Aunque Malasia sea un país musulmán, es también un país de convivencia de culturas y religiones. Hay muchos hindúes con su propia religión, también budistas, chinos con lo suyo y hasta hemos visto algunas iglesias cristianas de la época colonial. Hoy nos hemos ido a las afueras de Kuala Lumpur, hasta el mayor centro de los fieles hinduistas. Son un conjunto de grandes cuevas, Batu Caves, habilitadas como templos y habitadas por decenas de los coloristas dioses hindúes.
Están llenas de esculturas con las historias del Ramayana, la gran epopeya hindú que narra el origen de los dioses. Cada año se reúnen aquí cientos de miles de hindúes para celebrar las fiestas religiosas en medio de las guirnaldas de mil colores y los cantos cansinos, que narran las hazañas de los dioses.
Contemplar estas figuras míticas en las cuevas nos ayuda a tomar perspectiva sobre nuestras historias religiosas. Si estos dioses azules o con cara de mono nos parecen raros y de poca devoción, ¿qué pensarán ellos de nuestras procesiones de Semana Santa, de nuestros belenes o de la fiesta del Rocío?. Cada cultura elabora sus propias mitologías para explicar el mundo, sus orígenes y orientan la vida de manera tranquilizadora para sus creyentes. Contemplarlas desde fuera nos ayuda a entendernos y relativizar nuestras creencias tan «absolutas».
Apenas hay conflictos religiosos en este país. Conviven culturas muy variopintas y cada vez más porque es un país que está creciendo deprisa y llegan los emigrantes de las naciones vecinas están en aumento. Cada vagón de tren es una amalgama de ropas identificaticas, de colores de piel, de rasgos faciales, de lenguas diferentes y suponemos que también de religiones. El mundo avanza en esta dirección y cada vez hay más países con estas mezclas, impensables hace unas décadas.
El mundo global lo percibimos cuando la tarde-noche del sábado vemos las pandillas de adolescentes por la plaza y los centros comerciales que rodean las Torres. Los centros albergan las mismas tiendas que en Barcelona o Ámsterdam. Los adolescentes visten la misma ropa, zapatillas y el mismo corte de pelo que en cualquier ciudad española. Sin alcohol y con mayor discrección en los comportamientos. Nos llamó la atención unas señales en el metro que, entre otras cosas, prohibían besarse. El roce no está bien visto. Esto es Asia.
Hemos andado por el China Town, hemos visitado otro céntrico templo hindú, hemos padecido el aguacero tropical de cada tarde y nos han cerrado el paso en un restaurante de alto nivel, frente a las Torres, por nuestras pintas. Pero al mismo tiempo nos llama la atención el concepto tan laxo que manejan en la limpieza y en la higiene. Hay dos mundos en cruce permanente, uno de hormigón, acero y cristal y otro de casas y calles más populares que están siendo arrinconadas. La batalla ya está decidida y luego llorarán, como otras ciudades, por la pérdida de lo más tradicional y lo que más sentido le da a su ciudad.
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