Sigüenza creció en torno al Castillo, que hoy se ha convertido en Parador Nacional y mantiene viva a la villa seguntina en esta tierra de nadie que continúa siendo toda la vieja Celtiberia. Está muy bien conservada, quizás porque una catedral y un obispo siempre tienen mucho peso. El casco medieval, con sus calles estrechas, iglesias románicas y puertas de muralla se mantiene intacto, aunque bastante deshabitado. Todo desemboca en la plaza y a su lado la Catedral, con el recurso turístico del Sepulcro del Doncel. Todas las calles son una llamada para andar y ver, para descansar en alguna terraza de la plaza y entretenerse en catalogar el tipo de turismo tan variopinto que se pierde por estos lugares.
Cuando cuentan la historia de Sigüenza en pocos sitios se entretienen en explicar que fue una plaza muy disputada en la Guerra Civil, que fue ocupada por republicanos en 1937 y que durante la batalla de Guadalajara sufrieron un fuerte asedio, refugiados en la Catedral, hasta la rendición final. Luego fue bombardeada la misma Catedral. Los folletos turísticos prefieren evitar estas historias. Quieren un turismo feliz, que disfrute, que no piense. Error. Las piedras son nuestro mejor libro de historia y el conocimiento siempre supone disfrute.
Sigüenza es un oasis de población. Más allá comienza el desierto. En Bujalaro una estatua de un paisano con la maleta en la mano es el toque artístico más expresivo que resume los últimos cien años de la historia del interior de la península.
Llego hasta Jodra, iglesia románica con pórtico encantador, y descubro que no hay nadie en el pueblo. No es grande, pero está cuidado. Ni un coche, ni una señal de vida…solo los ladridos de un perro en un corral, que lo atenderán de vez en cuando. Estos pueblos vacíos entre semana nos muestran el futuro de lo que será la España interior despoblada. Se siente una extraña sensación. Hubo vida…pero ya no está aquí.
De vuelta a la carretera no dudo en pararme a hablar con un pastor, último reducto de la vida en la zona. Me quedo un buen rato y al final, me sujeta discretamente la puerta del coche para que no me vaya…Es un chico joven, Ángel, de origen granaíno, con un gran rebaño de unas mil ovejas, que controla con su voz y con un solo perro, como me demostró convincentemente. Está feliz por aquí, aunque solo consigue unos 500 euros al mes después de estar en el monte todo el día y todos los días. Las ovejas son suyas. Esto es economía real: los corderos valen muy poco y con la lana pierde dinero. Paga 1,25 € por el esquileo de cada oveja y le dan 5 céntimos por su lana, más o menos un kilo. Increible. Así es la vida por estos páramos. ¿Qué pensará Ángel cuando vea en la televisión las broncas y discusiones en el Parlamento?
En Alcolea del pinar no hay pinos pero hay más gente. Me acerco a visitar la “Casa de Piedra” que es el monumento más anunciado del lugar. Es una roca inmensa en medio del pueblo, con puertas y balcones abiertos en ella. Lino, un personaje de comienzos del S. XX ante la falta de vivienda, pidió permiso para cavarse una casa dentro de la gran roca. Era 1907. Primero fue una habitación, luego otra, la cocina, la cuadra, el dormitorio…Veinte años picando y viendo nacer allí a sus quince hijos. Parece un rincón de la Capadocia en plena meseta. Adquirió fama y fue visitado hasta por el mismo rey Alfonso XIII, que le concedió una medalla y le prometió una pensión que nunca llegó. Otra historia más de hambre y miseria. Hoy Isidro, el nieto político, enseña orgulloso la casa, con el mismo orgullo que pondría en enseñar la Cueva de Altamira.
En estos días está en los juzgados el tema de unos nuevos pobladores de Fraguas, un pueblo abandonado de Guadalajara, que fue rehabitado por un grupo de jóvenes, a los que ahora las instituciones manchegas quieren echar. Incluso piden la cárcel. Son nuevas ideas, modelos frescos de repoblación que parece que no convencen a nuestros políticos de discursos vacíos. Ponen en solfa demasiadas cosas de esta sociedad y eso no se puede tolerar…Estos grupos ponen en cuestión la política forestal, el aprovechamiento de los pastos, el tema de la caza, la construcción de embalses y la dictadura de las eléctricas, el olvido del mundo rural, el tipo de subvenciones agrarias…demasiadas cosas para los políticos que solo piensan en cómo ganar las próximas Elecciones.
Voy pasando por pequeños pueblos que constantemente me recuerdan el origen de muchos apellidos actuales, Anguita, Garbajosa, Luzón, junto a otros que he dejado atrás como Congostrina o los mismos Sigüenza y Atienza. Visito las llamadas Cuevas del Cid en Anguita, lugar donde se recogieron las tropas del Cid por un tiempo, junto a un valle rico y bien protegido, bajo una atalaya musulmana, igual que la llamada Torre de los Moros en Luzón.
Los moros e las moras bendiziendol´estan
Se van Henares arriba, a cuanto pueden andar
Cruzan por La Alcarria y siguen adelant,
Por las Cuevas de Anguita ellos pasando van.
Por unos páramos, ásperos y secos pero maravillosos, voy llegando hasta las salinas de Medinaceli. Algo queda de lo que fue un provechoso lugar muy deseado y peleado desde los romanos hasta hace muy poco. No hay que olvidar que la palabra salario procede de sal. Siempre ha sido un producto muy estratégico.
El Camino del Cid me sirve de excusa para pasar por estos pueblos tan peculiares que de otra manera nunca habría visitado. El Camino da sentido al recorrido y lo llena de motivación y de puntos de interés. Alguien dirá que son lugares aburridos, pero aquí está el último suspiro de una España que está desapareciendo. Es un modo de vivir, de ocupar el territorio, de entender la naturaleza y el paisaje que se está acabando con los abuelos que sobreviven en estos rincones. Nunca más volveremos a ver ese tipo de vida. Hoy los visito como la última postal de un pasado que se va.
En esta zona se reparten las aguas hacia tres ríos y tres cuencas diferentes. No hace mucho que dejamos el valle del Duero, ahora estoy en el alto Tajo y en unos kilómetros aparecerá el Jalón que lleva sus aguas al Ebro. Son tierras altas y duras, con inviernos que no perdonan a los frioleros. Estamos siempre cerca de los 1200 metros de altitud. Apenas hay vegetación arbórea y es el reino de las aromáticas. Debió de ser buen terreno para las ovejas, pero eso también es historia.
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