Al ir haciendo la maleta me pasan por la cabeza muchas imágenes de las vivencias de estos días. Roma es una ciudad distinta. Cada uno pregona sus quejas y cuenta sus penas pero nadie habla mal de ella. El secreto debe de ser que hay muchas Romas y cada uno encuentra la que busca. Yo he andado por unas cuantas. Me quedan muchas más. Ni siquiera he visto la Roma de la dolce vita. Para la próxima vez.
He paseado por sus calles con casi todos los dioses. He visto iglesias por todas partes. Muchas de ellas están construidas sobre antiguos templos romanos. Siempre ocurre así. Es la señal de victoria de un dios sobre otro. Parece que los sumos sacerdotes actúan como esos mamíferos que orinan sobre el orín de los otros machos para marcar el territorio y dejar claro quién es el nuevo señor de los espacios sagrados. También las torres sienten la obligación de dominar el horizonte y alzarse sobre los palacios y los templos que llaman paganos.
Cuando se pasea entre todo el poderío y las riquezas que la Iglesia tiene aquí desplegadas es difícil permanecer impasible. Supongo que los católicos normalitos deben llegar con una fe muy fuerte para no perderla entre el oro, los mármoles y las riquezas acumuladas durante siglos. ¿A qué se refieren cuando hablan de la Iglesia de los pobres?
Pero he visto otros grupos, los romeros, que verán acrecentada su fe antigua, según se desprende de sus cantos, sus ropas y las miradas casi místicas de las monjas jóvenes que han podido contemplar al señor todopoderoso en la tierra. A veces me recordaban a la escultura “El Éxtasis de Sta Teresa” (vuelvo con Bernini), que contemplé con entrega total en una de tantas iglesias. Es como una obra teatral, pero sobre un momento sublime, que nadie ha expresado mejor que el mármol de Bernini. Los católicos lo llaman éxtasis.
He disfrutado recorriendo las calles antiguas, medievales y renacentistas. Las fuentes, que se encuentran a cada paso, alegran el paseo y permiten que no seamos eternos portadores de una botella de agua, como en cualquier otra ciudad. He aprendido a soportar las obras constantes, ruidosas y entorpecedoras. Creo que Roma está en obras desde los tiempos en que Nerón comenzó a reconstruirla tras el gran incendio del año 64. Todavía continúan con la reconstrucción, pero nunca al nivel del Madrid gallardónico.
Al alejarme, con la mirada melancólica, pienso en cómo pudo llegar el final de toda esta grandeza imperial. Ahí está la historia y aquí parece que la estamos repitiendo. Estamos viviendo el final de nuestro imperio. Dicen los historiadores más espabilados que cuando se habla mucho de sexo y de comida es señal de una época decadente. Así sucedía en Roma, cuando ya habían olvidado sus preocupaciones legisladoras y filosóficas.
Al mismo tiempo las fronteras empezaron a resquebrajarse. Los bárbaros cruzaban el Rin, el Danubio o los Cárpatos y se establecían en terrenos del Imperio. Se fueron extendiendo, casi siempre pacíficamente, hasta que un día aparecieron en Roma, que ya entonces era una sombra de lo que fue. Y se dio por concluida la caída del Imperio Romano. Estaba terminando el siglo V.
Poco a poco, nuestro rico y floreciente imperio, está siendo invadido pacíficamente por los “bárbaros» del siglo XXI. Unos temen que Europa se vuelva musulmana, otros que nos quiten los puestos de trabajo, otros que arruinen nuestro estado del bienestar, otros que nos roben o nos violen, otros que acaben con toda nuestra cultura. Es el final del imperio. Nadie sabe qué puede pasar, pero caminamos hacia una sociedad totalmente abierta, intercultural, mezclada, multicolor en pieles, culturas y religiones. Los romanos no pudieron parar a los bárbaros, pero se sirvieron de ellos para prolongar su poder decadente durante casi dos siglos. Estamos en ese momento en que queremos controlar la llegada masiva de los bárbaros. Muchos ya están dentro y trabajan para nosotros. La historia está escrita. Hay que volver a repasar la Caída del Imperio Romano.
P.D. Con cariño para mi amigo José que, cuando llegó con sus padres a Madrid procedentes de Cuba, el primer trabajo, que pudo encontrar su padre, fue como extra en el rodaje de La Caída del Imperio Romano.
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