Última noche en Reikiavik. Las previsiones de auroras por fin anunciaban alegrías verdes a las 6 de la mañana. Ninguna duda para el madrugón a las 4. Antes de la hora prevista ya estábamos en una buena localización fuera de la luminosidad de la ciudad. Ahí aparecieron por fin las luces del norte. No han sido espectaculares pero han sido suficientes para colmar nuestras expectativas y para despedirnos con la alegría en el cuerpo. Después de un rato hemos cambiado de emplazamiento buscando encuadres diferentes. Un acantilado en la península de Reikyanes, junto a un faro ha sido el lugar perfecto. Ya dice la canción que “ si te toca llorar, es mejor frente al mar” y a alguno se la ha escapado alguna lágrima de emoción cuando ha empezado el baile de las luces verdes sobre nuestras cabezas. No ha sido la aurora de la temporada, pero para unos habitantes de la Castilla áspera ha representado una experiencia que nos ha dejado sin palabras en medio de la gélida noche islandesa.
No puedo por menos que recordar aquí la espectacular aurora boreal que se vio en Cuéllar, como en toda Castilla, la noche del 27 de enero de 1937, en plena guerra civil. Quedó reflejada en los periódicos. Sorprendió y asustó a todos porque nadie comprendía nada. Un fenómeno fuero de lo normal, pero que a veces puede ocurrir.
Para nosotros aquí, objetivo cumplido, que no era ni gran angular ni tele. Era un objetivo emocional, que son más difíciles de conseguir.
Luego nos hemos encaminado hacia el aeropuerto haciendo cada uno un repaso mental de todas las riquezas de la semana. Una larga película irrepetible e indescriptible. Nos ha sorprendido en la cafetería del Aeropuerto ver que casi todos los islandeses estaban tomando cerveza, en formato pinta, ¡a las nueve de la mañana! Los precios en el Aeropuerto son más baratos y parece que cuando vuelan aprovechan para darse una alegría, aunque sean las nueve de la mañana. Casi hemos sentido ganas de sumarnos a ellos para celebrar nuestra buena suerte. Mejor esperamos a pagar precios españoles por una buena caña servida a su hora.
Sigo pensando, como la mujer de Jokulsarlon, que, tanto las predicciones como las auroras, las maneja el gobierno. Por eso no querían dejarnos marchar sin que probáramos un poco del dulce bálsamo verde que crea adicción y obliga a volver.
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