La Madre Teresa de Calcuta ya es santa. Ya se le puede rezar y pedir favores porque el Papa Bergoglio la ha colocado en el cielo más celestial con derecho a ejercer influencias en las instancias más altas. A todos los católicos ha sorprendido la rapidez con la que se ha tramitado su canonización, iniciada por un Papa preconciliar como ella, y concluida por otro que quiere limpiar el polvo de una iglesia con olor a alcanfor.
De la mayoría de los santos de la Iglesia no conocemos datos históricos fiables, menos aún de sus milagros. En cambio de estos santos modernos ya lo conocemos todo y, como humanos, podemos analizarlo, juzgarlo, hacernos una idea de su importancia histórica y entender los motivos de su elevación a los altares.
La Madre Teresa recogía a enfermos y pobres de las calles y les ofrecía un lugar para morir. Ese era su planteamiento y no engañaba a nadie. Ejercía una caridad para los momentos extremos. No se proponía solucionar los problemas de la gente, sus dolencias, su hambre, su incultura, su explotación…simplemente les ofrecía un refugio para morir bajo el techo que nunca habían tenido. Los periodistas críticos han escrito sobre la falta de condiciones higiénicas, la falta de atención sanitaria, la no administración de analgésicos para los dolores…Decían que simplemente administraba un “moridero”. Con la gran cantidad de dinero que le llegó tras el Premio Nóbel y su repercusión nunca se planteó construir hospitales. Siempre hablaba la Madre Teresa sobre el valor redentor del sufrimiento de los pobres. Nunca habló de justicia, tampoco del desarrollo de una sociedad tan pobre y de riqueza tan desigual, ni habló de educación o de sanidad. Simplemente hacía caridad sin mayores planteamientos y animaba a medio mundo a sumarse a ese tipo de caridad.
Estas desnudas motivaciones fueron las que enamoraron al Papa Wojtyla para proponerla como modelo de una iglesia que necesita a los pobres y sus sufrimientos para la justificación de su pervivencia en un mundo tan desigual. Era el lado opuesto a la Iglesia que se encontró en Latinoamérica, la Iglesia de la Teología de la Liberación, que también se dirigía a los pobres, pero con la intención de mejorar sus condiciones de vida terrenales, actuando sobre las condiciones, educativas, sociales y, por supuesto implicándose en las denuncias de las situaciones políticas. Dos iglesias, dos actitudes políticas. La religión siempre es política, por su gran repercusión en la sociedad.
También al otro lado, en la India, existían esas dos iglesias. Vicente Ferrer era el lado opuesto a la Madre Teresa. El gobierno lo había expulsado del país por quejas de políticos y banqueros sobre su trabajo. Cuando Indira Gandhi le permitió regresar dejó los Jesuitas porque le prohibieron seguir trabajando en el mismo lugar y en el mismo empeño del desarrollo humano de las comunidades. Llegó casi como un desterrado al estado más pobre del sur de la India. Vicente Ferrer hizo miles de pozos para proporcionar agua potable y regadíos, construyó escuelas, centros de formación profesional, hospitales, proporcionó vacunas, medicinas, anticonceptivos para las mujeres que los solicitaban, financiaba proyectos comunitarios, ofrecía préstamos sin intereses. Como un faro para su trabajo, siempre mantuvo su fe cristiana, aunque estuviera fuera de la institución.
Ni Juan Pablo II, ni ningún otro prohombre eclesiástico se fijó nunca en él, ni lo ofreció como ejemplo. Simplemente era un personaje molesto para el nuevo devenir de la Iglesia que estaba marcando un Papa llegado del Este, como la Madre Teresa, y que aborrecía todo lo que sonara a justicia social, desarrollo humano o compromiso sociopolítico. Eran dos caminos diferentes.
Con la Madre Teresa la Iglesia estaba apoyando un evangelio de la caridad, utilizada para tapar las injusticias del mundo y acallar las conciencias de los poderosos. Vicente Ferrer estaba practicando una caridad para alcanzar hasta allá donde no llegaba la justicia, al tiempo que luchaba por unas condiciones sociales y económicas más justas. Ese no era el evangelio que el Papa Wojtyla quería predicar. Prefería ensalzar a la Madre Teresa para quien el aborto era el causante de todos los males del mundo y el Concilio Vaticano II los había extendido. Ahí acababa todo su análisis social. Siempre los dos fueron de la mano y cosecharon grandes éxitos, religiosos, sociales y políticos.
Hoy el Papa Bergoglio canoniza a la madre Teresa y continúa caminando entre dos aguas, entre dos iglesias muy diferentes. Quiere lograr la cuadratura del círculo, sin saber que es imposible. Como buen jesuita se adaptará a cualquier tiempo nuevo y navegará entre todas las revueltas corrientes eclesiales. Pronto hará algún trabajo con su mano izquierda para compensar esta canonización tan rendida al carismático Papa que llegó del Este.
14 septiembre, 2016
Parto de la constatación de que no entiendo, y mucho menos comparto, el fenómeno llamado Caridad, ni cuando la caridad es ejercida como forma de apuntalar sistemas de opresión e injusticia, ni cuando se plantea, desde interpretaciones teológicas supuestamente progresistas, como método compensatorio para donde no llega la Justicia Social.
La existencia de la caridad niega con rotundidad la Justicia Social porque si hay Justicia Social es impensable que nada ni nadie la pueda sustituir. Pero es que, además, la caridad esconde una intencionalidad perversa y cruel como es su circulación vertical. Mientras la Justicia Social nace de la voluntad ciudadana, entre iguales, de no permitir situaciones de desigualdad en perfecta armonía horizontal, la caridad se ejerce desde arriba hacia abajo; se ejerce desde la paternal voluntad del rico como forma de dejar constancia de su poder. Los destinatarios de la caridad reciben migajas que no les priva de seguir siendo pobres pero, sobre todo, lo que reciben es la confirmación de un estado de cosas invulnerable que consagra la situación cada cual en la vida porque así lo quiere una celebridad intelectual a la que llaman Dios y las leyes a su servicio y los lacayos a su servicio que así lo imponen.
Evidentemente no hemos alcanzado niveles de Justicia Social que eviten contraproducentes sucedáneos pero, ni siquiera en tal situación de precariedad social y de indigencia integral de la Justicia adquiere un mínimo de sentido la caridad, por lo dicho, porque Justicia Social y Caridad son conceptos autoexcluyentes.
Dicho lo dicho, lo de la canonización de Teresa de Calcuta me parece de lo más coherente. La Iglesia siempre a glorificado valores de apaciguamiento social, la resignación, la conformidad, la obediencia, el culto a la jerarquía porque es el papel que los poderosos la han encomendado.
14 septiembre, 2016
Un análisis muy preciso y acertado.
14 septiembre, 2016
Quizás alguien de la conferencia episcopal comparta este análisis y reflexión, y no se atreva a manifestarlo. En mi opinión, muy acertado