El último recorrido nos lleva desde la costa hacia el interior de la isla. Nos despedimos del Océano Pacífico en la Playa de Moeraki, que cada vez está más de moda para fotógrafos y turistas en general. Es conocida por las grandes bolas de piedra, llamadas boulders, que se encuentran en ella. Son extrañas formaciones que se crearon en los fondos marinos hace millones de añps por acumulación de calizas en torno a núcleos de conchas u otros desechos marinos. Como el fondo marino está siendo levantado constantemente por la placa pacífica estos boulders han terminado asomando en la Playa de Moeraki. Algunos están rotos y puede apreciarse su extraña composición interior. Se prestan a un juego preciosopara los fotógrafos con cualquier luz del día y cualquier nivel de marea.
Esta misma playa nos regaló por fin una noche de cielo limpio y estrellado para contemplar las constelaciones del hemisferio sur. Al principio estaba bastante confuso pero un vecino alemán del camping me ayudó a entender que desde aquí todo se ve al revés, incluidos los cuernos de la luna creciente y la constelación del gigante Orión. Las estrellas De la Cruz del Sur aparecían tan claras como en la bandera de Australia y Nueva Zelanda. Conseguí unas fotos decentes…sin llegar a ser geniales. A esas horas el cansancio ya altera las constantes vitales y los parámetros fotográficos.
La noche siguiente la hemos pasado en otra playa, pero esta vez en un lago, al pie del Monte Cook. Es una zona de acampada libre al borde las aguas azul turquesa del lago Pukaki. Junto con el vecino lago Tekapo son unos de los paisajes más visitados y fotografiados de Nueva Zelanda. Sus aguas son azules debido al origen glaciar, por los minerales que tienen en suspensión. Al principio los ríos glaciares son lechosos y grises, cuando las aguas se calman en un lago se tornan azules. Si luego en algunos predominan los tonos verdes es que la mayor parte es ya agua de lluvia. Estas son las maravillas de estos lagos, bien aprovechadas para albergar las historias de El Señor de los Anillos.
Cuando hacemos una subida hasta el glaciar Tassman volvemos a encontrarnos con unos amigos españoles, Iñaqui, María José y su hija Amaia, que andan recorriendo la isla por distintas rutas y ya es la cuarta vez que nos vemos en el lugar más apartado. Por supuesto hoy hemos quedado ya en cenar juntos.
Las rutas en torno al Monte Cook descubren todos los secretos de la historia de los glaciares en medio de nieves, cascadas, lagos y ríos glaciares. Cada uno encuentra su rincón para quedarse embelesado mirando a esta montaña tan impresionante, de altura semejante al Teide, 3754 metros. Hay un señor mayor que en silla de ruedas ha llegado hasta donde ha podido para sentir más cerca la montaña. Hay una chica invidente haciendo el recorrido con una amiga…seguro que también capta la energía que transmiten estos paisajes de ensueño. Encontramos muy bien organizados y señalizados los recorridos, con infraestructuras impresionantes, puentes tibetanos y pasos difíciles. Cuidan el medio natural al mismo tiempo que invierten en turismo y crean riqueza. Es admirable que una población de poco más de cuatro millones de habitantes mantenga en estas condiciones un territorio que es la mitad de España.
El Tassman es el glaciar más grande del país, pero se contemplan bastantes más en diferentes laderas y circos glaciares. También aquí la decepción es enorme al llegar a lo que un día fue la zona del frente glaciar. Hoy se ha retirado varios kilómetros montaña arriba. Retrocede entre 400y 800 metros al año, una auténtica barbaridad, que en pocos años dejará muy reducido este parque glaciar. En medio de esta paz hace falta buscar un “momento Zen” para comprender cómo se reflejan y se sufren en este rincón tan salvaje y natural todos los desmanes energéticos con los que provocamos el calentamiento global. Es el llamado efecto mariposa: la gasolina quemada para viajar de Cuéllar a Segovia termina también derritiendo un poco más deprisa los hielos de este glaciar. Todo tiene repercusiones globales.
Nos juntamos a cenar con los amigos reencontrados después de un día de muchas fatigas. Hacemos a la barbacoa una carne de solomillo de ternera del país que sería la envidia de casi toda España, con la excepción de Ávila. Ya hemos cocinado unas cuantas veces esta carne tan rica. El vino es igualmente envidiable, sobre todo el blanco, con variedades como pinot noir y pinot gris que no tenemos por allí. Cuando comenzamos a cenar ya están dormidos el resto de los habitantes del camping. Nosotros seguimos manteniendo nuestros horarios españoles. A veces a las dos de la tarde ya no nos han admitido en algún restaurante para comer…y después de las nueve de la tarde, de día aún, ya no se encuentra nada abierto para cenar. Así funciona este país. Son tan organizados, tan cuidadosos, tan cumplidores en sus monotonías que de vez en cuando necesitan quemar adrenalina tirándose en paracaídas desde un avión o bajando unas aguas muy muy salvajes…Tanta perfección y tranquilidad acaba siendo muy aburrida. Nosotros padecemos los excesos contrarios.
Con estas conversaciones continuamos cenando junto al lado Tekapo (con perdón) a la luz de la luna. Parece una cosa normal de cada día en esta tierra. Si lo pensamos dos veces…realmente somos muy afortunados. Así luego valoramos más y mejor las pequeñas felicidades de cada día.
Comentarios recientes