Después de dos días de lluvia y tormentas de granizo se abrieron los cielos en Arévalo, para celebrarse la corrida de toros del día grande de las fiestas de San Victorino.
No podía ser de otra manera, porque tras las nubes negras se hizo la luz, y no bajo Dios del firmamento, pero sobre la arena… Morante de la Puebla dejó en el ruedo los mejores destellos de su toreo. Lo hizo en el toreo a la verónica, y al natural con esa magia que desprende el torero de La Puebla del Río.
El sevillano bordó el toreo y se hizo el silencio en Arévalo. Muchos se frotaban los ojos porque no se podían creer lo que estaban viendo. Fue en su segundo toro, un burraco muy bonito de hechuras, que se dejo llevar por el vuelo de la muleta del maestro de la Puebla, que con el mentón pegado al pecho y con un temple exquisito desplegó toda la magia y el aroma de su toreo. No se puede describir tanta belleza. Pero ocurrió en Arévalo. Cortó tres orejas.
A esa magia de la tarde se sumó Cayetano, con su sello personal y toreando con mucha hondura a un excelente toro de Garcigrande, con el que el nieto de Ordoñez se acopló toreando al natural con mucha verdad y rematando las series con unos pases de pecho realmente magistrales. No tuvo premio en su primero porque mató mal, pero en el segundo se tiró a por todas a matar buscando y consiguiendo salir por la puerta grande.
Fortes no quiso quedarse atrás, y quiso sumarse a la fiesta. Y demostró en Arévalo que es un torero felizmente recuperado para la fiesta. Lástima que después de dos faenas muy sólidas, (en el primero con mucho temple y en el segundo mas complicado se pegó un arrimón) no tuviera suerte con la espada. Mató muy mal y la cosa se quedó en palmas. Se lidiaron tres toros de Garcigrande y otros tres de Zalduendo (3º, 4º y 5º) muy desiguales de presentación.
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