Cuando hace 13 años nació Leonor de Borbón y Ortiz se dejó bien claro ante la opinión pública que pronto se modificaría la Constitución para retirar la prevalencia del varón en la sucesión al trono. Desde entonces se han ido sucediendo diferentes hechos, situaciones, desajustes, conflictos y turbulencias que han puesto en evidencia la necesidad de una puesta al día de la Constitución. Sin embargo cada vez parece más lejano el necesario consenso al que todos aluden para modificar el texto aprobado en 1978. Los de la derecha más derecha, que fueron los más recalcitrantes a apoyarla en su día (con bastantes noes de Alanza Popular) se constituyen hoy en el mayor obstáculo a su reforma. Lo consideran poco menos que un texto intocable y casi sagrado.
La realidad de cada día nos deja claro que la forma de matar una ley es no adaptarla a los tiempos cambiantes. Vemos como en cada legislatura se modifican y adaptan diferentes leyes y normativas que se quedan viejas y caducas con el paso del tiempo. La Constitución no es una excepción. La Constitución del 78 ya es la segunda más longeva de nuestra historia. Es un dato para sentirse orgullosos, pero también para mirarlo con cuidado. La más duradera fue la de 1876 que también transitó de un siglo a otro, pero no se adaptó a los cambios políticos y sociales que vivió el país y acabó provocando una Dictadura, una “Dictablanda”, una República y todo lo demás. En su momento sirvió para superar los interminables enfrentamientos, guerras y golpes del siglo XIX. Luego favoreció el cambalache de los partidos políticos turnándose en el gobierno para ocultar la necesidad de las reformas políticas y sociales necesarias. Estamos ya en ese camino. Ahora pedimos al texto constitucional soluciones para unos problemas que allí no se reflejaron en 1978.
Como gran inexperto constitucional advierto que nuestra Constitución empieza a romperse por las costuras. En las calles, en los medios y en la vida de los ciudadanos aparecen exigencias para los que no hay respuesta constitucional. Ya son muchos los conflictos que provocan que nuestra cuarentona Constitución muestre serios achaques, por su inmovilismo.
Ahí continúa el problema catalán para el que algunos reclaman una solución constitucional que no existe. ¿Alguien sabe en qué consiste la España Federal que propone el PSOE? Además han aparecido nuevos temas que necesitan estar escritos en nuestra Constitución, como los reconocidos derechos de la mujer que aún no llegan a la vida real o las nuevas exigencias sociales sobre problemas medioambientales, que cada vez son más preocupantes. La inmigración, la creciente desigualdad, la desprotección social, los problemas de vivienda y los desahucios…todos son nuevos problemas que necesitan un respaldo constitucional.
Y quedan los viejos puntos de tensión no resueltos. El primero es la posición de la Iglesia Católica en un Estado laico. Cada vez es más evidente el trato de favor que recibe legalmente desde 1978. Otro viejo problema es la existencia del Senado ¿Para qué sirve? Ahhh…Los partidos lo han utilizado para recolocar a sus viejas glorias (por no decir cosas peores) con sueldos, honores y privilegios envidiables. Además es utilizado para retrasar y entorpecer los acuerdos de Las Cortes. Nada más. Su representatividad es ficticia. Ahora vemos que fue un verdadero apaño. Es un hecho que nuestras Constituciones progresistas tenían una sola Cámara y que las conservadoras mantenían un Senado, siempre retrógrado, para controlar cualquier movimiento de ruptura en la Cámara Baja. Ahí está la del 78. Tampoco es necesaria una ficticia Cámara Territorial, sino una Conferencia de Presidentes funcional y efectiva.
El problema de la articulación de las diferentes Comunidades dentro de un Estado encontró una solución en su época. Hoy el Estado de las Autonomías se ve cuestionado desde todos los frentes. Ha funcionado, pero ahora van quedando heridas e insuficiencias al descubierto. Lo que se llamó “café para todos” no ha sido real. Unos lo toman con leche, otros doble, algunos hasta disfrutan de carajillo, mientras otros se tienen que conformar con un descafeinado. Habrá que plantear un Estado donde todas las partes seamos realmente iguales, sin privilegios ni Fueros medievales. Todos tenemos una historia. Entonces ¿por qué vale más la de unos que la de otros? Hay que hablar de un Estado moderno con un proyecto de unidad en la diversidad. La democracia es la igualdad, el nacionalismo son las diferencias y supremacías. Si primaran las identidades habría que pensar, por ejemplo, que la más identificable y reconocible es la de Andalucía, tanto dentro como fuera de España. Lo demás es verborrea política de las clases que detentan el poder y los medios desde el siglo XIX. La democracia se hace con ciudadanos iguales y leyes. Las naciones y las patrias se hacen con héroes y mártires, pisando traidores o enemigos, con historias acomodadas y mitos inventados.
Pero el escollo fundamental que encontrará la reforma del gran texto será el de la Monarquía. Ya no será posible esconder a una ciudadanía madura y democrática el debate y la votación para elegir entre Monarquía y República. Hoy todavía parece un tema tabú, como el sexo en nuestra adolescencia. Pero saltará a primer plano y será mejor afrontarlo y debatirlo abiertamente, sin miedo y sin atávicos rencores.
El conocido hispanista Ian Gibson, en su libro Aventuras Ibéricas, explica que España tiene aún tres cuentas pendientes: un pacto por la Educación, una derecha razonable y resolver el asunto de los muertos en las cunetas. El primero y el tercero están relacionados con el segundo: la necesidad de una derecha razonable. Si pensamos ahora en un Manuel Fraga, exministro franquista, votando una Constitución que pisaba todos sus viejos principios sobre la unidad de España, podríamos imaginarnos a los líderes actuales llegar a acuerdos fundamentales para reformar la Constitución. No es que sea difícil. Es imprescindible. La política tiene que volver a ser vista como un consenso necesario con los adversarios, no como una lucha para imponerse y anular a los enemigos.
Ahora se están acumulando demasiados temas para ser reformados por políticos sin perspectiva histórica. Una vez pasada la línea roja, como ocurrió con la Constitución de1876, ya no habrá nada que reformar y llegará otro retroceso histórico. Por eso, ante tanto acto protocolario y celebraciones hay que gritar a nuestros asalariados de Las Cortes “¡Que se nos muere la Constitución!”
Opinión: Jesús Eloy García Polo
6 diciembre, 2018
Aún recuerdo, recién muerto el genocida, a «todo un democrata», Modesto Fraile, defender la reforma política en mi pueblo, Nava de la Asunción. Fue tan convincente que, meses después -hace hoy 40 años-, voté «no». Nos habían hurtado poder decidir entre República o Monarquía. Acababa de cumplir 18 años y ejercí mi derecho por primera vez y compruebo que no fue una decisión errónea.
40+40+i (de indiferencia) más de 100.000 víctimas del franquismo siguen en las fosas donde les enterraron por orden de sus asesinos.
¡ Por la III o, desde el recuerdo a mis muertos y a los «Capitanes de Abril», por la I República Federal Ibérica !