El cuellarano Jesús Eloy García nos propone en esta oportunidad un viaje en el tiempo por la península ibérica, pero la pregunta es inevitable..“¿Y cómo se te ocurre hacer el Camino del Cid en estos tiempos?”.
Tanto oír y leer sobre patrias, identidades, naciones, Españas varias…pues he pensado que quizás estaría bien empezar por el principio: hacer un recorrido por el tiempo en que tomaron forma los diferentes territorios de la Península Ibérica, cuando se marcaron identidades, afinidades y componendas históricas. Rodrigo Díaz de Vivar vivió en el siglo XI en una encrucijada de tierras de frontera, de gentes, reyes y religiones diversas y en un tiempo que dejaría encaminada la historia posterior de la Península, hasta llegar a lo que somos hoy, en el siglo XXI.
Sin embargo no es un personaje muy reclamado o entronizado al estilo del mítico Rey Arturo en Inglaterra, el Roland francés o el Guillermo Tell suizo. Si buscamos su nombre en Google junto con el de España pronto nos aparecen páginas de grupos de extrema derecha, que parecen los únicos interesados en utilizar al héroe en sus ideales políticos. Quizá también estemos aquí manchados por la Dictadura de Franco que utilizó la imagen de El Cid Campeador, con Charlton Heston como el héroe honrado y luchador que salva a los cristianos de los ataques y las opresiones de los musulmanes, en claro paralelismo con la figura del Dictador.
El Camino del Cid es una ruta muy concreta que se extiende desde Burgos hasta Valencia, recorriendo puntualmente todos los lugares citados por el Cantar del Mío Cid en su destierro de Castilla y en sus luchas por los territorios de Levante. Más que una ruta histórica es un Camino mítico y literario. Supone un buen repaso por las provincias de la España interior, la Celtiberia olvidada y despoblada, esa misma que siempre ha sido la más despreciada y explotada por los diferentes gobiernos desde que se provocó el comienzo de su despoblación ya en el siglo XIX, para favorecer la industrialización del País Vasco, Valencia y Cataluña.
Como en todos los viajes, se va recorriendo sobre la geografía, pero al mismo tiempo, se repasa la historia, se disfruta del arte que los siglos nos han dejado, se paladea la comida de ahora o de siempre y se discute en los bares sobre lo que habría que hacer para aclarar un poco los nubarrones del futuro sobre estos páramos tan vacíos de gente y de esperanza. Es algo más que un viaje por la Edad Media, es un recorrido para intentar saber qué es esto que hoy llamamos España.
De Vivar a Burgos.
Ya estoy en la Legua Cero, en el Molino del Cid, que tradicionalmente se dice que perteneció a su padre, el infanzón Diego Laínez. Hoy es el lugar donde se concede, con gran amabilidad y abundancia de explicaciones, el “Salvoconducto” para poder viajar sin peligros por estas tierras de frontera. Comienzo el viaje al final de una primavera muy lluviosa. Tenía intención de completarlo antes del verano pero el tiempo ya lo impide y en verano será imposible andar por estas tierras de “polvo, sudor y yerro”. Mejor lo terminaré en otoño.
El Molino está al lado del Convento de las Clarisas donde se custodió durante siglos el manuscrito del Cantar de Mío Cid, que ahora está en la Biblioteca Nacional y que es la columna vertebral de toda esta historia. Rodrigo Díaz fue un personaje histórico, pero el Cantar quiso que fuera también un héroe de Leyenda. Recoge un siglo después las andanzas del caballero cantadas, engrandecidas o inventadas por los juglares durante más de cien años y les da forma con la maestría de un autor cultivado, más allá del Mester Juglaría. Todos son suposiciones sobre el autor de la obra. Lo único claro es que procedería de tierras de Soria por lo bien que describe la topografía de muchos lugares concretos.
Burgos es la ciudad del Cid, la más conocida, sobre la que está dicho casi todo. No queda más que andar por aquí y tratar de imaginar la ciudad románica que conoció Rodrigo, sin esta catedral, sin Las Huelgas, sin Miraflores, sin la mayoría de las iglesias que hoy vemos. Permanecen las murallas, los restos del castillo y el trazado de muchas calles.
