Ya había oído que en los tours por el Nilo nos maltratan a los turistas con horarios imposibles, nos machacan el cuerpo, quizás para que cultivemos el espíritu. Después de un vuelo tardío y con pocas horas dormidas, en un barco que casi no nos dio tiempo a ver, nos despiertan a las cinco de la mañana para empezar por el corazón del antiguo Egipto, en Luxor, Nilo arriba, donde los grandes faraones dejaron sus mejores obras.
Para ayudarnos a abrir los ojos vemos levantarse el sol sobre el Nilo, en una escena casi mítológica en la que el dios Ra comienza a devolver la vida a la tierra con sus rayos cálidos y divinos. Oimos las llamadas a la oración de otro dios diferente, pero hoy nos mantendremos fieles al dios verdadero Amón-Ra al que vamos a seguir sus pasos por tumbas y templos.
Con los primeros rayos de Ra cruzamos el Nilo hacia la orilla oeste, la orilla de los muertos, para llegar al Valle de los Reyes. La muerte para los egipcios no estaba cargada, al parecer, con los aspectos desoladores que supone para nosotros. Construyeron una religión para creer en otra vida y en la eternidad. Todas las religiones lo copiaron después. Si los creyentes aceptan una promesa de felicidad eterna más allá de la muerte, en el lado de acá se les puede convencer para cualquier renuncia, sufrimiento o sacrificio. Así lo demuestra el pasado y el presente.
En el Valle hay 62 tumbas. La más famosa, sin duda, es la de Tutankamon, pero hoy apenas tiene interés porque ha sido vaciada completamente. Se van abriendo alternativamente por temporadas para contribuir a su preservación. Los faraones de la XVII dinastía, en el 1500 a. C. dejaron de construir pirámides, hartos de que fueran saqueadas y de que peligrara su vida eterna. Eligieron este valle para cavar sus tumbas por sus colinas piramidales (símbolo de eternidad), su extrema sequedad y por estar apartado del mundanal ruido. Todas las tumbas, con excepción de la más famosa, fueron igualmente saqueadas por los ladrones, que preferían el oro en el más acá a la vida eterna en el más allá. Después de la época romana pasaron a ser olvidadas y hasta el siglo XVIII no fueron redescubiertas y comenzaron a ser excavadas, primero con intenciones de auténtico expolio y luego con ánimo investigador.
Hay que elegir tumbas a visitar. El guía nos lleva a las tumbas de Ramsés IV, Ramsés IX y la de uno de los cien hijos del gran Ramsés II. Después de las maravillas que muestran los documentales me imaginaba espacios más grandes y grandiosos. Son galerías rectas y descendentes que llevan a una o más salas donde están o estaban los sarcófagos. Los jeroglíficos con las explicaciones del Libro de los Muertos ilustran las paredes de la galería. Explicaban al rey los pasos a dar en el más allá, para franquear hasta doce puertas y superar el juicio de Osiris. Este libro escrito hace más de cuatro mil años está lleno de sugerencias míticas que han adoptado las religiones que han traspasado el tiempo. El juicio final, el retorno de Osiris del mundo de los muertos venciendo a la muerte, el peso de las buenas obras, la amenaza del dios del mal, el paraíso prometido…todo ya estaba en el Libro de los Muertos.
Los turistas somos bastante variopintos, con predominio de la edad otoñal sobre todo entre los europeos, pero con bastantes argentinos y japoneses en la flor de la vida. Ahora en invierno no hay aglomeraciones. Tampoco calor ni tiempo desagradable. Estamos en la primavera del trópico. Podemos andar tranquilos y disfrutar de las piedras, aunque siempre buscando la sombra. Precisamente por esta temperatura no entendemos el porqué hay que estar a las siete de la mañana a la puerta de las tumbas, si los muertos no tienen prisa.
Luego visitamos el Templo de la reina Hatshepsut, la reina-faraón, precisamente en estos días de reivindicaciones feministas, 3500 años después. También hubo otras reinas que gobernaron pero ninguna tomó todos los símbolos del faraón, incluida la barba postiza. Su hijastro y sucesor, Tutmosis III no se lo perdonó. Raspó, rompió y destruyó sus nombres , sus relieves, sus estatuas…para hacer desaparecer su reinado de la historia. Pero sobrevivió el templo que necesitó 30 años de restauración hasta recuperar su aspecto original, completamente diferente a todos. Fue obra de Sennmut, tan buen arquitecto de la reina como amante, según reflejan unos grafiti pornográficos de los obreros de la época.
Antes de volver al barco que nos cambia de orilla vamos a saludar a los Colosos de Memnón, dos estatuas colosales que señalaban la entrada al Templo de Amenophis III, el rey más conquistador. Hoy ya no queda nada de su grandeza. Las piedras de los viejos templos siempre fueron buenas para nuevas construcciones. Hemos conocido la misma historia con muchos de nuestros monasterios, sobre todo cistercienses. Así es la historia.
Comentarios recientes