Dentro del Camino del Cid ahora estoy recorriendo el llamado “Anillo del Maestrazgo”, que luego uniré con el “Anillo de Morella”. En estas tierras el Camino se diversifica bastante y se abren posibilidades diferentes. Me resultan más interesantes estos lugares aislados de montaña porque guardan todavía los tesoros de un tiempo que se va. Esto también es España, aunque parece que no cuenta para nada, ni para nadie. Los paisajes del Maestrazgo, tanto en Teruel como en Castellón, justifican por sí solos cualquier viaje por aquí.
En 1083 andaba El Cid con sus guerreros, al servicio de Al Mutamin, rey de Zaragoza, acosando estas tierras del Maestrazgo que pertenecían al reino taifa de Lérida. Reconstruyó el Castillo de Olacau y se hizo fuerte allí. Era considerado un auténtico nido de águilas. Inexpugnable por su altura. Hoy Olacau es un pueblo antiguo pero muy desvencijado. Conserva un Horno Gótico, al igual que Villafranca del Cid, testimonio del tiempo en que todos hacían el pan en el mismo lugar, pagando el impuesto correspondiente al señor feudal.
La carretera empieza a descender y aparecen los primeros olivos en terrazas, ya bastante descuidadas, que probablemente tengan su origen en la población árabe que tanto tiempo vivió aquí. La temperatura mejora entre riscos y nubarrones que dan al paisaje una luz especial. Forcall está en medio de estos paredones con un banco-mirador que invita a tomarse el viaje con tranquilidad. Todas estas laderas son las grandes perjudicadas con las lluvias torrenciales de estos tiempos. Aparte de los desastres personales y económicos, el mayor problema es que el suelo fértil desaparece y cada vez se adivina más claramente el desierto que vendrá.
Por fin llego a Morella y me deja encantado. Todo son cuestas y escaleras. El Cid la respetó y se limitó a acosarla por encargo de su aliado, el moro de Zaragoza. Yo recordaba de Morella el ternasco que había comido hace muchos años y he vuelto al tema. Es cordero más grande que el lechazo, pero mantiene un sabor limpio y montaraz. Un disfrute y un estimulante para luego subir hasta el castillo, recorrer puertas y murallas, la basílica, las mil escaleras y entender porqué Morella permaneció tanto tiempo sin ser conquistada. Es admirable cómo este lugar fue habitado y defendido desde los iberos hasta las guerras del siglo XIX y del XX.
Aquí cerca, en el llamado Pinar de Tévar El Cid derrotó al Conde de Barcelona, Ramón Berenguer II, que se había aliado con el rey moro de Lérida. Es la victoria que El Cantar describe como la más productiva, en resultados y en riquezas. Ramón Berenguer II fue hecho prisionero y firmó una paz honrosa, comprometiéndose a pagar impuestos al Cid. En la historia real una de las hijas del Cid terminó casada con el Conde de Barcelona.
Desciendo con pena de esta ciudad que está casi en el cielo y rodeada por dos kilómetros de murallas. Me adentro por esos puertos que cruzan entre Castellón y Teruel por carreteras estrechas y solitarias a alturas increíbles. Hoy se ha sumado la niebla. Iba siempre asustado por no cruzarme con nadie a una hora en que solo aparecen corzos y jabalíes. Así era el camino que elegía el Cid para no encontrarse con territorios bien defendidos que presentaran batallas y problemas.
Ya de noche llego a Villafranca del Cid. Pueblo grande, histórico, bonito, pero bastante apagado. Creció mucho en el siglo XIX por la industria de los telares que se fueron instalando en estos lugares, buscando el provecho de las buenas lanas del Maestrazgo. Buena parte de esta tradición lanera les corresponde a los miles de cátaros que, en el siglo XIII, huyendo de la persecución en Francia, se refugiaron en esta zona, que ya pertenecía al reino de Aragón, como también era aragonés su Rosellón de procedencia, antes de que lo conquistara el rey francés en la cruzada anticátara. Desde aquí se exportaban lana y tejidos a todos los dominios que el Reino de Aragón tenía por el Mediterráneo. En Villafranca me encuentro con un extraño monumento a la mujer tejedora. Menos extraño me resulta el consejo para que me acerque a un bar que celebra su “noche de pinchos”, cosa no habitual por aquí. ¡Por fin algo diferente! Me pasan la Carta de Pinchos, que cada jueves varían, y me doy un pequeño homenaje después de andar asustado por esas carreteras solitarias. El vino es de Ribera del Duero y el camarero es un amante de Segovia que se rindió ante la calidad de nuestras tapas.
