Sabemos que la tasa nacional de paro continúa por encima del 21 %, que fluctúa, que en verano desciende y que en otoño vuelve a subir, sin llegar a cifras que consideremos “soportables”. Es fácil encontrarse con parados en las calles, en el círculo familiar o de amistades. Sin embargo me llama la atención el hecho de que cada vez es más común encontrarse el hecho contrario: mucha gente que trabaja un montón de horas de manera habitual. Ante los bajos salarios, la inestabilidad del empleo y las presiones empresariales los trabajadores tienen que sumar cada vez más horas de trabajo y los autónomos tienen que explotarse más y mejor a sí mismos para poder mantenerse.
¿Por qué, si cada vez hay menos trabajo disponible, los trabajadores tienen que permanecer más horas en su puesto de trabajo? Parece evidente que cuantas más horas trabajen los que disponen de un empleo, más trabajadores continuarán en el paro. ¿Por qué ningún sindicato propone un reparto del trabajo, de una manera más justa y equitativa? Ya sé que es una idea inocente ante la cruda realidad, pero todos doblamos la rodilla ante un capitalismo salvaje, donde los sindicatos están desapareciendo y se queda el trabajador desnudo ante el empresario. Volvemos al siglo XIX.
Los puestos de trabajo, tal como los hemos conocido hasta el siglo XXI, están desapareciendo a pasos agigantados. La tecnología de la información va sustituyendo trabajadores en todos los ámbitos de la sociedad. Primero nos dejaron alucinados los robots en las fábricas de coches, luego los cajeros automáticos o tantas otras aplicaciones tecnológicas que van sustituyendo al antiguo esfuerzo humano. Vemos desaparecer los trabajadores en las gasolineras, revisores de contadores varios, empleados de bancos, vendedores de tickets diferentes…Por supuesto que todo está muy bien y hay que manifestar la misma alegría que cuando llegó la primera cosechadora a estos páramos. Pero hay que exigir que las ventajas y beneficios se distribuyan para todos. Un simple ejemplo: ¿Alguna empresa petrolera ha bajado los precios al dejar las gasolineras sin atención humana?
Dicen que solo estamos en el comienzo de este proceso de sustitución de empleos por diversas aplicaciones informáticas. Los puestos de trabajo perdidos ya no volverán. Nada volverá a ser como en la era industrial, como nada ha vuelto a ser igual que cuando se segaba a mano. Cada vez habrá menos oferta de lo que llamamos puestos de trabajo. Esta situación actual que mantiene un amplio colchón de parados favorece enormemente a los empresarios que pueden elegir o despedir empleados y fijar sueldos y condiciones.
¿Por qué la jornada “normal” deben ser ocho horas? ¿Por qué se permite aumentar casi sin límite esas ocho horas? ¿Por qué no se puede empezar a repartir el trabajo y, con ello, repartir la riqueza, la seguridad, la estabilidad social y la autoestima de todos? Ahora preferimos trabajar doce horas y que una parte de esas horas se utilice para pagar un subsidio a los parados en forma de limosna, que ensombrece la dignidad del que lo recibe. Si la jornada laboral pasara de ocho a seis horas, prácticamente habría trabajo para todos. Todos ganaríamos un poco menos…, pero también habría que hacer lo posible para que todos los Amancio Ortega, en lugar de amasar 60.000 millones de euros, “se conformaran” con 30.000 y que todos los Ronaldos del mundo se apañaran con 10 millones al año. Quiero decir que la riqueza existe y que hay que pensar en distribuirla para tener una sociedad más justa y, por ello, más estable y más pacífica.
Comenta Noah Harari, un estudioso de la evolución histórica de la humanidad (“De animales a dioses”), que nuestro paso, hace 10.000 años, de cazadores-recolectores nómadas a agricultores-ganaderos sedentarios fue un mal negocio. Nuestros antepasados empezaron a trabajar bastante más y en peores condiciones, con el premio de una mayor seguridad del sustento. Dedicaban menos tiempo a socializar, a estar con la familia, a la fiesta y a la danza. Con esa seguridad tenían más hijos, crecía la población y había que trabajar más aún. Por otro lado, los más fuertes consiguieron apoderarse de los excedentes de cosechas y ganados, cosa que no sucedía en la época anterior. Llegó la división social entre los poderosos y los que solo tenían su trabajo.
Parece que ahora estamos en el mismo proceso. Asistimos a un salto tecnológico, semejante a la revolución del Neolítico, que debería tener grandes ventajas, pero que en realidad endurece las condiciones de trabajo y empobrece a los asalariados porque los más fuertes se quedan con la parte del león. Es algo muy evidente cuando se ven los datos del crecimiento de la desigualdad. Quizá la próxima revolución social pacífica sea para repartir el trabajo, para trabajar menos y disfrutar más. Repartir el trabajo es repartir la riqueza de un país. Un mundo sostenible exige consumir menos, extraer menos materias primas, producir menos cosas y más duraderas. ¿Estaremos más tristes porque no podremos cambiar de móvil cada año? ¿Seremos menos felices porque no llenemos el armario de ropa nueva cada temporada de moda?
21 julio, 2016
Muy buen articulo y necesario, a ver si brota una nueva conciencia. Saludos Eloy