Hemos dejado Armenia, camino de Tiflis, capital de la vecina Georgia. Estamos en las manos de un conductor que responde al tópico de los kamikazes conductores del Cáucaso. La furgoneta Mercedes, taxi compartido, responde sin problemas a sus locuras, tanto en la buena autovía del principio, como en las malas carreteras de los pasos de montaña por encima de los dos mil metros.
Cuando cruzamos la frontera pronto advertimos que ya estamos en un país diferente. Los pueblos y la carretera están mucho más animados que en la gris Armenia. Hay colores en los edificios, muchos frutales por los campos y el mismo calor sofocante que nos persigue por estos valles del Cáucaso.
Después de casi cinco horas de viaje llegamos a una capital ruidosa y anárquica, con apariencia de modernidad. El taxista tiene bastante dificultad para encontrar nuestro pequeño hotel, situado entre las callejuelas del barrio antiguo. Luego, cuando damos el primer paseo por aquí, lo entendemos perfectamente. La mayor parte de estas viejas calles están olvidadas de la mano de Dios. Hay muchas casas hundidas, otras abandonadas o muy deterioradas. Nuestro pequeño hotel familiar se encuentra en una antigua casa georgiana restaurada, con cierto encanto. Las habitaciones altas sobresalen en un atrevido voladizo que nos proporciona preciosas panorámicas de toda la ciudad, sus maravillas y sus desastres. Es una habitación con vistas
Desde aquí contemplamos la triste evolución del conjunto urbano de esta ciudad. Estamos en el centro de un barrio desolado, con grandes casas antiguas necesitadas de restauración. Enseguida admiramos lo que llaman las típicas balconadas georgianas. Adornan las fachadas de estas casas familiares o los interiores de amplios patios, semejantes a las corralas madrileñas. Muy pocas balconadas están restauradas. La mayoría necesitan trabajo de carpintería y una buena mano de pintura. Parece que estamos dando un paseo por los rincones del olvido.
Pronto llegamos a alguna calle más apañada que nos conduce a la zona especial para “guiris”. Sin darnos cuenta aparecemos en la típica calle con tiendas, bares y terrazas para turistas que son iguales aquí en Tiflis, en Cracovia o en Edimburgo. La especialidad en esta calle son los vinos del país. Están orgullosos de sus vinos, los muestran y casi obligan a probarlos. Hacemos la primera cata y, por supuesto… es la primera clavada, por estar en “territorio guiri”. Luego repetimos por otros rincones y seguimos encontrando muy buenos los caldos blancos, pero los tintos resultan bastante irregulares. Continuaremos probando. No son caros.
Cuando nos llegamos a algunos de los muchos miradores que dominan la ciudad vamos completando la impresión inicial de Tiflis, como una ciudad desmadejada, hecha a tirones y , adivinamos, que gobernada por políticos incapaces y corruptos. Al menos así fue hasta 2003, en que la gente se levantó, en la llamada Revolución de las Rosas, contra el pucherazo en las Elecciones.
Destacan en el perfil urbano unos cuantos modernos edificios muy llamativos y “ostentóreos”, que diría el patán español por excelencia. Hay grandes cúpulas de acero, de espejos o de brillos dorados, unas construcciones que son dos grandes tubos metálicos (vacíos e inacabados), una catedral dorada , recién acabada y a estrenar, algún rascacielos de diseño moderno, otro edificio que parece un conjunto de champiñones gigantes…Por supuesto, son grandes firmas mundiales. Yo solo salvaría el llamado Puente de La Paz, un paso peatonal sobre el río, aceptable durante el día, pero hortera en las horas nocturnas, víctima de las fiebres de los leds baratos, que se extienden por el mundo.
Todos estos edificios, que apenas tienen función social, habrán costado auténticas millonadas y solo habrán servido para la gloria de los políticos y para llenar bolsillos de amigos y fieles. Sobre el tema, saben bastante en Valencia. Más allá de estos edificios la ciudad es un auténtico desastre. Los coches lo dominan todo. Incluso las estrechas callejuelas del barrio antiguo son de doble dirección. Apenas hay pasos de cebra, solo algunos subterráneos. El ruido y la sensación de caos son constantes. El bienestar de los ciudadanos está olvidado. Aceras, escaleras, calles…son lugares sucios, llenos de hoyos, trastos y trampas varias. Por ejemplo, el llamativo Puente de La Paz termina en la parte más deteriorada del casco viejo. Parece que a nadie le ha preocupado acondicionar un poco esta zona, aunque solo fuera para que luzca más el puentecito.
Pero bueno…, Tiflis es una ciudad cosmopolita, alegre, con la historia escrita en sus calles y el futuro en el aire.
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