Las ciudades siempre han simbolizado la cultura y la civilización, mientras el campo o las aldeas han representado la barbarie y el mundo oscuro de los “paganos”. Hoy las nuevas ciudades son megápolis con muchos millones de habitantes, donde prima la comunicación y lo que ahora se llama la conectividad. Todos solos, pero muy bien comunicados. El mundo rural nos lo venden para “escapadas” de fin de semana, para que busquemos una tranquilidad edulcorada y una naturaleza domesticada. Ya no imaginamos cómo puede haber gente que sobreviva al margen de nuestras tecnologías de la inmediatez. Sin embargo, incluso en comunidades ricas, como La Rioja, hay zonas que permanecen olvidadas, al margen del tiempo. Hay pueblos vacíos, otros con dos o tres personas y algunos que solo se habitan en fines de semana.
Es verdad que La Rioja es una comunidad rica, al lado del Ebro que riega una variopinta huerta y con tierras soleadas ideales para las viñas. Pero lo que nunca llega a las televisiones, ni aparece en las estadísticas económicas son las tierras altas más olvidadas, las Sierras de Cameros y Cebollera, donde limita con Soria, la provincia más abandonada. Al sur de Logroño hay tres valles donde se enclavan pueblos que van desapareciendo de los mapas año tras año. Son los valles del Jubera, del Leza y del Iregua, que recorren las tierras del llamado Camero Nuevo y Camero Viejo.
Es difícil imaginar que a una hora de la capital, en lo alto del valle del Jubera, lleguemos a pueblos donde solo vive una persona, como es el caso de San Vicente de Robres. Aún así parece que el destino ha traído suerte al pueblo, porque está totalmente recuperado. Es un pueblo “bonito” y visitado los fines de semana. Más arriba, sobre los 1200 metros de altitud están El Collado Y Sta. Marina. El primero permaneció abandonado durante casi 30 años. Luego dos parejas de “repobladores” decidieron volver. No había carretera, ni electricidad, ni agua…solo zarzas. Hoy se ha sumado alguna gente más en casas de fin de semana. Todo el pueblo es un fiel reflejo de los abandonos, desprecios, olvidos de unos y de la lucha quijotesca de otros. Ahí se mantienen con placas solares y mucho voluntarismo.
Al llegar al pueblo se acercó a saludarnos una señora mayor, Lucía, que aquí nació y aquí volvió a “rehabitar” su casa. Se ofrece a “enseñarnos” el pueblo. Mi hermana y yo nos miramos sorprendidos, pensando lo mismo “…pero qué habrá que enseñar?”. Después de más de una hora en compañía de Lucía entendimos lo que nos quería mostrar. Quería hablar con alguien… y luego quería contarnos su historia y la de su pueblo. “Esta era la iglesia, que fueron saqueando poco a poco, estas calles estaban limpias, aquí vivía…, más allá estaba…esto era la Escuela, donde venían los niños de otros dos pueblos.” Con su esfuerzo han recuperado el edificio de la antigua Escuela para que sirva de refugio a quien pase por aquí. Es una humilde y limpia habitación con vistas. Como maestro rural, me llegan al alma estos viejos edificios que antes significaron la única cultura que llegaba a los más olvidados.
Lucía lleva muchos años empeñada en vivir aquí, en lucha permanente contra todo y contra todos a quienes molesta su empeño y sus reclamaciones. Desde el principio percibimos una desconfianza extraña, como preguntando “¿Qué hacéis aquí, qué habéis venido a ver?. Supongo que es el poso tanto de la soledad como del desprecio constante de funcionarios y de instituciones, contra los que ha luchado por conseguir la carretera, por el agua, por la electricidad que no tienen… Poco a poco nos muestra confianza y agradecimiento por habernos acercado a romper su soledad.
En el valle del río Leza encontramos pueblos realmente bonitos, como Soto en Cameros, famoso por elaborar los mejores mazapanes del hemisferio boreal. Todos están bastante cuidados pero casi vacíos. Cuando remontamos el valle y damos una vuelta por Cabezón de Cameros sentimos una extraña sensación… nos damos cuenta de que no hay nadie en el pueblo. Ni un coche aparcado, ni humo en alguna chimenea, ni un ruido, ni ninguna casa con señales de vida. Estamos solos en un pueblo vacío, como un gran decorado. Es un pueblo para la vida esporádica del fin de semana. Así terminarán la mayoría de estos pueblos celtibéricos, los que tengan suerte. El resto desaparecerán entre las zarzas y el olvido.
Los economistas dicen que es muy caro mantener hoy el mundo rural. Solo países ricos, como Suiza o Noruega, proporcionan a sus pueblos servicios educativos, sanitarios y comunicaciones del siglo XXI. Aquí en la Celtiberia los pequeños pueblos arrastran una agonía donde ya ni siquiera el político de turno se acerca a pedir el voto al “señor Cayo” de Miguel Delibes.
14 mayo, 2017
Más que despoblación, lo que tenemos en La Ibérica, es «desequilibrio demográfico territorial». Igual que en otras muchas partes del planeta.