La grandiosidad de Egipto se muestra no solo en las Pirámides. Los templos de Luxor y Karnak resumen todas las épocas constructivas más allá del Imperio Antiguo. ¿Podemos imaginarnos una catedral construida y reconstruida durante dos mil años? La antigua Tebas, hoy Luxor, fue llamada por Homero “la ciudad de las cien puertas”. La belleza y poderío de la ciudad llegaban hasta oídos de los primeros griegos mil años antes de nuestra era. Resulta difícil de creer que estos inmensos templos fueron construidos mientras en la vieja Iberia las mayores construcciones eran unas grandes piedras amontonadas para formar el túmulo de una tumba. Los celtas todavía no habían llegado para construir sus sencillos castros…Aquí entonces levantaban estas columnas de 30 metros que todavía hoy nos inquietan por los conocimientos que implicaba su construcción.
El Templo de Luxor se encuentra en el centro de la ciudad. Sus columnas forman parte del paisaje urbano, como un elemento más. Hemos coincidido en la visita con diferentes grupos de niños egipcios que han dado calor a estas piedras con su griterío, su alegría y su deseo constante de que apareciéramos en sus selfies. Ahí estábamos gustosos, por supuesto. No me imagino qué sensaciones les provocarán estas piedras de hace 3500 años, levantadas por sus antepasados a antiguos dioses infieles. Al mismo tiempo, durante toda la visita, hemos estado escuchando el sermón del imán de la Mezquita que hay construida en el interior del recinto. Por si fuera poco, también los antiguos cristianos construyeron una iglesia en la parte más sagrada del templo y todavía hoy puede verse el ábside. Este templo parece un supermercado de las divinidades históricas.
Fue iniciado por por Amenofis III y luego fue Ramsés II quien lo engrandeció con sus estatuas de tamaño XXXL , como todo lo que hacía. El tamaño exagerado siempre es la manifestación del poder. ¿Qué pensarían los pobres campesinos que vivían en cabañas de adobes y paja?. Ellos solo podían llegar hasta el patio de las columnas. Más allá, la gran sala hipóstila estaba reservada a las clases supeiores. La parte más sagrada, con la estatua del dios, solo era accesible a los sacerdotes y el Faraón.
Luxor estaba unido al templo de Karnak por una avenida de esfinges de tres kilómetros. Apenas quedan unos cientos de metros de avenida, pero impresiona igualmente. Cuando llegamos a Karnak volvemos a mirar hacia arriba, sintiendo la inmensidad del espacio y de las piedras sagradas. De verdad, no hay manera de imaginar cómo pudieron levantar estas columnas. Es más sencillo imaginar cómo fueron destruidas. Todos los relieves de las partes inferiores, al alcance de la mano, están destruidos. Hoy sabemos que a la tarea destructiva del tiempo se sumó con gran afán la mano de los primeros cristianos que trataron de hacer desaparecer toda presencia de los dioses paganos. Picaron las caras en las pinturas de las tumbas, rasparon los relieves, derribaron las estatuas pequeñas o deformaron los rostros de las grandes.
La historiadora británica Catherine Nixey ha documentado escrupulosamente los grandes destrozos de los cristianos en los siglos IV-V. Su fanatismo hizo desaparecer casi toda la cultura del mundo griego y romano y, como señala la autora en “La Edad de la Penumbra”, llevó a la sociedad europea y mediterránea a esa penumbra cultural que se prolongó por más de mil años. En cada rincón de los templos egipcios puede contemplarse este afán destructivo. Simplemente con destruir los ojos y la nariz de la estatua de un dios ésta quedaba profanada y su poder desaparecía. Muchas rodaron por el suelo, otras quedaron enterradas y muchas piedras de las paredes pasaron a las nuevas edificaciones de los templos de la nueva religión.
Karnak es como la enciclopedia total de Egipto. Aquí contemplamos obras de todos los faraones destacados desde el 1500 a. de C. hasta la época romana. Construían las obras propias y destruían las de los anteriores, o las renombraban, como hacía Ramsés II, que no admitía sombras en su gloria. Pasear entre estos pilonos, esculturas y columnas nos hace sentirnos pequeños, insignificantes en el paso de la historia. ¿Qué dejaremos en nuestra época que pueda compararse a esta grandeza? Todo transmite ansias de perdurar, ansias de eternidad.
Quizás hoy los edificios que han absorbido más esfuerzos y más millones sean los desconocidos silos nucleares de los países poderosos que tienen enterrados los costosísimos misiles en silos subterráneos de características inimaginables para un ciudadano normal. Allí reside nuestro poderío como humanos del siglo XXI. Ahí escondemos nuestro poder tecnológico, militar y económico. Apenas dejaremos algo para la posteridad. Algún estadio, algún puente, algún edificio llamativo…y nada más.
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