Camboya es conocida sobre todo por sus desgracias. La mayor de todas sin duda fue el régimen de terror de Pol Pot, un personaje paranoico, culto y de formación, que gobernó el país entre los años 1975 y 1979. En esos años de la dictadura de los Jemeres Rojos perecieron más de tres millones de camboyanos, la cuarta parte de la población. Sin embargo hay que recordar que cuando los Jemeres entraron en Phnom Penh fueron recibidos como liberadores. La población estaba sufriendo una dictadura militar, añadida a las invasiones de vietnamitas y los bombardeos de Estados Unidos. Su llegada fue una esperanza de paz. Pero apenas duró unas horas. Al día siguiente empezaron a asesinar a muchos corresponsales extranjeros y cerraron las fronteras. Obligaron a vaciar Phnom Penh y condujeron a la población al campo, para su «reeducación».
Con las metralletas en las manos implantaron un régimen «comunista» radical, supuestamente inspirado en Mao tse Tung. Para acabar con la cultura burguesa eliminaron a los antiguos funcionarios, maestros, técnicos y a todo el que tuviera cualquier tipo de formación. El trabajador campesino fue el mito de los revolucionarios. Todos fueron llevados al campo como agricultores. El trabajo era extenuante. Solo recibían dos cuencos diarios de arroz ligero como comida. Murieron a miles por agotamiento y enfermedades.
Desapareció toda señal de civilización. Los soldados de los Jemeres eran muy jóvenes, casi niños, elegidos entre los campesinos sin ninguna cultura, que obedecían ciegamente las órdenes más salvajes. Hemos visitado el «Centro de Detención», S 21, en la capital. Era un antiguo Instituto reconvertido en lugar para torturas e interrogatorios. Todos los horrores imaginarios están recogidos en los dibujos que reconstruyen esos años. Incluso utiliizaron los elementos de gimnasia del Instituto como medios de torturas.
No quedan fotos, películas, ni otro tipo de archivos. Todo fue destruido. A las afueras de la ciudad está el campo de exterminio Choeung Ek, conocido como «The Killing Fields», por la película que sacó a la luz los crímenes de Pol Pot. Hubo muchos más por todo el país. La visita es sobrecogedora. No quedan construcciones, porque todas eran de madera y fueron destruidas por los vietnamitas cuando lo liberaron.
Podemos apreciar las señales de hasta 120 fosas comunes, no todas levantadas. La más grande contenía los cuerpos de 450 personas asesinadas. Ahora las vemos como hoyos anodinos. Los que liberaron el campo las encontraron ardiendo por los gases de la descomposición y recuerdan que «los montículos se levantaban como llagas infectadas». Cada día llegaban los camiones con los detenidos, atados y con los ojos vendados. Para asesinarlos utilizaban las herramientas agrícolas e incluso las hojas de palmera como cuchillas.
En «El árbol mágico» estaban colgados grandes altavoces con música militar para que no se oyeran los gritos de los asesinados. Queda otro gran árbol en cuyo tronco estrellaban las cabezas de los bebés. Según las descripciones de los que lo vieron estaba cubierto de sangre y sesos. Horror sobre horror. En la tumba de al lado había niños y mujeres desnudas, testimonio de violaciones y otras salvajadas. Se han mantenido, por los senderos del campo, las ropas de los asesinados que se encontraron desperdigadas…
Basta de descripciones del horror… No todo acabó en Austzwich. Hemos vivido otros genocidios en el siglo XX. El de los Jemeres. Rojos fue el único que se infringió sobre la propia población. Hay que recordar el de Armenia, los chinos a manos de los japoneses, las purgas de Stalin, los tutsis en África, Guatemala…Cuando en estos días nos asustamos ante nuestros telediarios conviene recordar de qué siglo venimos. Es la historia del hombre. Nuestra propia historia.
11 junio, 2016
Es una gozada poder estar un poco más cerca de vosotros a través de los enlaces que mandáis.
Disfrutarlo y un beso para todos y uno muy especial para mi tirillas.