El viaje es el camino más corto hacia uno mismo, pasando por los otros (Jacques Mounier)
Y andanza 10
Tenemos que cruzar el río Sena, que divide Normandía, y vamos buscando el paso más conocido, el Puente de Normandía. Nos dirigimos hacia el norte y en la ribera del río nos encontramos con Honfleur, otra preciosa ciudad, llena de antiguas casas con entramados de madera y con un pequeño puerto que enamoró en su día a Manet y otros impresionistas, que fundaron aquí la llamada Escuela de Honfleur.
Se encuentra en la desembocadura del río, justo frente a Le Havre. Por su lugar estratégico ha desempeñado un destacado papel histórico. Fue ocupada por los ingleses durante una época en la Guerra de los Cien Años. Luego creció como uno de los puertos más importantes de Francia, dedicado tanto a las exploraciones a Canadá como a la venta de esclavos. Su historia le ha dejado un patrimonio muy particular con sus antiguos edificios de madera junto al puerto, capillas, almacenes de sal e incluso la mayor iglesia de madera construida en Francia, Santa Catalina. Un templo muy particular que fue levantado en el S. XV cuando expulsaron a los ingleses. Debido a la pobreza no podían levantarlo en piedra y lo trabajaron en madera, que era su especialidad. Lo construyeron como la armazón de un gran barco invertido. Con el paso del tiempo le fueron añadiendo otras naves y una singular torre, separada de la iglesia, para evitar incendios. Hoy Honfleur es una colorida ciudad, llena de ruido, terrazas y buenos platos que hacen saborear mejor la historia que nos envuelve entre sus calles.
Enfilamos el Puente de Normandía y vemos que nos encontramos ante una construcción impresionante. Cuando se inauguró en 1995 era el mayor puente atirantado del mundo, con sus 2141 metros. Hoy mantiene intacta su belleza y produce la impresión de estar cruzando un lugar importante, el mismísimo río Sena en su desembocadura.
Al lado del Sena nos encontramos también con Rouen, otra vieja ciudad, crecida desde la época romana como un puerto floreciente. En la Edad Media comerciaba exportando vino y trigo a los ingleses. También fue víctima de las penalidades de la Guerra de los 100 años y, en medio del conflicto, aquí fue juzgada y quemada Juana de Arco en 1431. Victor Hugo la llamaba la “ciudad de los cien campanarios” y Sthendal “la Atenas del norte”. Monet quedó seducido por los juegos de luces y sombras en las piedras de su catedral. Se instaló en una casa de enfrente y pintó hasta 30 lienzos sobre el mismo tema.
Rouen fue la capital del Ducado de Normandía y vio enriquecido su patrimonio que grandes edificios, sobre todo en la época del gótico florido. Eran no solo religiosos, sino también civiles, como el inmenso Parlamento de Normandía, muestra de la riqueza y del poder del condado.
Tenemos que reconocer que a estas alturas ya estamos un poco saturados de grandes catedrales y de históricas abadías. Por eso disfrutamos más paseando por las estrechas calles medievales. Nos sentimos como en casa entre las paredes de bellos entramados de madera, que continuamos admirando. Mejor aún desde una terraza al lado de una cerveza y de unos moules. Encontramos un edificio singular de paredes con entramado que procede del siglo XVI. Es el Atrio de Saint Maclaud, en realidad un cementerio-osario donde iban a parar “los pestilentes”, víctimas de la peste. Sufrió diferentes ocupaciones y hoy acoge una Escuela de Artes. Es un gran patio cuadrado donde parece que se les ha ido un poco la mano a los restauradores, con un perfeccionismo en la elaboración de los entramados que contrasta con la sobriedad de otros edificios.
En España podemos admirar este tipo de entramados de madera en buena parte de las casas de la Tierra de Pinares y en otras zonas de Castilla y León. Destacan por su estética elaboración y su conservación en toda la Sierra de Francia, en Salamanca, sobre todo en Mogarraz y La Alberca. Algunos estudiosos afirman que este tipo de construcción fue traído por los franceses que vinieron a repoblar con Raimundo de Borgoña y que se extendieron por estas zonas de los reinos de Castilla y de León. Supongo que es difícil encontrar documentación pero es una hipótesis que puede animar a estudiar más la letra pequeña de la historia, las casas, las comidas y las costumbres de la vida de la gente humilde que nunca contaba en las historias de los poderosos.
… Y llegamos al mar, a los Acantilados de Étretat. Impresionan por su verticalidad. Miran al oeste, a las costas inglesas, con un blanco inmaculado que los hermana con los de Dover. Están formados mayormente por creta, una roca calcárea porosa de color blanquecino y grano fino, compuesta por esqueletos de algas microscópicas. Por su color se conoce como “Costa de Alabastro”.
Todas sus formas tienen nombres muy conocidos desde que en el S. XIX fueron descubiertos por la burguesía parisiense que lo convirtió en lugar de veraneo y estación balnearia. Luego los maestros impresionistas recalaron en estas playas para intentar reflejar la luz cambiante y huidiza de estos paisajes únicos. Claude Monet empleó sus pinceles en “Acantilado de Étretat” y en otros 50 lienzos más. También Dégas, Delacroix… y el menos conocido Boudin, del que podemos ver en el Museo Thyssen-Bornemisza “Étretat. Acantilado de Aval”.
Frente a este mar, tan luminoso hoy, y sobre estos blancos acantilados, cincelados a golpes por las olas bravías del Canal de la Mancha vemos finalizar nuestro viaje por Bretaña y Normandía. Hemos andado tanto por alguno de los lugares más concurridos de Francia como por pequeños pueblos y rincones olvidados que guardaban aún el aliento de los hombres de la Edad Media o de los constructores de megalitos. Somos turistas. Somos viajeros. Y volvemos a ser nómadas, como lo fuimos siempre, durante cientos de miles de años, hasta que hace ocho mil años decidimos asentarnos y construir un templo. Sucedió en Gobleki Tepe, Anatolia, o en otro lugar parecido. Y así seguimos hasta hoy.
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