El Camino me lleva de la mano por la zona del Alto Tajo. Me encuentro con Las Salinas de Almallá, donde se mantienen los edificios y un llamativo almacén que habla de los buenos tiempos y dineros que proporcionaron estas sales de tierra adentro. Pronto empiezo a remontar lomas peladas donde solo crecen las sabinas, que yo asocio siempre con las zonas más pobres de cualquier geografía, como ocurre en tierras castellanas. También asocio las sabinas con Radio María, porque en estos lugares es la única emisora que aparece en el dial, rezando el rosario por lo que pueda pasar…
Por estos páramos desolados voy dejando pueblos que mis datos les suponen una o dos docenas de habitantes. Entro en Chequilla porque presumen de un “coso taurino natural en piedra”. Encuentro todo un lujo de bar, en un pueblo con unos 10 habitantes. Preparan la comida a las cuadrillas de albañiles que remozan alguna casa del pueblo. Siguen hablando árabe o rumano. En el bar me comentan que en verano traen vaquillas al coso de piedra. Me acerco hasta a un conjunto de enormes piedras erosionadas con formas sinuosas, como la Ciudad Encantada de Cuenca, pero en arenisca roja. Es sorprendente. Es el coso. Ésta ha sido siempre tierra que ha cultivado la mitología del toro, como demuestran las pinturas rupestres que ya empiezan a aparecer por esta zona. Seguro que hace milenios habría algún ritual con toros en lo que hoy llaman coso taurino.
Estos paisajes de páramos de sabinas y aromáticas tienen una belleza que pocos aprecian. Nos venden los paisajes alpinos, verdes prados, montañas de ensueño, riachuelos sonoros…como el paraíso natural. Esto también es la naturaleza pura, la que nos pone en contacto con nosotros mismos, con nuestro mundo más primitivo y profundo, más allá de clichés turísticos para urbanícolas. Es el viento y el silencio, tal como sonaba hace miles de años. “El día que España esté a la altura de su paisaje…” suspiraba Giner de los Ríos.
Continúo por los pueblos más altos de Guadalajara que se juntan con los de Teruel en la Sierra de Albarracín. Todos están sobre los 1300 metros de altitud. Encuentro las primeras nieves de otoño al lado de la carretera, subiendo el puerto de Bronchales. Voy por Orea, Orihuela del Tremedal, otro puerto en Noguera…un poco asustado porque ya cae la noche y no me he cruzado con nadie. Cuando por fin llego a Albarracín me parece el centro del mundo. He cenado oyendo hablar inglés, francés y castellano de Madrid. Me sorprende el cosmopolitismo, viniendo de donde vengo. Pero Albarracín hoy es cosmopolita porque es medieval. Es el ejemplo perfecto de lo que todo pueblo histórico querría ser.
Los pueblos que se apellidan medievales son los que tienen mayor atractivo turístico para vender. Pensamos en la Edad Media como nuestra época fundacional, nuestro origen. La sentimos a nivel social como sentimos nuestra infancia a nivel personal. Siempre la utilizamos de referencia, la idealizamos, la usamos y la manipulamos para entender nuestro presente. Y todo es cierto. Todas las regiones, pueblos, nacionalidades…que hoy dan guerra en España proceden de la Edad Media y allí se explica todo. Se explican los límites, los Fueros, los apellidos de sus habitantes, la arquitectura rural o religiosa, el tipo de hábitat, la distribución de las tierras, el poder de la Iglesia, las fiestas y tradiciones más celebradas. Por eso nos encanta cualquier rincón medieval, porque nos devuelve a nuestra infancia como grupo social.
No tiene el mismo atractivo un pueblo renacentista o barroco. Ignorar la historia medieval es como querer ignorar nuestra infancia.
En tiempos del Cid Albarracín era una taifa beréber gobernada por Abu Marwan, que tenía un pacto para pagar tributos al castellano. En 1093 rompió el acuerdo y el Cid atacó la población, sufriendo una lanzada en el cuello que a punto estuvo de costarle la vida.
Albarracín es color ocre, rodeno que dicen aquí. Son escaleras, callejuelas empinadas, casas, arcos y murallas, todo cuidado con auténtico mimo. Tan limpio que parece la misma Suiza. He disfrutado de gente amable y ambiente muy acogedor porque apenas he encontrado turismo.
Por toda la Sierra de Albarracín hay repartidos roquedales con pinturas rupestres, declaradas Patrimonio de la Humanidad. Me acerco a las más próximas a Albarracín, la Cocinilla del Obispo, pero la lluvia me permite solo una rápida ojeada y dos fotos mal hechas. Quizás más adelante…
En ruta hacia Teruel el Camino pasa por pueblos que tuvieron historia y que ahora están perdidos en el mapa. Visito Cella con cierto interés, pero no hay nada destacable. Un pueblo sin personalidad. En el Cantar aparece como “Cella la del canal”, porque hasta aquí llegaba el acueducto romano que traía el agua desde Albarracín. El acueducto sí que merece la pena. Se extiende a lo largo de 25 kilómetros. En su mayor parte está excavado y horadado en la montaña. Hoy es visible todavía en muchos tramos. Se utilizó hasta la Edad Media. Fue una obra verdaderamente de romanos. Aquí en Cella se quedó el Cid esperando a todas las tropas que quisieran acompañarlo para conquistar Valencia. Por entonces ya habían pasado varios años desde el inicio de su destierro.
A quien quiera ir conmigo a cercar a Valencia
(todos vengan de su grado, a nadie se le apremia),
Tres días le esperaré en el Canal de Cella…
…al olor de la ganancia no lo quieren retrasar,
Mucha gente se le suma de la buena Cristiandad
Llego a Teruel. Por fin una ciudad, provinciana, pero muy elegante. Hago el recorrido obligado pero con escasa emoción. Me debo al recorrido rural. Visito las torres mudéjares, que están en obras, y, por supuesto, la plaza del Torico que es el centro de encuentro de la ciudad. También aquí sigue el toro siendo mito e historia. El apellido de Teruel es Mudejar, sin duda. Hasta hay una “Autovía Mudéjar”. ¡Cuántos términos parecidos pero distintos! Mudéjar, morisco, árabe, musulmán, mozárabe, muladí…Todos aparecen cuando se lee sobre esta época. Hay que repasar la historia.
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