Siempre cumplo con dos tópicos cuando vengo a Burgos, probar la morcilla y visitar la catedral. La morcilla cada vez sabe mejor y la catedral siempre ofrece rincones por descubrir. En esta ocasión me he detenido junto a la tumba del Cid y me ha parecido que toda la Catedral envuelve y gira en torno a esta tumba. La luz, las cúpulas el espacio gótico con su halo misterioso forman un coro para el sencillo texto de la lápida.
Por entonces Burgos era el centro comercial de Castilla y de la Península. Aquí se centraba todo el comercio de la lana de las merinas castellanas de camino a los puertos del norte desde donde se exportaba a Inglaterra ya Flandes. Era también uno de los núcleos centrales del Camino de Santiago. Hoy Burgos pretende ser algo más que historia. Con ese mismo empeño luchan los pueblos del Camino, recuperando lugares, haciendo murales, recreando fiestas o leyendas y buscando su lugar en la despoblada Celtiberia del siglo XXI.
El Rey Alfonso había prohibido cualquier ayuda a Rodrigo y El Cid dejó la ciudad por la Puerta de Sta. María que hoy ejerce de homenaje viviente:
No nos atreveríamos a abriros ni a acogeros por nada
Si no perderiamos los bienes y las casas
Y además los ojos de la cara…
Mio Cid Ruy Díaz, el que en buena hora ciñó la espada,
Acampó en la glera, pues nadie lo acoge en su casa.
Una vez fuera de las murallas, me llego hasta la Cartuja de Miraflores. Acabo de leer una novela “Las ventanas del cielo” que recrea esta época tan lúcida de Burgos, cuando la riqueza de La Mesta estaba en su apogeo y cuando, ya terminada la Catedral, se construye esta maravilla de Cartuja. La misma reina Isabel vino para inaugurar sus vidrieras que constituyeron todo una novedad en el arte de los vitrales, pasando de la adusta Edad Media a la alegría y el gusto del Renacimiento. Hay que suponer que en el siglo XV todos tenían mejores ojos que nosotros ahora, porque a la altura que se encuentran las pinturas hoy es más difícil dejarse impresionar y catequizar. Volveré otro día para disfrutar de los rayos del sol inundando de colores el espacio. Hoy no ha sido posible. Estaba nublado.
La despedida final de Rodrigo tuvo lugar en el Monasterio de Cardeña, casi al lado de Burgos, donde dejó a su mujer Jimena y a sus hijas bajo la custodia del abad don Sancho. Este cenobio había sido fundado en el año 899 por los cistercienses y destacó como centro cultural medieval por la gran cantidad de las obras miniadas. Era la imprenta, la biblioteca y el google de la época. Apenas queda la torre de su origen románico. El edificio de hoy es una página muy completa de historia. Me la cuenta de forma muy entretenida un cartujo que lleva aquí toda su vida y que mira con envidia sana mi cámara de fotos, porque antes de dejar el mundo la fotografía era su gran pasión. El Monasterio ya fue saqueado por Abderramán III con decenas de frailes muertos “Los Mártires de Cardeña”. Más reciente está el expolio por parte de los franceses y el desastre que supuso la Desamortización de Mendizábal. Hoy se acabaron las grandes posesiones de los monasterios y, en medio de un frío mesetario sin calefacción, sobreviven de cosas varias como las obras de un hermano artista que es pintor y escultor.
El Cid consumió aquí cinco de los nueve días que le había dado el rey para abandonar Castilla. Reunió hasta 175 hombres, adelantó la paga de la custodia de mujer e hijas y empezó a cabalgar como desterrado, después de la más tierna despedida.
Llorando en silencio, como no habéis visto igual
Así se apartan unos de otros, como la uña de la carne
Mio Cid con sus vasallos empezó a cabalgar
Esperándolos a todos la cabeza volviendo va.
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