He oído comentar a Eva Amaral que tiene tatuado un dragón japonés en la espalda y que siente que le da fuerza en los momentos difíciles. Eso mismo, más o menos, me decía mi abuela Felisa de un escapulario de Santa Rita que llevaba siempre puesto. Me quedo con la propuesta de mi abuela. Se trata del mismo mecanismo, pero mi abuela estaba más acorde con nuestro ámbito cultural, aunque no fuera tan “modelna”. Esas actitudes demuestran que esa “fuerza” está dentro de nosotros pero que hay muchas personas que necesitan de un empujón, un objeto simbólico, una circunstancia extrema, para ser conscientes de ella y disponer de esa “energía”. Es sabido que en los campos nazis de concentración resistían mucho más los que tenían convicciones profundas, en algo o en alguien, fueran cristianos, judíos o comunistas.
Entre las tareas de la religión se encuentra siempre el sacar lo mejor de cada uno, para ayudarle a vivir con un sentido y con empatía hacia los otros. Por este motivo todas las religiones tienen un sustrato común, un conjunto de reflexiones y consejos, en lo que coinciden… hacer el bien, no querer para otros lo que no quieras para ti, ayudar en la necesidad… Luego ya se diferencian en sus preceptos, rituales, creencias, dioses, guerras y sacerdotes. Pero al final todas se constituyen como un fenómeno social cuya influencia se puede controlar y utilizar a conveniencia de instancias los poderes interesados. Los sumos sacerdotes siempre han ido de la mano del poder político: desde Egipto o los sacerdotes judíos hasta el Irán actual. Ahí siguen también nuestros políticos en las procesiones. Las sociedades más modernas caminamos en una zona ambigua. Somos conscientes de que la religión ha impregnado toda nuestra historia, pero tratamos de que ahora no influya demasiado.
Es un poco tarde. Para empezar, todo nuestro calendario laboral está determinado por las festividades religiosas, que se han convertido en marcas culturales. Estamos en Semana Santa celebrando una fiesta que se ha mantenido en la misma fecha desde la noche de los tiempos. La Pascua Católica se celebra el domingo siguiente a la primera luna llena de la primavera. Se afinó en el cálculo para no coincidir con la Pascua Judía y luego los ortodoxos mantuvieron fechas un poco diferentes al seguir con el calendario juliano. Anteriormente, era la fiesta de la primavera que todas las religiones agrarias celebraban. En esa luna llena se celebraban fiestas en Egipto con Osiris, en Babilonia o Fenicia con Astarté o Isthar (de ahí el nombre de Easter, en inglés), en Grecia con los Misterios Eleusinos, los druidas con… Todos los pueblos mediterráneos celebraban la llegada de la primavera, la vuelta de la vida a la tierra. Fue la mejor fecha que en el Concilio de Nicea encontraron los Padres de la Iglesia para celebrar la resurrección, como vuelta a la vida. Así la cultura mediterránea tenía continuidad, siguiendo con la celebración de solsticios y equinoccios en honor de un dios o de otro. La fiesta permanecía y permanece.
En esta evolución histórica llegó el barroco español con su “pompa y circunstancia”, sus oropeles, sus vistosos rituales acorde con el Concilio de Trento… y puso el germen de estas procesiones que hoy llenan nuestras calles. La Iglesia estuvo siempre más interesada en celebrar los aspectos sombríos y dolorosos de la Pasión que las alegrías de una vuelta a la vida y una fiesta de la primavera, que tenían sabor pagano.
Hoy continuamos celebrando en estos días de mil maneras posibles la luna llena de primavera. Unos se castigan la espalda con cuerdas, otros pasean dolor y sufrimiento por las calles, pero otros se mecen en el Mediterráneo de los dioses, otros se reencuentran con amigos y comen juntos a la sombra de olivos y encinas, otros escapan a supuestos paraísos para recuperar esa fuerza interior, otros encuentran tiempo para jugar con sus hijos… Sea bienvenida la primera luna llena de primavera.
Desde el mar de Pinares: Jesús Eloy García Polo
Comentarios recientes