Los pinares dibujan nuestro horizonte y son nuestro paisaje identificativo desde hace siglos. Probablemente el secreto de su permanencia en el tiempo y su buena conservación sea el hecho de ser montes comunales, en su mayor parte. Desde la creación de la Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar, allá por el siglo XII, la protección y el cuidado de los pinares ha sido una constante. De ellos se obtenía resina, la pez en las pegueras para barcos y candiles, madera para construcción y carpintería, leña para casas y hornos, piñones, caza…
Pero lo más admirable es que los pinares hayan sobrevivido a lo largo de los siglos con escasas pérdidas para conseguir tierras de labor. En lenguaje actual lo llamamos bosque sostenible, ecológico…pero ya estaba aquí inventado en la Edad Media.
Rafa, el guarda de los pinares de la Comunidad, me va explicando el sistema de ordenación del monte y las diferentes fases de la vida de los pinos, para conjugar explotación y sostenibilidad. Se establece un turno de 100 años de vida para el “pinus pinaster” o resinero. La primera fase, 0-25 años, es de crecimiento salvaje con tratamientos selvícolas de podas y clareo. Son las pimpolladas que vemos repartidas por aquí y por allá. De los 25 a los 50 años es la fase de formación o descanso de la masa forestal.
Se hace un clareo final para dejar una masa forestal homogénea, con una densidad de unos 175 pinos por hectárea. La fase de resinación se realiza entre los 50 y los 75 años del pino, cuando está en su mejor momento y ha alcanzado más de 32 cms. de diámetro. Más allá de los 75 años se van haciendo clareos sucesivos durante 25 años, dejando pinos para que extiendan semillas, hasta que se hace la corta final de estos pinos “padres”. Nunca hay cortas a matarrasa.
Hace ya casi 25 años que Rafa lleva controlando este turno de rotaciónes en la explotación de los pinares. Solo así se explica que permanezcan sostenidos y sostenibles siglo tras siglo. El actual sistema de ordenación se puso en marcha en 1901, a imitación del que se llevaba a cabo en Las Landas francesas. Sin embargo, en la charla me quedo un poco confuso porque no acabo de aclararme cómo van haciendo las rotaciones en las diferentes fases. Tiene que ser muy complicado, ¿no?. ¡Pues no! Me pone como ejemplo el mayor monte de la Comunidad, (e incluso de todos los montes ordenados de pinus pinaster de Europa), el Común Grande de las Pegueras, con más de 7000 Ha.
Este monte está dividido en tres grandes Secciones (1ª, 2ª y 3ª) y cada una en tres Cuarteles (A, B y C), muy importante para entender la nomenclatura en los mojones, que siempre me han parecido como jeroglíficos egipcios. A su vez, cada Cuartel se divide en 4 Tramos (I, II, III y IV) que son los que marcan las rotaciones de las fases del pino. Cada uno de los 4 Tramos tiene cuatro Tranzones, que se numeran del 1 al 16. ¡Y ya sabemos lo suficiente para entender los mojones!
Los cortasfuegos o calles, que vemos por el pinar marcan las separaciones entre los tranzones. Así está identificado cada rincón del inmenso pinar. Y además cada tranzón tiene inventariados sus pinos. Todo está recontado y calculado, para que cada corta se adapte a la sostenibilidad del pinar. Esto es ecología real y no publicidad barata. Se calcula que el pinar crece un total de 1,5 metros cúbicos por año y Ha. Con ello se puede calcular el límite de cada corta, para mantener la sostenibilidad.
Nadie sabe desde cuando los pinares pueblan este mar de arenas. Está claro que fueron desplazando a una vegetación original de encinas y robles, por adaptarse mejor a un terreno tan arenoso. Pero desde el establecimiento medieval de las Comunidades de Villa y Tierra sí que sabemos cómo sacar provecho de los pinos, al tiempo que se mantiene intacta la masa forestal. Ha habido una época de crisis de la resina por sus bajos precios. Pero ahora su revalorización ha vuelto a crear puestos de trabajo. Cada día se abren nuevas posibilidades, aparecen nuevos usos de la resina y nuevas aplicaciones en diferentes productos. Pero eso es tema para otro día, porque ahí parece que volvemos a perder el tren de la historia.
Texto e imágenes: Jesús Eloy García Polo
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