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Desde el «mar de Pinares»: Del trillo al e-book

Trilla frente al castillo de Cuéllar.

La foto de una generación

Ahora que he llegado a ser un jubilado, con todos los derechos y todos los achaques del hecho, me doy cuenta de que pertenezco a una generación que ha despedido poco a poco un mundo, que anclaba sus raíces casi en la Edad Media, para abrir la puerta a un tiempo de cambios tecnológicos que están transformando las formas de vida con un rapidez como nunca antes había sucedido.

Los que venimos de los años 50 pertenecemos a una generación que ha cabalgado entre dos mundos. Cuando echamos una mirada atrás, desde nuestra forma de vida actual, parece que venimos de la noche de los tiempos. Llegamos cuando todavía era tiempo de posguerra y miseria en una sociedad rural que mantenía los usos y costumbres inamovibles desde siglos atrás. Venimos de una sociedad medieval donde la religión se utilizaba para casi todo: para hacer llover, para curar enfermedades, para dar sentido al trabajo, para señalar tiempos, días, semanas y fiestas de descanso. Estamos asistiendo a un cambio de era, de ciclo, de tiempo…y tenemos la suerte de caminar por la frontera.

He visto segar con la hoz, he trillado con burro en las eras y he regado los tomates con noria, tal como se venía haciendo en Castilla desde hacía más de 1000 años. He visto al pastor recoger cabras casa por casa, he visto cargar piedras en los carros, vender patos en reata puerta a puerta, tejer mantas en telar medieval, cargar cerdos a la espalda en las ferias…

He ido a la escuela con mi cabás de madera, mi pizarra y mi pizarrín para escribir. He jugado a las canicas, a la peonza, al hinque, a las tabas, como se jugaba en esta tierra desde tiempos de los romanos. He disfrutado de tardes enteras por las eras, con los amigos, sin peligros y sin el ojo vigilante de los mayores. Hemos jugado con palos, peones, arcos, cuerdas, cartones, barro…a los juegos que han construido la infancia desde que el hombre es hombre

En apenas una generación ha desaparecido todo ese mundo heredado desde hacía siglos. Ha desaparecido la infancia como un tiempo de descubrimiento del mundo a través de los juegos. Ha desaparecido la adolescencia, como una preparación experimental para la madurez, y ahora se ha extendido desde los diez años hasta más allá de los treinta. Ya nadie sabe qué es la madurez y todo el mundo se resiste a dejar de ser joven, aunque haya cumplido los cuarenta. Lo joven vende, es lo que mola. “Hay que ser joven” es el mantra para funcionar en esta sociedad. Olvidamos que ser joven quiere decir ser aprendiz, inexperto, irresponsable, perder el tiempo, hacer locuras y tonterías, meter la pata, correr riesgos innecesarios y quemar adrenalina en situaciones sin sentido… Lo contrario de todo eso se llama madurez. Pero hoy “ser maduro” es casi un insulto. Lo único que en realidad todos envidiamos de los jóvenes es la edad. Nos gustaría volver a tener veinte años…, pero con la cabeza amueblada por la experiencia de los años. ¡Eso estaría muy bien!

La gente de mi generación estamos a caballo entre dos mundos que se alejan sin solución de continuidad. Parece que no hay nada que aprender del pasado y parece que no hay nada que reprochar a las tecnologías del presente-futuro. Los viejos hoy ya no son expertos en nada, no tienen ningún conocimiento para transmitir ni nada que enseñarnos. Todo es nuevo y no existe más que la diosa tecnología para alumbrar nuevos cachivaches, que supuestamente nos hacen la vida más fácil, pero que nos roban el tiempo, nuestro bien más preciado, y otras cosas inconfesables. La seducción por el mundo de las pantallas es irresistible. No hay oposición ni resistencia. Todo se admite y se utiliza porque es nuevo, es lo último, que es la moderna y la única justificación.

Desde esta generación puente podemos mirar con cierta distancia hacia uno y otro lado. Ni pensamos que jugar a las canicas fuera lo mejor del mundo, ni nos negamos a las virtudes de un Ipad. Los medios no son el problema, es su utilización. Con las mismas manos que arreábamos al burro en el trillo manejamos ahora las aplicaciones de un móvil 4G, nos sumergimos en mundos virtuales o nos conectamos con cualquier lugar del mundo con la misma facilidad que antes rezábamos un ave maría para solucionar cualquier problema. Hemos pasado del trillo al e-book sin despeinarnos.

Si cambian los aprendizajes, las experiencias y los hábitos de vida, también cambiará la mente que los sustenta. Cambiarán los valores y la forma de entender la vida. La generación entrante funcionará con una mentalidad que nada tendrá que ver con nosotros, porque todas sus experiencias vitales son completamente diferentes. Sus referencias del pasado y su paradigma para el futuro están cambiando profundamente. No sabemos hacia dónde vamos, por eso es importante tener claro de dónde venimos.

Si el destino final es estar sentados constantemente ante una pantalla, a nosotros no nos van a pillar ahí. Preferimos salir a la calle a pasear, manifestarnos, disfrutar de la naturaleza, viajar, charlar con los amigos, tomar cañas, ver cine en pantalla grande y tener sexo real. Tenemos muy claro que todo aparatito tiene un botón “off” para apagarlo y encender la vida real.

Autor: Jesús Eloy García Polo

Muévelo

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