Cuando llegamos a Mongolia, haciendo el Transiberiano de Moscú hasta Pekín, no pensábamos que estos inmensos vacíos verdes iban a dejar tanta huella en nuestro viaje. Después de tantos pueblos y ciudades, bosques y ríos, después de tantos paisajes diferentes, recordaríamos las Estepas de Mongolia como lo más maravilloso de nuestro viaje. ¿Por qué?
Aquí no hay nada. Bueno, apenas nada. Mongolia es un país tres veces más grande que España. Solo tiene tres millones de habitantes, de los cuales, la mitad vive en Ulan Baator, la capital. Es el país más vacío del mundo. ¿Podemos imaginarnos a millón y medio de personas repartidos por una extensión como España, Francia e Italia? Así es Mongolia. Es el último país de nómadas. Todos viven con su mirada puesta en un gher, la tienda circular, que incluso llenan todos los suburbios de la capital, en el patio trasero de viviendas de ladrillo. Nadie quiere renunciar a su alma nómada.
Las Estepas son el gran salón de todos los mongoles. Desde nuestra furgoneta avanzamos a través de cientos de kilómetros sin asfalto, señales, sin casas, sin cables, sin repetidores, sin ruidos… Es difícil hacerse a la idea de recorrer una distancia como de Madrid a Barcelona por caminos de ovejas y caballos…y luego volver por otros diferentes!
La inmensidad de la estepa es tan sugerente que no hace falta nada más. No nos cansamos de mirar el paisaje, que nunca es monótono. Aquí un gher, allí unos caballos, más allá un pastor a caballo con sus ovejas… la inmensidad por todas partes. Todo está vacío, pero todo está habitado. Cuando los pastos de una zona se agotan la familia se mueve con el gher y el ganado a otro lugar. En invierno también permanecen aquí, alcanzando los 40º bajo cero, según nos cuentan. Los niños, entonces, viven internos en colegios de alguna “ciudad”.
Desde estas estepas Gengis Khan dominó medio mundo en el siglo XIII. A lomos de sus caballos, los mongoles conquistaron desde China hasta la ribera del Danubio en Hungría, desde Siberia hasta los Himalayas. Es increíble, pero sus descendientes fueron Emperadores en China o Marajás en la India. Todos partieron de estas estepas, donde parece que no hay nada. Hoy todavía podemos contemplar lo que queda de Karakorum, su antigua capital. Sólo hay templos budistas, las únicas construcciones, el resto eran tiendas de campaña de fieltro… así son los nómadas.
Necesitan muy poco para vivir… y disfrutar de la vida. Porque vimos que todos se ríen constantemente. ¡Tan diferentes de los ásperos rusos que acabábamos de dejar! Visitamos a una familia en su gher. De sus caballos obtenían casi todo. Probamos leche, yogur y queso de yegua. Probamos el fortísimo té mongol, salado y con grasa de cordero (¡). Vimos elaborar y probamos el aguardiente con leche de yegua fermentada. Una destilación primitiva y perfecta. Los humanos siempre hemos buscado los métodos para dar una alegría al cuerpo, después de los duros trabajos.
Los caballos son su vida desde hace milenios. Y esa vida no ha cambiado aquí apenas nada desde la noche de los tiempos. Eso es lo maravilloso de este lugar. Es un paréntesis en el tiempo. Contemplamos miles de años con una mirada sobre estas llanuras y sus ghers diseminados por las estepas. Suelo pobre, pasto pobre, gente pobre, diríamos nosotros, pero totalmente aferrada a su vida tradicional nómada. Por eso, cuando dejan este modo de vida y se agrupan en una ciudad, construyen la ciudad más caótica, fea y desastrosa que nos podamos imaginar. Eso es Ulan Baator. Ellos son nómadas… ¿para que querrían una ciudad cómoda y bonita?.
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