Daintree, el bosque más antiguo del mundo
Nuestro objetivo para hoy es llegar al Daintree, el corazón del rain forest del noreste de Australia. Es el bosque tropical más antiguo del planeta. Se incluye dentro de la región del Trópico Húmedo de Queensland, que es la más amplia zona de bosque tropical en Australia. El bosque del Daintree es Parque Nacional y es un bosque residual de hace 120 millones de años cuando estos bosques ocupaban toda Australia. Los diferentes cambios climáticos han ido reduciendo su extensión a unos miles de kilómetros cuadrados. Se extiende desde las montañas hasta la misma orillar del mar, hasta la costa de los arrecifes donde el “Rain Forest se encuentra con la Gran Barrera de Coral” , como reza la publicidad.
Este bosque del Daintree contiene el 30% de los anfibios, reptiles y marsupiales de toda Australia, además del 90% de los murciélagos y de las mariposas. Aquí viven 430 especies de aves y 12000 especies de insectos, que no tenemos tiempo para ver, ni cuerpo para sufrir.
Sobreviven en el Daintree algunas de las primeras plantas que aparecieron sobre el planeta, helechos de la época de los dinosaurios, además de pinos, araucarias y palmeras primigenias que no existen en ningún otro lugar. Todo el parque es un fósil viviente del Cretácico y de los tiempos del supercontinente Gondwana.
Hacia allá vamos. Hay que cruzar el río, también llamado Daintree, sobre un básico trasbordador, porque no hay puente para un río tropical de este tamaño. Al otro lado del río se ofrece un mundo diferente. La carretera se abre paso dentro de un túnel verde de diferentes tonalidades. Aquí ya no hay pueblos ni nada parecido. Vamos dejando al lado variopintos resorts, alojamientos de distintos tipos y niveles. Llegamos a nuestro lugar, Daintree Crocodylus. Es muy peculiar. Es un recinto con un conjunto de grandes cabañas de estructura de madera y paredes de lona repartidas por el bosque, con caminitos particulares para cada una. La idea es conseguir una verdadera inmersión en el rain forest, sobre todo por la noche, escuchando todos los sonidos, y ruidos de la vida salvaje.
Con la palabra inglesa “Crocodylus” nos ocurrió hace tiempo lo mismo que actualmente nos pasa con la palabra croqueta. He visto que esa figura se llama metátesis, un cambio de fonemas dentro de la palabra. Ya se ha admitido decir concreta, como en su día cocodrilo. Las lenguas están vivas.
Hasta las cinco de la tarde no hay nadie en el garito de recepción. Encontramos allí una hoja con nuestro nombre y un plano para que encontremos nuestra cabaña. Todo perfecto. Tal cual. Así es la organización australiana. Nos acomodamos. Damos una vuelta. Reconozco el lugar porque estuve aquí hace…¡veinticinco años! ¡Increíble cómo pasa el tiempo! Para celebrar la llegada tomamos una cerveza, de nuestra furgo, claro. Luego llegan los currantes del Crocodylus que atienden con toda amabilidad el bar, el restaurante, la recepción y actividades diversas. La noche se nos viene muy pronto encima en las profundidades de este inmenso bosque. Antes de las seis ya estamos cenando. Nos ofrecen unos menús muy interesantes y nos decidimos por un curry thailandés y un cordero asado lento, con un sabor exquisito. Mientras cenábamos yo esperaba que fueran saliendo del bosque unos possums grandes como ratas del tamaño de un gato, como había visto hace veinticinco años. Me comentó el encargado que ya no es así, que todo va cambiando. Le comento que también la gente es muy diferente. Antes eran mochileros y gente joven en general. Ahora hay un poco de todo, sobre todo familias con niños y gente de una edad como nosotros. Me comenta Zweig que ahora los mochileros se van directamente a Cape Tribulation en busca de actividades de aventura y más movidas. Escuchar los sonidos del bosque es una actividad muy aburrida en estos tiempos.
Luego nos apuntamos a un paseo nocturno por el bosque. Imaginábamos que veríamos muchos habitantes de la noche. Nos resultó bastante decepcionante. El guía hablaba muy deprisa y muy bajito No entendimos nada. Nos tuvimos que conformar con ver tres arañas, una rana y un cangrejo a lo largo de las dos largas horas del paseo. Nuestro consuelo fue que estuvimos paseando en medio de la noche, sumergidos en un bosque negro que imaginábamos todo lleno de peligros. Siempre pensábamos que iríamos pisando todo el rato sobre sapos y culebras. Pero nada de nada. Ni un simple possum, ni un pequeño ratón marsupial. Nada.
También la noche nos decepcionó un poco. Yo recordaba una noche cuajada de ruidos, aullidos, sonidos extraños, gritos casi humanos…nada de nada. Casi toda la noche estuvimos escuchando el fuerte golpe sobre las lonas de la lluvia tropical jarreando agua de manera salvaje. Era de esperar, porque en esta región reciben una media de 3900 litros al año.
Después de un tempranero desayuno nos lanzamos por la carretera y por los caminos del Daintree. En un recodo del camino vemos un casuario cruzar y adentrase tranquilamente en el bosque. Es un ave impresionante, colorida y muy difícil de ver, porque es escurridiza y se esconde en lo más profundo de la espesura. Hay muchas pistas señalizadas para irse perdiendo por el bosque, siempre con las advertencias de los peligros y de la seguridad necesaria.
La carretera está diseñada para provocar el menor impacto posible en todo el área. Es estrecha e incómoda y no hay ningún planteamiento para hacer el parque más accesible, ni tampoco un puente sobre el río.
Las playas son, como siempre, paradisíacas, pero es mejor no adentrarse sin leer antes las advertencias y peligros. Es zona de los cocodrilos de agua salada, los más grandes y agresivos que pueden merodear entre los manglares.
En 2021 la propiedad de toda esta tierra ha vuelto a sus propietarios originales, el pueblo Kuku Yalanjy, según un acuerdo firmado con el Gobierno de Queensland.
La ruta nos lleva hasta Cape Tribulation, bautizado así por Capitan Cook tras encallar varias veces su barco Endeavour en esta zona, el 10 de junio de 1770. Consiguió reflotarlo, aunque con bastantes desperfectos. Bautizó así el lugar “porque aquí comenzaron todas nuestras tribulaciones”.
Desde el mirador Alexandra se divisa toda la desembocadura del río Daintree y toda la inmensidad de este bosque. Es un lugar recurrente para documentales sobre vida tropical. Siempre dan la imagen de estar grabando en lugares muy remotos, rodeados de grandes peligros y en condiciones muy extremas…Pero visto desde aquí, pierde todo su romanticismo aventurero. La realidad es que estos tipos vivirán en alguno de estos pequeños resorts de lujo que vemos por aquí y acuden cada mañana al rodaje en cómodos todoterrenos para enfundarse los trajes de Indiana Jones y empezar a trabajar. Nuestra imaginación pone lo demás.
Pisando estas arenas me invade una extraña y primitiva sensación, como si fuera la primera vez que un hombre pisa estas playas. Tal es la sensación de soledad y lejanía. Aquí solo existe la admiración por la naturaleza, el sumergirse en sus brazos y escuchar todos los sonidos. “¿Y si pasa algo?”. Esa es una pregunta, una tribulación que procede de la sociedad malsana.
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