En la Procesión de El Henarillo volvimos a ver, tras la imagen de la Virgen de la Palma, al sacerdote oficiante, flanqueado por algunos de nuestros representantes municipales. La misma estampa se repite cada Sábado de Toros y en las Procesiones de Semana Santa.
Esta imagen es un rescoldo histórico que nos resistimos a apagarlo por simple inercia social, que algunos llamarán tradición. La única razón es que “siempre se ha hecho así”. Durante siglos, los lazos entre la Iglesia y la política, la conexión del poder eclesiástico con el poder civil ha sido la dominante de nuestra historia. La aparición de ambos poderes en las Procesiones religiosas era la máxima manifestación del mutuo sostén. El sonido del Himno Nacional “al Alzar”, en la Misa, era el momento cumbre, en el Antiguo Régimen.
En las sociedades islámicas aún se mantiene esta conexión en su punto álgido. Los imanes religiosos definen y refrendan las leyes civiles por las que se organiza la sociedad. La religión lo invade y regula todo: comidas, ropas, estudios, diversiones, horarios, relaciones sociales, costumbres… Ahora nos parece una locura, pero nosotros hemos vivido esa misma situación durante siglos. Poco a poco nos vamos sacudiendo de encima el lastre de este tipo de religión. Pero aún se mantiene, incluso ampliamente aceptado. A veces por convencionalismos sociales (bautismos, bodas…) y otras por intereses de la Iglesia (Colegios religiosos) o de los políticos (presencia en procesiones y otros actos religiosos), la mezcla de lo civil y lo religioso continúa presente en nuestra vida social. Da igual que el político se llame Bono o Cospedal, pero ahí están, orgullosos de su figura en la Procesión del Corpus en Toledo.
Los tiempos van cambiando. Desde hace 35 años tenemos una Constitución que marca la separación de la Iglesia y el Estado. No es laica, pero define el papel de cada uno. Ya va siendo hora de “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Cuando el Alcalde de Viloria del Henar decidió no asistir a los actos religiosos que, por su cargo, se suponía eran obligatorios, se armó un cierto revuelo social y sobre todo un alboroto de intereses políticos. Después de unos años ya está asumido y a casi todo el mundo le parece normal que no asista a una procesión. Todo Alcalde o concejal, si es católico y devoto, puede acudir y asistir allá donde su fe le lleve, pero nunca como representante político de los ciudadanos, presidiendo el evento al lado del poder eclesiástico. Los tiempos están cambiando.
Opinión: Jesús Eloy García Polo
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