿Por qué? Otra parábola. Podemos seguir imaginando que Cuéllar es una ciudad palestina, en territorio reconocido como palestino, la Cisjordania, tal como vimos Belén. Imaginamos que las colinas que nos rodean son ocupadas año tras año por construcciones ilegales e ilegítimas de extranjeros, levantan casas y bloques de viviendas, hasta miles de ellas en 28 asentamientos diferentes. Se rodean con alambradas, con soldados armados y tienen su propia carretera a la capital, donde trabajan la mayoría… Esos son los asentamientos de colonos judíos. De esta forma hay viviendo en las zonas de Cisjordania unos 700.000 colonos, en tierras que no son suyas, pero defendidos por las metralletas de su gobierno, con la excusa de que “Israel ha construido en su territorio desde hace tres mil años”. Además Israel controla la economía, el agua, la energía…, solo el tráfico está controlado por la Policía de los territorios palestinos. ¿Qué significaría entonces un estado independiente? ¿Pero, no era éste el país de los palestinos hasta 1947?
La reciente Conferencia ha hecho una prosaica llamada a la paz y ha mostrado la oposición a que Trump traslade su Embajada a Jerusalén, una provocación que traería nuevos enfrentamientos. Nada nuevo. La comunidad internacional carece actualmente de autoridad y de referentes con prestigio moral suficiente para intervenir en cualquier conflicto internacional. Lo vemos en la crisis de los Refugiados, en la Guerra de Siria o en la Guerra de Yemen.
Los jóvenes palestinos continúan sin esperanza. Viven amontonados en sus aldeas y ciudades, con movimientos limitados, con poco acceso a la educación, con escaso trabajo, con su vida controlada y dependiendo de la caridad internacional. ¿Qué futuro les espera? ¿Se pueden entender las desesperadas salidas que a veces toman?
Desde el Mar de Pinares: Jesús Eloy García Polo
Comentarios recientes