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Georgia (4): Lenguas, religiones, etnias y músicas

Podríamos hacer una línea imaginaria en un mapa de estas tierras del Cáucaso donde veríamos que en poco más de 200 kilómetros nos encontramos hasta cinco alfabetos diferentes: el alfabeto occidental que convive en Turquía con el árabe, el alfabeto armenio, el georgiano y el cirílico de Rusia, muy usado también en Georgia. Junto a los alfabetos se amalgaman las diferentes etnias y las diferentes religiones o interpretaciones de una misma religión, como hacen la Iglesia Armenia y la de Georgia. Han pasado los siglos y aquí se mantienen las identidades que en otros lugares han desaparecido. A menudo nos preguntan a nosotros si somos del País Vasco, porque suponen que proceden de aquí y se sienten muy unidos con ellos. El aislamiento de los valles contribuye a la pervivencia de antiguas identidades.

Hoy parecen valores en alza, en los tiempos de una globalización salvaje, obligatoria y anuladora. Pero ya vemos con claridad que junto a las bondades que supone el mantenimiento de una cultura propia se adhieren otras connotaciones muy negativas de exclusividad, superioridad …que siempre acaban mal.

La Georgia de hoy enlaza las historias del pasado, violentas o místicas, con las posibilidades del presente. Abren los brazos a los turistas ofreciéndonos catas de vino en cualquier rincón. El vino es su producto estrella para conquistar el mundo. Se declaran herederos de Noé, por encima de los armenios y mantienen la enorme riqueza de más de 500 variedades de uva. Sin embargo, en los vinos tintos, nuestros Federicos o Alejandros Fernández han aprendido mucho mejor la lección de Noé. Nos abren también sus casas y podemos comer en casas particulares, cuando hacemos salidas fuera de la capital. Participamos en la “supra”, que es la gran comida-celebración georgiana, con constantes brindis en medio de una mesa rebosante de platos muy variados, donde reinan las berenjenas y sus más de veinte recetas diferentes, regadas con vinos y chaca (aguardiente).

Por encima de las características de una cultura, siempre sigue sorprendiéndome la música en cada lugar que visito. En Georgia y Armenia se escucha música tradicional en muchos lugares públicos y restaurantes. Aparece siempre en las celebraciones y se ofrece música religiosa de gran calidad en los templos. Son músicas totalmente originales e identificativas. La música polifónica georgiana, a capella, es un sonido que no se olvida nunca. Es un canto primitivo y totalmente moderno, a la vez. Solo hay unos cantos parecidos en la isla de Cerdeña. Es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y una de sus piezas fue enviada en 1977 al espacio, con el Voyager, como representante de la música del planeta, junto a Bach y Beethoven.

La música siempre es un símbolo de unión entre las gentes. Siempre ha unido a los que son diferentes. Los músicos no se miran el color de la piel, ni los credos, lenguas o atuendos. Siempre fue así, al menos, hasta que los militares se inventaron los himnos nacionales para enviar a los más jóvenes a morir por las patrias, igualmente inventadas. ¿Alguien se enfrentaría a los habitantes del valle vecino porque su música es diferente y la propia es superior? ¿Sería ridículo? En cambio van a la guerra porque los del valle vecino son diferentes por su lengua, porque tienen otro dios o porque son de un grupo étnico distinto.

Cuando avanzamos por las carreteras de estos países surgen estas reflexiones al oír que estamos al lado de tal provincia que se separó tras una guerra, o que se proclamó independiente y se rompieron todas las relaciones… tras las consiguientes pérdidas humanas, refugiados, linchamientos y desastres variados que continúan presentes entre las gentes de estos valles tan maravillosos.

La vida es muy parecida en todos los valles. Con ella se asocian los mismos cultivos, bajo los mismos climas, los rezos parecidos a uno u otro dios, las mismas casas y los mismos atuendos. ¿Por qué se empeñan entonces en marcar siempre sus diferencias para enfrentarse a la región de al lado? Aquí no hay petróleo ni grandes riquezas por las que perder la vida. Pasamos por las aldeas de la carretera y es difícil de imaginar estos enfrentamientos en la gente tan apacible que nos ofrece la comida en sus casas o nos permite asistir a los rezos de sus iglesias. Quizás hay que volver al Mito de la Caja de Pandora para explicar todas las penas y maldades que andan repartidas por el mundo en que vivimos. Necesitamos una explicación poética y mítica, porque no existe una explicación racional.

Autor: Jesús Eloy García Polo

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