Durante el siglo XIII el poder de los Templarios se fue extendiendo por esta zona de frontera. El sol de la mañana da una luz espectacular a lo alto del cerro donde está Ares del Maestrat. Un ejemplo más de los castillos que fueron cambiando de manos a lo largo de la Edad Media. Luego llego hasta Culla y pienso que es un buen lugar para dar por terminado mi Camino del Cid. Ya no es tiempo de andar por estas carreteras. Los días son cortos y el tiempo es malo. Llegaré a conquistar Valencia en otra ocasión. En tierras levantinas el Camino se ramifica, tratando de abarcar todos los lugares que fueron testigos de las correrías del Cid, antes y después de conquistar Valencia en 1094. Allí murió en 1099 y su esposa Jimena solo pudo mantener la ciudad hasta 1102, por la presión creciente de los Almorávides. No volvería a ser conquistada hasta 1238 por Jaime I.
Culla está envuelta en leyendas templarias. Fue comprada por la Orden en 1303 por 500.000 sueldos, una cifra de locura, cuya explicación todavía no han encontrado los historiadores. Eso ha movido más aún las leyendas en torno a los Templarios. Desde Culla en la montaña hasta el mar en Peñíscola controlaban toda la zona fronteriza entre cristianos y musulmanes. Hoy es un pequeño pueblo amurallado que apenas deja traslucir el poderío de su pasado. Arqueólogos, albañiles, repartidores, camareros…y pocos más, damos hoy un poco de vida a este rincón de la historia. Cada calle es un amplio mirador y en el horizonte destaca la ermita de San Cristofol que alberga la leyenda más romántica de los Caballeros del Temple. Un Caballero de Culla, desoyendo sus votos, se enamoró perdidamente de una mora de la vecina Benasal. Para poner freno a tales amores, lo enviaron a Francia a llevar un mensaje secreto. Cuando volvió se encontró casada a la bella Ores. El Caballero no pudo soportar el sufrimiento y se quitó la vida con su espada. Fue enterrado fuera de lugar sagrado. Pero cuando la Orden fue disuelta, los vecinos construyeron una ermita para dar reposo al Caballero Cristóbal Asens que había puesto el amor por encima de todo, incluso de su propia vida.
Cuando regreso del Camino voy pensando que lo mejor de estos lugares es el reencuentro con la España rural de la que casi todos procedemos. Hoy los urbanitas utilizan estos espacios para el ocio, el turismo…y ahí termina su necesidad de naturaleza. En realidad los pueblos están muy desprestigiados, además de abandonados. Prima el glamur de la ciudad con sus relaciones, sus escaparates, sus encuentros, ruidos, prisas…y posibilidades. Los pueblos representan lo antiguo, lo viejuno, el atraso, la soledad obligada, el aislamiento mediático y la tristeza del paisaje invernal. Es cierto. Desde los tiempos de las pelis de paletos de Paco Martínez Soria a los tiempos del 4G-conexión-constante, los pueblos representan lo viejo de lo que hay que huir. Mientras no se borre esta consideración tan negativa que se esconde casi en cada uno de nosotros es muy difícil que se revierta este declive progresivo del mundo rural, que hace mucho que sobrepasó el tiempo de no retorno.
24 noviembre, 2018
Es un relato precioso y realista, muy culto muy trabajado, me ha gustado mucho, te da la enhorabuena una segoviana q esta en la ciudad pero se siente muy cerca del pueblo.
24 noviembre, 2018
Muchas Gracias . Seguiremos manteniendo los pueblos mientras podamos y nos dejen