Más allá de Perpiñán está el Rosellón, unas tierras que pertenecieron a los reyes de Aragón, y de las Españas luego, hasta 1659 y más allá comienza El País de Los Cátaros, tierras de historias sangrientas, de leyendas en románticos castillos, tierras de vinos, de buen clima, de buen comer y de bien vivir. Por el sur de Francia nos sorprenden toda una serie de castillos en los peñascos y picos más agrestes. Están bastante bien recuperados y con las estructuras consolidadas, para aparecer como bellas ruinas que nos cuentan la historia del aplastamiento de los Cátaros en plena Edad Media.
El siglo XIII francés fue tan salvaje aquí, como en las guerras intestinas de los reinos cristianos de la península. Si entre nosotros la violencia se disfrazaba de guerra de religión contra los musulmanes, también en Francia aparecía como cruzada religiosa contra la secta de los Cátaros, que se habían extendido por todo el sur, procedentes de la Lombardía italiana. El sistema feudal producía una fuerte violencia por la rígida distribución del poder y de la riqueza. La Iglesia, junto con la Nobleza y la Corona, era uno de los poderes dominadores, que vivían a costa de los trabajos y las rentas que les proporcionaban sus siervos campesinos, sumidos en la más absoluta miseria.
Surgieron voces predicando y recordando las verdades del Evangelio, muy alejadas de lo que los fieles veían en los clérigos. Era un movimiento religioso, pero se convirtió en un movimiento social y pronto apareció como un peligro para todo el sistema feudal, porque fue sumando las fuerzas de diferentes ciudades, descontentas con el saqueo sistemático de sus señores. El Papa Inocencio III promulgó una Cruzada y llegaron las guerras, la sangre, crueldades, miles de muertes, ciudades saqueadas y quemadas… Una vez más la religión servía de acicate para la violencia social.
Pero vayamos a los caminos… Empezamos nuestro recorrido más allá de Perpiñán subiendo hasta el Castillo de Quéribus, que fue el último en ser tomado por los Cruzados. Es una pequeña fortaleza inexpugnable que solo se entregó diez años después de acabada la guerra.
Más allá está el Castillo de Peyrepertuse, que nos recuerda por su emplazamiento al Castillo de Peñafiel, pero con mucha mayor extensión. Hoy es una preciosa ruina, un mirador privilegiado sobre el horizonte del Rosellón. Toda una línea de fortalezas en las montañas que marcaban la defensa contra el amenazante rey de Aragón.
En todo el recorrido nos llama la atención el cuidado exquisito, la señalización de una ruta entre los castillos, su sentido y diseño turístico… en fin, un respeto por la historia y por el patrimonio, que sería deseable en tantos castillos de la Castilla castellana.
20 septiembre, 2015
Interesante reportaje