Seguimos en Cuaresma. Se acercan los días de las grandes ceremonias…Seguiremos pensando un poco. Cuando vemos los rituales de otras religiones diferentes sentimos una distancia enorme entre esas ceremonias y las que contemplamos o a las que asistimos en nuestra casa. ¿Por qué? ¿No van dirigidas al mismo cielo y al mismo dios?
Cuando he visto las pintorescas procesiones hindúes, los cantos y rezos en las mezquitas, las exageradas puestas en escena de los evangelistas… siempre me han parecido cosas realmente extrañas y ajenas a cualquier tipo de sentimiento espiritual. Deduzco que eso mismo pensarán ellos cuando vean nuestros rituales y, en estos días, nuestras procesiones de Semana Santa. Ante esos rituales extraños siempre comento con algún compañero “… pero nosotros sabemos que nuestro dios es el verdadero y todos estos son falsos”.
En estos tipos de ceremonias coloristas y ostentosas es donde más unida se ve la religión a una cultura determinada. Cada sociedad ha dado forma a un tipo de religión para que cumpla unas funciones determinadas, como ya comenté. La sociedad se transforma y con ella las manifestaciones religiosas.
Por esto cada vez más se intenta comprender las religiones desde el punto de vista de la evolución humana. Si apareció la religión en un momento determinado y continúa existiendo ¿es porque es buena para los grupos humanos y por eso se mantiene? Pero vemos que también se mantienen las guerras, el tabaco, los dictadores…. ¿Aporta algo bueno la religión que no puede aportar otra ideología diferente? ¿En definitiva, son mejores las personas religiosas que las que no profesan un credo?
Hoy las religiones han transformado aparentemente su función, pero en el fondo sigue siendo la misma: agrupar a la gente para responder sus interrogantes y solucionar sus problemas, reales o supuestos. Cada religión aporta un compendio completo de respuestas a todos los interrogantes posibles. Pensar por cuenta propia es difícil. Buscar respuestas sobre el sentido de la existencia es muy complicado. Es mucho más fácil adherirse a un credo que nos facilita todas las soluciones. Además nos proporciona un código de conducta y nos ayuda a distinguir el mal del bien. Es más fácil dejarse llevar de la mano que buscar un camino propio. Así funciona el hechizo de la religión.
Siempre ha sido así y se ha visto como imprescindible la adhesión a una confesión religiosa. Pero desde el siglo XIX cada vez hay más gente que no se identifica, no necesita, ni echa de menos el compartir un credo religioso. ¿Acaso son peores personas? La ciencia cada día nos explica más cosas, los hombres nos organizamos mejor cada vez (aunque no lo parezca) y somos capaces de darnos leyes sin acudir a autoridades superiores. Hasta somos ya capaces de hacer guerras sin invocar motivos religiosos. Crece el respeto por sociedades y por individuos que pueden organizarse sin recurrir a una religión. Son muchos los Parlamentos que tratan de hacer leyes que no estén dictadas, presionadas o influidas por un credo determinado.
Cada vez convivirán más dos tipos de grupos humanos. Por un lado, los que profesan un credo, que les aporta sentido, coherencia y cohesión social. Por otro, los que tienen su propio camino personal y un sentido propio para trabajar, para asociarse y para vivir. Los conflictos son constantes, cuando el respeto y el reconocimiento mutuo desaparecen. Desde las provocaciones en una iglesia a los asesinatos en nombre de un dios, seguiremos viendo choques durante mucho tiempo. No todas las sociedades, ni todos los grupos evolucionan de la misma manera. Contemplar la evolución histórica de nuestra propia religión nos ayuda a entender la violencia causada hoy por otras religiones. Pero comprender no quiere decir justificar. Ni todas las religiones son iguales, ni todos los creyentes son iguales. Ahí están las religiones orientales, el budismo, el taoísmo…, religiones sin dioses y sin historias de violencia. Nuestros monoteísmos, surgidos todos de los desiertos de Oriente Medio, son los que han convulsionado y continuarán ensangrentando nuestra historia.
Texto e Imágenes: Jesús Eloy García Polo
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