Artículo de opinión de Jesús Eloy García Polo
Las Diputaciones nacieron con la Constitución de 1812 “…para promover la prosperidad”. Apenas llegaron a nacer cuando Fernando VII guardó esa primera Constitución en el cajón de la historia. Suponían una conquista liberal frente al poder absoluto del Antiguo Régimen. Muerto Fernando VII, en 1833 se lleva a cabo la división provincial y dos años más tarde vuelven las Diputaciones como un órgano de gobierno provincial, un escalón entre los ayuntamientos y el poder central. Al principio, una parte de los diputados eran elegidos por sufragio directo. Suponían entonces la primera democratización liberal del poder, al tiempo que un reparto de ese poder para estar más cerca de los ciudadanos.
Hasta 1978 tuvieron un papel bien definido y justificado. Pero con la Constitución actual se llevó a cabo una descentralización completa de las instituciones del Estado. Se creó una nueva estructura de poder autonómico, asumiendo gran cantidad de competencias que antes dependían del gobierno central. ¿Y desde entonces las Diputaciones… qué hacen, para qué sirven? Continuaron ahí, navegando entre dos aguas, con el objetivo de apoyar a los Ayuntamientos y de gestionar algunos servicios que seguirían siendo provinciales.
En realidad se mueven en un terreno muy ambiguo. Hay Diputaciones que gestionan hospitales, como antes gestionaban los antiguos manicomios; otras financian equipos deportivos profesionales, poseen hoteles, fincas, museos, incluso de Arte Contemporáneo como la nuestra…Son un cajón “desastre”. Todas metieron la mano en las Cajas de Ahorros y en otros turbios asuntos de la gran burbuja, como Segovia 21. Con todas estas cosas pusieron en evidencia su falta de control, su nepotismo y su dudosa necesidad.
Su tarea debe ser tan escasa que constantemente vemos al presidente de la Diputación de Segovia en las páginas de los periódicos en las tareas más variopintas. Inaugura cosas, visita sus feudos, entrega premios, presenta eventos, concede dineros… Los medios se encargan de dar una apariencia de trabajo constante. Poca tarea debe tener en su despacho para marcharse a vestir los disfraces que exija la ocasión: con gorro blanco de alimentario, con casco de albañil o de otro gremio, con bata blanca o de cualquier color…
Hoy las Diputaciones se han convertido en centros de colocación para los propios, como atestiguan diferentes denuncias, procesos judiciales y sentencias, como la reciente en Segovia. Es una forma colateral de financiación de partidos, una mina de puestos de trabajo para los políticos agradecidos y un cajón sin fondo de los favores que tienen que hacer los partidos para agradecer los servicios prestados. Los mayores exponentes fueron las Diputaciones del País Valenciano y las de Galicia, por su malversación, corrupción y nepotismo. Si antes representaban el lado democrático de la política, en el siglo XXI son un recuerdo del caciquismo del siglo XIX y la cara del clientelismo del siglo XX. Hoy son un punto negro de nuestra democracia.
Tenemos la administración local, la autonómica y la central ¿Por qué tenemos que mantener otra administración intermedia, cuyas tareas bien pueden ser repartidas entre ayuntamientos y gobiernos autonómicos?
Hoy por hoy sus actuaciones más visibles para los ciudadanos se concretan en las carreteras y en los Servicios Sociales. Cumplen otras muy diversas labores, en turismo, educación, deporte… conforme a las competencias que la legislación les asigna. Sin embargo, todas esas competencias pueden y deben ser asumidas por las distintas Direcciones Provinciales de las Consejerías. Sus funcionarios y trabajadores pueden ser repartidos, como se repartieron otros con la llegada de los entes autonómicos. Todos esos cargos políticos son innecesarios. Sus sueldos, sus coches, sus dietas, sus gastos de representación, boato y parafernalias…nos los ahorraríamos los contribuyentes. Muy poco han contribuido los políticos en los recortes de la crisis, cuando ellos tienen tantos cargos y puestos de trabajo que recortar.
Solamente Ciudadanos y Podemos abogan por la eliminación de las Diputaciones. Ahí al PSOE se le ve el plumero. Para los socialistas es una fuente más de recursos y de colocaciones, aunque mucho menor que para el PP, pero ¿les merece la pena?. Si los dos partidos mayoritarios no apoyan su desaparición, porque son los grandes beneficiados, es difícil que se lleve a cabo, salvo por iniciativas ciudadanas o por cambio de mayorías parlamentarias. Es el mismo problema que el del Senado… pero eso es motivo para otra reflexión.
19 noviembre, 2015
Muy buen artículo Eloy, directo y claro.