Hoy hemos visitado el mayor monumento religioso construido por el hombre a lo largo de su historia, Angkor Wat. Algunos datos para sorprender: todo el recinto ocupa 82 hectáreas. Se calcula que se empleó tanta piedra como para la Gran Pirámide.Se tardó solamente 37 años en construir esta mole pétrea. No conocían el arco, todas las estructuras están levantadas con falso arco, piedras sobresaliendo hasta cerrar en el techo. Está rodeado por un gran canal artificial, de 5,5 kilómetros,con agua permanente, que estabiliza los cimientos y los defiende de la alternancia de humedad y sequedad, propia del monzón.
Desde su construcción en el siglo XII no se ha interrumpido nunca el culto, siempre ha habido monjes, incluso en los peores tiempos de guerras. Aún se pueden ver impactos de bala del tiempo de los Jemeres Rojos. Solo cabe admiración por quienes fueron capaces de hacer esta gran obra, cuando nosotros empezábamos a hacer pequeñas iglesias románicas. El templo es hinduísta, dedicado al dios Vishnú. Pertenece a los llamados templos -montaña o templos-pirámide. Intenta representar la montaña Meru, donde residen los dioses de la mitología hindú. Son cinco diferentes niveles que se van levantando hasta culminar en las armoniosas torres centrales. Para acceder a cada nivel hay que superar vertiginosas escaleras.
Algunos otros templos de este tipo tienen la misma silueta de las pirámides mayas. Encontramos pirámides en África, Asia y América. No hace falta pensar en extraterrestres. Las estructuras del pensamiento mágico-religioso que las hizo posibles, son las mismas en todas partes. Recordemos que los dioses griegos vivían en la montaña del Olimpo. La religión de la Biblia tiene el Monte Sinaí, el Monte Tabor y el Monte de los Olivos como montañas fundacionales. Nada nuevo bajo el sol. Estos templos hinduístas no son para los fieles. Están reservados a los sacerdotes y los reyes. El pueblo lo contempla desde el exterior, de ahí que sea más importante su grandiosa silueta externa que la sucesión de pasillos y patios que conforman su verdadera estructura interior.
Por este motivo el Templo de Angkor nos ha dejado un poco «fríos» al recorrer sus pasillos, escaleras y patios. Después de admirar, desde fuera, la silueta tan seductora de sus cinco torres, esperábamos auténticas maravillas en la residencia de los dioses. No hay amplias estancias, ni regios salones, tampoco espléndidas panorámicas. Todo es bastante gris, en todos los sentidos. La gloria de Angkor, que ha conquistado al mundo, está en su perfil exterior. Por otro lado, después de haber visto bastantes templos ruinosos, devorados por la selva, abrazados por ramas gigantescas y envueltos en un halo de «ruinas románticas», este templo de Angkor tan perfecto, tan restaurado, tan «envuelto para regalo» carece de magia y encanto. Así lo hemos sentido, aunque admiremos su perfección por encima de todo. Aquí siguen algunos monjes y aquí siguen algunos Budas. No olvidemos que el reino abrazó esta religión un siglo después de construir este templo. La devoción se mantiene porque los camboyanos son un pueblo muy religioso. En cada rincón, en cada casa, en cada restaurante se mantiene una pequeña capilla con ofrendas. En nuestro hotel cada día le ofrecen una parte del desayuno que hemos tomado, tostadas, frutas, café… Los dioses siempre agradecen la variedad del menú. Por eso cada tarde nos consuelan con una lluvia feliz que aplaca los abrasivos calores.
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