El viaje es la gran metáfora de la vida y los sueños son el mejor equipaje» (Yo mismo) .
Nos dejamos llevar por la “aod ar vein ruz”, la costa de las piedras rojas, en bretón, que los franceses han bautizado como la Costa del granito rosa. Se extiende a lo largo de unos 20 kilómetros de rocas de granito modeladas por aguas del océano desde hace unos 300 milones de años que emergieron de los fondos marinos. El feldespato que compone estas piedras graníticas le da ese peculiar tono rosa, anaranjado o rojizo al atardecer. Cambia constantemente con la luz, alejándose siempre del gris sombrío del granito común. El nucleo que identifica la costa es Ploumanc´h, en el departamento de Côte d´Armor. Las grandes mareas transforman el perfil de las piedras a cada momento. Muchas tienen su nombre propio para que los turistas nos vayamos contentos. La más conocida es el “Sombrero de Napoleón”, pero cada uno podemos reconocer y nombrar cualquier perfil porque las líneas son infinitas, siempre redondeadas y siempre sugerentes. Hay un largo paseo que nos lleva por los rincones más espectaculares entre las rocas conocido como “Le sentier des douaniers”, por donde los aduaneros vigilaban y luchaban contra el contrabando, habituL EN ESTAS COSTAS.
En Trégastel nos encontramos con otro molino de marea. Llegamos en el momento en que las mareas se mueven de verdad y vemos cómo el agua sobrepasa los túneles a gran velocidad y entendemos la buena capacidad ingeniera de aquellas gentes medievales que siempre las imaginamos atrasadas y casi primitivas.
Vamos paseando por diferentes lugares de la costa. Siempre hay gente. Nos llama la atención que hay bastantes parejas con niños pequeños, dos y ¡hasta tres!. Algo que ya no es normal en Espñaña. Las parejas pasean solas, a veces con un niño y casi siempre con un perro. Es un espejo de la sociedad. Nos estamos quedando sin niños. Parece que no es un problema serio. Apenas aparece como una preocupación social. Pero es un dato muy indicativo de los problemas que nos envuelven. Desigualdad, inseguridad laboral, desempleo, Falta de ayudas, bajos salarios, falta de futuro…Todo contribuye a sumar dificultades para que los tiempos naturales de procreación y cuidados sigan su curso. Esta sociedad sin niños, luego sin jóvenes…será insostenible.
El momento cumbre en estas costas es la puesta sol, cuando está despejado y el cielo se muestra de aun azul limpio y bretón. Lo que hace unas horas se veía como unas enormes playas son ahora lugares de olas suaves que reflejan los rayos del atardecer. Todos esperan este momento. La gente sale de los bares, dejan la mesa del restaurante y se entregan al espectáculo. Aguas, brillos, sonidos de olas y un silencio respetuoso como si asistiéramos a un culto antiguo de la madre naturaleza. Así son los atardeceres en las tierras de los hombres de los megalitos.
Cualquier pueblo de la Bretaña tiene su encanto. Mantienen el mismo tipo de casa de piedra hasta nuestros días en que aparecen pueblos enteros con la misma arquitectura hasta pecar de monotonía y de inercia arquitectónica. Entre verdes infinitos llegamos a Dinan, levantada en el estuario del río Rance, con un pequeño puerto fluvial que le ha dado vida desde antiguo. Adquirió gran relevancia en la Edad Media porque sus telares se especializaron en la producción de telas para los barcos marineros de toda la zona, sobre todo de Saint Malo. Siempre fue lugar de enfrentamientos entre franceses e ingleses, particularmente en la Guerra de los Cien Años. Por eso a partir del S. XIV se fue fortificando con un poderoso castillo y unas murallas que alcanzan los tres kilómetros. Dentro de sus muros creció una población burguesa y artesana que dio vida a una de las más bellas ciudades medievales que hoy podemos recorrer.
Sus grandes templos, Basílica de S. Salvador, Iglesia de Saint Malo, son fieles testigos de esta riqueza porque, partiendo del arte románico, fueron añadiendo piedras y estructuras a lo largo de los siglos, sobre todo en el gótico. Pero esas construcciones las podemos ver en muchos lados. Sin embargo la riqueza de una ciudad medieval tan bien conservada es algo difícil de encontrar. La empinada Rue de Jerzual que une el centro de la ciudad con el puerto fluvial es el mejor recorrido medieval que hecho nunca. Se mezclan los diferentes estilos de las casas de madera típicas de los siglos XV-XVII para mantener el ambiente medieval de cordeleros, merceros, tejedores, carpinteros… Hoy son tiendas de artesanía, galerías de arte o de mercaderías varias, pero siempre con un respeto por los siglos que las han visto crecer.
Tras un día de trasiego por las calles tan variopintas y alegres de Dinan nos recogemos en un tranquilo camping al pie de las murallas. Sin embargo al caer la tarde vemos que en la hora azul se recrea y se magnifica el espectáculo de las murallas y de la ciudad. Volvemos a recorrer las calles, ahora vacías, y toda toma un nuevo color. Los franceses se recogen pronto, apenas hay terrazas y es un placer disfrutar de estas calles a media luz con tranquilidad y sosiego.
Después de conocer Dinan me asaltan las preguntas sobre estas ciudades turísticas. ¿Debe haber un límite para el turismo? ¿Cuándo empieza una ciudad a perder el carácter que la ha hecho valiosa? ¿Cuándo comienza a ser un parque temático? Llega un momento en que estas ciudades son un cliché, algo intercambiable, son todas iguales aunque con colores diferentes. Se convierten en lo que Marc Augué llama los “no-lugares”, sin personalidad, sin nada particular que ofrecer, un molde, una repetición… Dinan me ha sorprendido, que es lo mejor que se puede decir de un lugar. Tiene un perfil y un carácter propio. . Diría que hay muchos pueblos y ciudades medievales, pero Dinan solo hay una.
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